«El pacto educativo existe: izquierda y derecha van de la mano»

«Se debe culpar a la socialdemocracia de haber traicionado a la clase trabajadora»

 

«Lo que parecía ocio inocente, es opio consumista», opina la profesora Olga García al reflexionar sobre el modelo social -engañoso, a su juicio- ya completamente filtrado en las aulas y que modela a ciudadanos «de baja intensidad». Un triunfo -afirma-, del neoliberalismo con la complicidad de la socialdemocracia europea y de una izquierda «más progresista», que juega al despiste con acicates como Twitter y que produce individuos desconectados de la realidad. 

 

Eva Serra

Olga García Fernández es licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesora de Enseñanza Secundaria en Castilla-La Mancha desde 2006. Pertenece al área de educación de Podemos en la misma comunidad y milita en la Marea por la Educación Pública de Toledo. Es coautora del libro Escuela o Barbarie Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda (Ediciones Akal), junto a Carlos Fernández Liria y Enrique Galindo. Coautora asimismo de La escuela vaciada. La enseñanza en la época pospandémica (Altamarea), junto a varios autores. Bajo su mirada, revisamos el inicio de año (y de curso) así como algunas directrices de un sistema educativo que avanza sin mirar atrás.

¿Cómo ha comenzado el nuevo curso?

Con precariedad. Esto vale para septiembre y para enero, con el agravante de las situaciones que genera la pandemia. Hay escasez de recursos, falta de personal porque no se están cubriendo bajas, y una imposibilidad real de hacerlo, puesto que en la mayoría de las especialidades de secundaria las listas de interinos están agotadas.

Hay escasez de recursos, falta de personal porque no se están cubriendo bajas, y una imposibilidad real de hacerlo, puesto que en la mayoría de las especialidades de secundaria las listas de interinos están agotadas

Éste es uno de los problemas más graves que sufre la escuela pública desde los recortes del gobierno popular en 2011 y que no se ha corregido en la mayoría de las CCAA, sea cual sea su color: los interinos no cobran el verano, luego se marchan a otras comunidades. Castilla-La Mancha es un ejemplo. No tenemos profesores. Tampoco se ha reducido la ratio significativamente estos años, así que los grupos siguen siendo numerosos.

¿Considera que las medidas de presencialidad en educación son acertadas?

La enseñanza presencial es la garantía de la igualdad. Ahora bien, no se puede sostener siempre en la buena voluntad de los trabajadores. Se necesitan profesores y recursos materiales. No se pueden sustituir por pantallas. La bajada de la ratio en las aulas, más allá de los tiempos pandémicos, es la medida esencial para que la enseñanza presencial se desarrolle dignamente, para alumnos y para docentes. Recortes como en la gratuidad del transporte escolar para la enseñanza postobligatoria imposibilitan, directamente, la asistencia a las clases en algunos territorios y la pérdida de estas enseñanzas en algunos centros. Son problemas que, en ocasiones, pasan desapercibidos, y son bien concretos, graves y fáciles de solucionar. Claro está, si previamente, no se ha invertido en el mantenimiento de los centros a todos los niveles, difícilmente se puede defender la seguridad de lo presencial en estos momentos. Pero con eso cuenta el Ministerio de Educación, y así lo demostró en la primera ola: la pandemia como excusa para “tecnologizar” acríticamente las aulas. Menos profesores y más pantallas. Desde luego, las multinacionales tecnológicas y farmacéuticas están de enhorabuena.

¿Cómo percibe que lo viven los alumnos?

Los alumnos, en general, demandan presencialidad. Y tras el confinamiento del 2020, lo hacen con insistencia y hasta con temor. Son conscientes de la merma que ha supuesto en su formación y en su estabilidad mental la ausencia física de sus profesores y de sus compañeros. También perciben con más claridad, cada vez más, que el aprendizaje “virtual” es ineficaz e insano. Las familias, por otro lado, necesitan que los alumnos estén en clase. El peligro es que sea por motivos equivocados, “desorientados”. Es decir, un alumno tiene que estar en clase porque es el mejor de los mundos posibles en lo que a su formación y su socialización se refiere.

