Tal vez haya llegado el momento de preguntarnos si acaso, después de tantos años innovando en educación, la propia idea de innovación no se habrá convertido en una forma más de inmovilismo educativo, como el que tanto se critica desde estas mismas posiciones autorreferidas como innovadoras.
Artículo de Xavier Massó publicado en el Diari de Girona
La innovación se ha convertido en el mantra educativo por excelencia. Pero una cosa es innovar para mejorar, y otra innovar por innovar. Y con tantos departamentos, secciones y personal como tenemos dedicados en exclusiva a la innovación educativa, preguntarse si no estaremos innovando por innovar no parece desacertado. Máxime si atendemos a que tampoco los resultados de la aplicación de cada una de estas innovaciones se somete a contrastación objetiva. Unos resultados sobre los que se echa en falta una reflexión serena y crítica sobre hasta dónde nos han llevado y hacia dónde nos están llevando.
Un compañero profesor de Filosofía me comentaba hace poco la anécdota que vivió en una de sus clases. Mientras estaba empezando a explicar a Platón, un alumno repetidor le comentó al final de la clase con un cierto tono irónico: “has explicado de Platón exactamente lo mismo que el año pasado”. “¡Hombre!”, le replicó mi amigo, “verás, es que Platón no ha publicado nada nuevo este último año”. Una anécdota que viene muy al caso, y que se puede entender en un doble sentido.
Por un lado, desde las posiciones «innovadoras», sería un caso tópico y típico de mala praxis docente en un profesor que repite siempre lo mismo un año tras otro, con las inevitables alusiones a los amarillentos y mohosos apuntes de que se sirve para sus clases. Bien, muy bien, será muy ocurrente, pero lo cierto es que tal crítica no va mucho más allá que aquel individuo al que le señalaban la Luna con el dedo y miraba sólo al dedo.
Porque no parece que importe qué es lo que está explicando el profesor, sino sólo que es lo mismo que el año pasado, según el alumno creía recodar. Y, la verdad, de haber alguna crítica fundamentada en ello, sería en todo caso si el profesor explicaba bien o no, pero nunca que explicara lo mismo. Y eso es mirar al dedo en lugar de a la Luna.
Se da además el caso que los alumnos no son los mismos, con la excepción de los escasos repetidores –una especie casi extinguida por decreto-ley-. Y como ya le dijo el profesor, si Platón no había escrito nada nuevo el último año y el programa de estudios no había cambiado ¿qué problema hay si la cosa funcionaba?
Es verdad que la anécdota refiere a un nivel educativo concreto de una materia concreta, pero es perfectamente extrapolable a otros niveles y materias. Porque también los métodos de resolución de los sistemas de ecuaciones siguen siendo los mismos, hoy por hoy, los alemanes seguirán perdiendo la primera y la segunda guerras mundiales, curso tras curso, y Ausiàs Marc o Cervantes seguirán siendo los autores del Quijote o del Tirant, salvo sorpresas de última hora… Y para las cohortes generacionales que cada curso acceden a un nuevo nivel educativo, seguirá siendo algo nuevo. No para el profesor, ciertamente, pero esto forma parte de su trabajo. Al fin y al cabo, también los alumnos tienen siempre la misma edad, mientras que el profesor es cada curso un año más viejo.
Está claro que los métodos y los recursos cambian con los tiempos. De los dibujos de la Acrópolis en blanco y negro de los antiguos libros de texto, hemos pasado a la proyección con cañón, a los ordenadores y a las pizarras digitales. Igualmente, la didáctica empleada se irá adaptando progresivamente con la intención de mejorar los resultados. No se trata de ninguna manera de negar la innovación cuando se trata de mejorar, sino de poner de manifiesto que la actual fascinación por la innovación convertida en objeto de su propia innovación, esto es majadería.
Entre los actores de teatro se dice que cuando una obra funciona, no toques ni la moqueta. Cualquier cambio, cualquier innovación, ha de aplicarse sólo después de haber sido debidamente contrastada y siempre para mejorar, no porque sí. Y si la cosa funciona, cambios los justos.
El problema, todos lo sabemos, es que la cosa no funciona. Y si con tanta innovación seguimos sin enderezar el rumbo, entonces puede que no hayan sido correctamente pensadas ni aplicadas. Pero si resulta que seguimos innovando porque así parece que hagamos alguna cosa aunque el problema persista, entonces será que estamos huyendo hacia adelante, metidos en una vorágine innovadora sobre la cual habría que empezar a innovar de una vez.
(Artículo publicado en del Diari de Girona; traducción del propio autor)