Bachillerato con suspenso: el medio y el mensaje

Una de las novedades del Bachillerato-LOMLOE que más revuelo ha causado es la concesión del título de Bachillerato con una asignatura suspendida, es decir, que no haga falta tenerlo todo aprobado para superar la etapa y obtener el correspondiente diploma para, con él, poder acceder a los ciclos de FP superior o a la selectividad y a la Universidad. De esto vamos a hablar, por su especial significatividad, más aún puesta en contexto, que es donde la adquiere de pleno derecho.

 

Xavier Massó

Muchos pueden decir que no es para tanto. Al fin y al cabo, el profesor que esté libre de culpa que tire la primera piedra. ¿Quién no ha aprobado a alumnos que solo les quedaba pendiente su materia? Y no me refiero solo a la ESO o al Bachillerato actuales, ni a la nota por votación o a los chantajes de direcciones, inspección, padres, alumnos… sino también a los ya muy viejos tiempos del BUP y el COU. Era raro que a alguien se le dejara colgada una sola asignatura, y más raro aún que esto ocurriera en septiembre. Y si así acaecía, era porque algo muy descarado tenía que haber ocurrido. Simplemente, primaba el sentido común, y los docentes tenían la potestad de ejercitarlo. Ahora ya no será así.

Podría parecer, pues, que los que dicen que no hay para tanto tuvieran parte de razón. Pero no es así porque, puesta la medida sobre la mesa y en contexto, delata unos designios que van mucho más allá de la mera imposición por ley de algo que hasta ahora pudiera haber consistido en una práctica oficiosa más o menos habitual. Efectivamente, todo indica que el objetivo fundamental de la LOMLOE no es precisamente asegurar una sólida formación debidamente contrastada, sino el de evitarlo por el procedimiento de aligerar el currículo, a la vez que poniendo trabas legales que eviten la propia posibilidad de contrastación, dando por bueno lo que haya, como quiera que nos venga dado.

La más somera de las lecturas de la LOMLOE y sus anexos demuestra que está pensada para conducir indefectiblemente hacia la obtención del título, obviando cualesquiera escollos que en el trayecto puedan surgir, incluida la eventualidad de que no se acredite haber alcanzado los objetivos mínimos en el aprendizaje de aquello que –contenidos, competencias o lo que sea- se supone que constituyen la razón por la cual se está allí cursando un Bachillerato. O sea, no se están poniendo los medios para asegurar un mejor aprendizaje, sino para evitar que pueda detectarse un aprovechamiento deficiente y reflejarse como tal.

Si alguien, por cualesquiera razones, no está en condiciones de alcanzar los objetivos mínimos de la etapa, se le hace un currículo adaptado y punto. Si algunos ni así llegan, se rebajan los contenidos hasta donde sí lleguen y santas pascuas… La repetición de curso, el suspenso y la «nota» quedan entonces por definición bajo sospecha. Y en este contexto, la superación administrativa del Bachillerato con una asignatura suspendida va mucho más allá de la práctica común que hasta ahora pudo haber sido.

La primera razón que se nos ocurre es que, a poco que conozcamos la condición humana, si un alumno sabe que con una asignatura suspendida obtendrá igualmente el título, es muy probable que se desentienda de ella desde un buen principio. Lo más sencillo, y lo más coherente, si el objetivo era poner las cosas más fáciles, hubiera sido facultar al alumno para descartar de entrada una asignatura, eximiéndole de la obligación de cursarla y que desapareciera de su expediente. O sea, una menos y punto. No es cuestión de dar ideas, pero si de lo que se trata es de expedir títulos como se expiden DNI’s, al menos que lo hagan algo sibilinamente, no con una chapuza tan chusca.

¿Por qué, entonces no lo hacen, si con toda seguridad las dilectas mentes que han pergeñado la ley ya lo habrán pensado? ¿Y por qué optan en su lugar por tan grosero pegote? Pienso honestamente que es por una razón de mucho más calado, que apunta directamente a la misma idea de Bachillerato, y de sistema educativo, que se está impulsando. Porque puesta en contexto, una medida que considerada solo en sí misma podríamos incluso calificar de anecdótica –ya hemos reconocido que puede haber sido una práctica frecuente desde que el mundo es mundo-, adquiere así una relevancia que la eleva al rango de categoría. Y por esto tiene que ponerse como norma legal.

Es el mensaje que es él mismo el medio, que diríamos en los términos de McLuhan. Esto es, el mensaje consiste en que se puede aprobar el Bachillerato con una asignatura suspensa; pero nos está delatando también el medio del cual puede surgir dicho mensaje en función precisamente de aquel que lo emite. O sea, los designios del legislador, de acuerdo con los cuales la obtención del título de Bachillerato no pasa por la acreditación de los objetivos académicos en los que dicha etapa se suponía que consiste, sino que todo el mundo reciba el correspondiente título. Así de explícito.

El mensaje, en este caso, nos está indicando claramente en qué medio nos vamos a estar moviendo y cuáles son las reglas a que nos deberemos atener. Por esto no sirve el aparentemente más sibilino método de reducir el número de asignaturas a cursar. Porque entonces el medio seguiría siendo testimonialmente el mismo, más devaluado y encogido sin duda, pero el mismo. Y la «cosa» no va de esto, o no solo va de esto.

El problema no es, desde esta perspectiva, pasar a una, o a dos o a tres asignaturas menos, porque se tendrían que seguir aprobando «todas». La clave está en que ahora esto ya no será necesario. El mensaje nos anuncia las intenciones del medio, que es él mismo el mensaje. Y ahora se ha cambiado de medio, o de juego: no se trata ya de jugar al Ajedrez, sino al Parchís. Y las reglas, claro, son, serán, otras. Ahora se puede suspender y no pasa nada. Esto es lo significativamente relevante. Lo demás, anécdota.

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Xavier Massó, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación (UB) y en Antropología Social y Cultural (URV). Catedrático de Enseñanzas Secundarias por la especialidad de Filosofía. Secretario general del Sindicado Profesores de Secundaria (aspepc·sps) y presidente de la Fundación Episteme.

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