“La educación es una función tan natural y universal
de la comunidad humana, que por su misma evidencia
tarda mucho tiempo en llegar a la plena conciencia
de aquellos que la reciben y la practican”.
(Werner Jaeger, ‘Paideia: los ideales de la cultura griega’, 1947)
Existen cosas compartidas por todas las sociedades a lo largo del tiempo porque forman parte de un patrimonio común a la especie humana. La educación es una de ellas. Desde siempre, las generaciones de un tiempo han legado a las que las han sucedido todo aquello que habían recibido de las que las habían precedido: sus conocimientos, sus creencias, sus valores, sus costumbres…
Pero no solo esto. En la especie humana, este proceso no se ha limitado a la mera transmisión de aquello recibido. Cada generación ha ido incorporando al patrimonio común sus propias aportaciones y sus propios logros. A veces muy lentamente, de forma casi imperceptible, otros a velocidad vertiginosa. Que haya sido y siga siendo así es la propia condición de la posibilidad del progreso. Si cada generación se hubiera limitado a transmitir a la siguiente solo aquello heredado de la anterior, la humanidad seguiría hoy en la Edad de Piedra. Porque nadie habría descubierto el fuego o la rueda, ni la agricultura o la ganadería, ni el principio de Arquímedes o el teorema de Pitágoras. Ni tampoco, entonces, habrían podido llegar a la máquina de vapor, al ferrocarril, al telégrafo… o a los modernos ordenadores o a internet. Y del proceso de transmisión/adquisición de todo este bagaje heredado, la adquisición del cual garantiza su continuidad y la eventual mejora, se dice educación.
Por eso, la cita de un libro clásico que trata de la educación en una época clásica sigue siendo tan actual hoy en día. Porque «clásico» es aquello que procediendo de un tiempo pasado, sigue indisolublemente ligado a la condición humana, y nos sigue diciendo algo desde más allá del paso del tiempo. No se educa hoy en día igual que en la época de los griegos a la cual se refiere la cita del libro, pero la idea de educación sigue siendo la misma: la transmisión de aquello recibido a los que nos sucederán. Y esto lo incluye todo, lo bueno y lo no, tan bueno. Pero es la única manera que la humanidad ha encontrado para irse haciendo a sí misma.
Vivimos unos tiempos vertiginosamente acelerados que han sido testigos de transformaciones de una magnitud inconcebible hace solo un par de siglos… o de decenios. Se diría que la sustancia de nuestro tiempo es el flujo constante que excluye cualquier tipo de permanencia; la fugacidad, el panta rei, del cual ya hablaba Heráclito hace dos mil quinientos años. Las últimas innovaciones llegan con una fecha de caducidad cada vez más próxima, como las que las sucederán…
La cuestión es desde qué referentes encaramos todos estos cambios. Porque de cuáles sean, dependerá nuestra manera de entenderlos y de relacionarnos. Y aquí es donde la educación juega un papel fundamental. No solo por nuestra condición de contemporáneos de estas transformaciones, sino también, y muy especialmente, porque nuestra manera de entenderlas será la que transmitiremos a las nuevas generaciones. Después, cuando les corresponda, ya harán lo que consideren más oportuno. Pero sea cuál sea, vendrá en gran medida determinado por el legado que les habremos transmitido.
Hay que dar a las nuevas generaciones las herramientas que les permitan entender el mundo que se encontrarán, y esto pasa por una educación que transmita el legado del cual somos depositarios. Ya discernirán ellas, cuando les corresponda, lo que les parezca fundamental de lo que consideren accesorio. Nuestra responsabilidad es transmitirles el legado que hemos recibido y los enseres para que puedan tomar sus propias decisiones con conocimiento de causa.
La Fundación Episteme, formada principalmente por docentes que conocemos la responsabilidad de nuestro trabajo, surge con la voluntad manifiesta de coadyuvar en el objetivo de conseguir una educación que abastezca las nuevas generaciones con los conocimientos y el criterio que les permitan, cuando tengan que tomar sus propias decisiones, saber qué están decidiendo y por qué. Que sea lo que decidan, ya será cosa suya. Este es el objetivo de toda educación: orientar, dirigir y transmitir, para que se pueda ser realmente autónomo, libre.
Y en esta tarea nos encontraremos.
Xavier Massó Aguadé
Presidente