La enseñanza online está siendo presentada como la solución de todos los males, pero en realidad es la oportunidad de oro para acabar con las resistencias de los docentes críticos

Pero es una aberración, que dice mucho de la sociedad en que vivimos, y del papel que se le está haciendo jugar a la escuela, que se entienda que es el lugar donde se les tiene que dejar, porque es a única posibilidad de que estén “guardados”, ya que sus padres deben ir a trabajar. La escuela no puede ser la institución que posibilite la conciliación laboral y familiar. Eso lo tienen que garantizar los convenios colectivos. La enseñanza online está siendo presentada como la solución de todos los males, pero en realidad es la oportunidad de oro para acabar con las resistencias de los docentes críticos.

¿Piensa que, de tener otro sistema educativo, se hubieran aplicado las mismas medidas?

Si entendemos que el sistema educativo tiene la responsabilidad de, a través de la transmisión cultural, del conocimiento, generar las condiciones para la autonomía del alumnado, nunca se deberían haber impuesto medidas como la enseñanza online. Los pasos hacia la denominada “digitalización” de los centros, cuya pertinencia habría que explicar, están siendo histéricos. Los fondos públicos dedicados para ello y que se podrían emplear en asuntos más mundanos y poco “atractivos” como la construcción de centros públicos son desorbitados.

Medidas como los criterios de promoción indiscriminada de la ministra Celaá durante la pandemia han socavado la función docente de una manera casi irrecuperable

Medidas como los criterios de promoción indiscriminada de la ministra Celaá durante la pandemia han socavado la función docente de una manera casi irrecuperable. Ninguna de las medidas que se han adoptado tienen como objetivo el bienestar del alumnado, ni desde el punto de vista formativo, ni desde el punto de vista de la convivencia.  Una sociabilización política y plena del alumnado, en cualquier caso, debe pasar por establecer, con y sin pandemia, las condiciones materiales (profesorado, instalaciones, ratio, etc.) que permitan un desarrollo digno de sus capacidades. El sistema educativo paidocentrista, psicologista y denigrador del conocimiento que se ha impuesto legislativamente desde la LOGSE, ha venido a abundar en la desigualdad y en las discriminaciones. La pandemia ha demostrado que éstas vienen causadas, fundamentalmente, por la falta de conocimiento, por la desfundamentación de la educación, no por la tan aludida “brecha tecnológica”. Desde hace tiempo, la brecha es cultural, civilizatoria. Las medidas implantadas tienden, de manera inequívoca, al individualismo y al ensimismamiento.

¿Hasta qué punto los centros educativos deben atender al desarrollo social de los jóvenes?

Instruyendo se educa. Es una falsa dicotomía la de “instrucción frente a educación”, heredada del romanticismo de Rousseau y de las pedagogías paidocentristas que se inspiran en la misma. Sobre todo, de las progresistas, que pretenden, en una suerte de defensa mal enfocada de las emociones y de los intereses de los alumnos, que se puede educar y respetar lo mismos aparte y separadamente de la formación en contenidos. No hay posibilidad de madurez psicológica si no se produce en el orden del conocimiento.

Estamos creando ciudadanos que reaccionan a golpe de noticia sensacionalista, con motivaciones tan poco elevadas como aparecer en un reality

La educación en valores no reflexiva, no instruida, se convierte en puro adoctrinamiento emocional. Estamos creando ciudadanos que reaccionan a golpe de noticia sensacionalista, con motivaciones tan poco elevadas como aparecer en un reality. El desarrollo social de los jóvenes en una escuela pública respetuosa son los seres humanos que educa y que forma como futuros ciudadanos, pasa por reivindicar la máxima de Condorcet de que la instrucción pública no pretende “formar” o modelar a los sujetos, sino que debe instruirlos para que sean autores de su propia educación (Condorcet, 2004)

Usted afirma que la pandemia ha permitido consolidar todavía más el modelo neoliberal en educación. ¿Cuáles serían sus logros en este contexto?

El triunfo del neoliberalismo es obtener del sistema que educa a la masa trabajadora, esto es, la escuela pública, “ciudadanía de baja intensidad” (Santamaría, A., 2018); un trabajador parco en formación, emocionalmente inestable y atomizado, incapaz de generar tejido social, resiliente y adaptable a las interminables demandas de reciclaje que exige el mercado laboral. La aplicación agresiva y acrítica de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (aulas virtuales, digitalización de las instalaciones, acreditación masiva de la competencia digital) tiene como objetivo la “movilidad y transferencia del conocimiento”, pero es un conocimiento precario, en el sentido de mínimo, “competencial” (Galindo Ferrández, E., 2019) y no reflexionado, abocado al “aprendizaje a lo largo de toda la vida”.  Las aulas del siglo XXI son aulas desconectadas de la realidad y del combate por la realidad; son lugares virtuales de aislamiento, de información no estructurada y de ausencia persistente del cuidado, en sentido amplio, que sólo puede aportar el profesorado, la institución de la escuela.

Las aulas del siglo XXI son aulas desconectadas de la realidad y del combate por la realidad; son lugares virtuales de aislamiento, de información no estructurada y de ausencia persistente del cuidado

Como profesora de Filosofía, ¿cree que la juventud de hoy se interesa por el pensamiento?

Pensar, reflexionar, requiere lentitud, dedicación, tiempo. Nuestra juventud está siendo educada en la inmediatez, en la respuesta emocional rápida. Su capacidad de atención, que es la misma de cualquier generación, está siendo sometida a la escasa paciencia que necesita un tiktok. Es difícil que, en estas condiciones, algo tan sutil y delicado como es pararse a pensar, se pueda producir, literalmente. Nuestros alumnos (y cuidado, la sociedad, en general), funcionan al ritmo de los estímulos que marca Twitter (Seymour, R., 2020). Son incapaces de desconectarse del “me gusta”, de aplicaciones que se basan en la presencia virtual. De repente, respuestas que no obedecen a una necesidad biológica primaria, de supervivencia, ahora, psicológicamente, lo son y han generado dependencia. Lo que parecía ocio inocente, es opio consumista. Ahora bien, cuando la juventud percibe, porque se le enseña, por cierto, que este es el ritmo que imponen los tiempos, que necesitan pararse a pensar en general, y en particular que se pasan la vida, en lugar de formándose académicamente, respondiendo a las demandas de consumo del capital, también reaccionan, y es muy satisfactorio contemplarlo.

Usted defiende el modelo de escuela republicana como modelo educativo al servicio de lo público, pero ¿es hoy «lo público», lo mismo que era entonces? ¿En qué se parece y en qué se diferencia?

Lo público, y por lo tanto la institución de la escuela, siempre corre el peligro de estar infiltrado por intereses espúreos, que son ideológicos y económicos. En el caso de la escuela, ajenos al saber como fin en sí mismo. Una escuela republicana garantizaría la formación de ciudadanos libres, siendo la libertad política no tener la necesidad de pedir permiso para vivir dignamente (Domènech, A., 2020). Claramente, la escuela republicana que podría haberse desarrollado siguiendo ideas como las del Marqués de Condorcet (Condorcet, 2001), emancipadora, defensora del conocimiento, no ha tenido lugar históricamente. Esto no significa que la escuela pública no fuera una conquista lograda hasta cierto punto gracias a la lucha histórica de las clases trabajadoras. Ahora bien, está en peligro de perderse definitivamente, entre otros motivos, porque la izquierda, en general, se ha dejado robar la institución.

¿En qué se parece y en qué se diferencia la izquierda del siglo XX con la del XXI en términos educativos?

La izquierda de hasta mediados del siglo XX aun tenía claro, por su raigambre marxista (cuanto más leninista y gramsciana mejor, todo hay que decirlo) que la educación y la escuela pública eran la herramienta esencial para la emancipación de la clase trabajadora. Pero esta claridad se fundaba en la consideración de la escuela como lugar eminente de transmisión de la cultura, empezando, y esto es crucial, por el conocimiento de la configuración histórica de la sociedad en la que se inserta el hecho educativo; esto es, la de la clase hegemónica, la burguesía y el modo de producción capitalista. Comprender la cultura de la clase dominante posibilita la lucha. Es necesaria una comprensión profunda de las condiciones que hacen que una sea la clase hegemónica y que la otra, la clase anclada en la espontaneidad, en el “sentido común” y el folclore, sea, por tanto, la clase subalterna (Gramsci, A., 2013).

Si algo tiene claro la clase hegemónica son sus intereses, que es una clase aparte que quiere seguir siéndolo y que el Estado debe ser el garante de las desigualdades sociales que son la base de sus privilegios

La izquierda más “progresista”, desde los años 60, traicionó este planteamiento; decidió que la clase trabajadora no necesitaba conocer la tradición cultural, que debía mantenerse en la sabiduría y los intereses que les eran propios. En la escuela, los niños, más que conocimientos, necesitan, parece ser, que sus intereses sean tenidos en cuenta educativamente (LOGSE, 1990). Es una izquierda que ha dejado de lado la lucha de clases, que ha asumido que las clases no existen o se superan a fuerza de emprendimiento y coaching. Si algo tiene claro la clase hegemónica son sus intereses, que es una clase aparte que quiere seguir siéndolo y que el Estado debe ser el garante de las desigualdades sociales que son la base de sus privilegios.

En sus libros arremete contra una izquierda que ha abandonado a la clase obrera. ¿Qué papel político ha jugado la socialdemocracia europea en ello?

Esencial en la incapacitación para la lucha. Ha cedido el Estado, lo político. Le ha hecho el gestor de las reglas del capital, el actor indispensable para que la desigualdad se perpetúe. Es necesario entender algo: no se puede culpar a la derecha y a la patronal de defender sus intereses, de querer mantener su excepcionalidad. Es lo que se espera de ellos. Se debe culpar a la socialdemocracia de haber traicionado a la clase trabajadora. Ya dijo Margaret Thatcher que el mayor logro de su gobierno había sido Tony Blair (Conor Burns, 2088), la “tercera vía” socialdemócrata que dio el empuje definitivo a las políticas neoliberales y los discursos biensonantes de la falsa meritocracia y del emprendimiento que la progresía promociona como el sumun de la realización personal. Los traidores hay que buscarlos en casa, los demás, protegen sus intereses.

Olga García milita en la Marea por la Educación Pública de Toledo

¿Qué se ha podido conseguir desde los actuales movimientos sociales de izquierda, como Mareas por la Educación Pública?

La mínima conciencia política de que una institución tan valiosa como la escuela pública debe ser defendida. Es cierto que estos movimientos son profundamente heterogéneos, y a veces es difícil mantenerse en la militancia. Hay valiosos compañeros que han mantenido vivo el movimiento; otros somos más itinerantes. Pero es incuestionable la batalla que las Mareas han presentado contra todos los movimientos explícitos o sutiles de mercantilización, privatización, pauperización y desmantelamiento de la escuela pública. Son movimientos que denuncian la ratio elevada, la implantación acrítica del bilingüismo, el mal uso de la tecnología, la concesión indiscriminada de suelo público para la construcción de centros privados concentrados…. Son voces constantes en una lucha agotadora que hay que poner, públicamente, y con mucho orgullo, en valor. La Marea Verde es pionera en la construcción de redes de pensamiento y combate.

¿Cree que dista mucho la práctica educativa entre la izquierda y la derecha europea de hoy respecto al modelo Delors?

En absoluto, si por izquierda entendemos la representación política que vemos en la mayoría de los parlamentos, claramente socialdemócrata, y, por lo tanto, históricamente valedora de los planteamientos económicos de la Unión Europea, la Unesco y la OCDE. Desgraciadamente, otra supuesta izquierda que podría entenderse como un poco más radical y que está, últimamente, en las instituciones y que se llama a sí misma comunista, ha comprado en educación los planteamientos del pedagogismo más burdo.

Desgraciadamente, otra supuesta izquierda que podría entenderse como un poco más radical y que está, últimamente, en las instituciones y que se llama a sí misma comunista, ha comprado en educación los planteamientos del pedagogismo más burdo

Defiende la aplicación de metodologías de corte empresarial en el aula, un enfoque erróneo de la atención a la diversidad; insiste en responsabilizar a la escuela de la posible solución de todas las problemáticas sociales, defendiendo la sustitución de la educación científica por prácticas de dudosa legitimidad como el coaching, el mindfulness y toda suerte de pseudoterapias, en el mejor de los casos compasivas, y en el peor, lobotomizadoras. Y no tiene ningún pudor en, como los organismos antes mencionados, atacar la formación y la vocación del profesorado en el ejercicio de su profesión cuando no se pliega a este tipo de discursos y prácticas. No hay, desde la LOGSE, ley educativa que se haya separado de las directrices neoliberales y que no haya abundado en el pedagogismo y en la educación por competencias. Izquierda y derecha se han plegado históricamente a los designios del capital. Por eso hay que insistir en que, cuando se habla de la necesidad de un pacto estatal por la educación, sólo se está manipulando a la ciudadanía. El pacto existe y, en este sentido, izquierda y derecha van de la mano.

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