El filósofo Ludwig Wittgenstein comparó en cierta ocasión su obra con una escalera de mano que nos ha servido para acceder a un nivel superior y que, una vez allí, podemos arrojar porque ya no nos sirve para nada. Si pensamos en las modernas teorías pedagógicas, parece que el ejemplo de la escalera les va como anillo al dedo.

 

Xavier Massó

Artículo de Xavier Massó publicado en el Diari de Girona

Efectivamente, muchos conocimientos y procedimientos que habían estado tradicionalmente asociados con los procesos de aprendizaje, han sido desplazados y desdeñados por anacrónicos. En otras palabras, el aprendizaje digital ha desplazado al analógico. ¿Pero le es a esto aplicable la metáfora de Wittgenstein?
De entrada, parecería razonable pensar que sí. Qué sentido tendría, por ejemplo, seguir enseñando a resolver raíces cuadradas por el procedimiento tradicional con papel y lápiz, si con apretar una tecla la podemos obtener de manera inmediata. Lo mismo podríamos decir de las tablas de logaritmos o de las trigonométricas, que se antojan los travesaños de la escalera que hay que arrojar.
Esta es la idea general que predomina hoy en día en el sistema educativo a la hora de establecer qué se ha de enseñar y cómo. Todo lo analógico es anacrónico y ha de reemplazarse por las tecnologías digitales. En algunos casos, incluso se ha planteado enseñar a escribir a los niños por medio del teclado del ordenador. Al fin y al cabo, los avances tecnológicos están para hacernos la vida más fácil. ¿O no? ¿Qué sentido tendría actualmente seguir enseñando con unos procedimientos que se han visto superados por otros más efectivos, seguros y cómodos?

Aun así, nos podríamos preguntar, por ejemplo, si el concepto de raíz cuadrada se interioriza igualmente resolviéndola con un lápiz y un papel, que apretando simplemente una tecla de calculadora u ordenador. Y lo mismo por lo que respecta a la obtención del logaritmo de un número analógicamente –papel, lápiz y las correspondientes tablas-, o sirviéndonos de una calculadora. En el caso de la resolución analógica, parece requerirse con carácter previo una cierta noción de logaritmo, que no parece en cambio necesaria para apretar la tecla de un ordenador. Así las cosas, la pregunta sería entonces si entienden por igual el concepto de logaritmo quien ha aprendido a resolverlos analógicamente y quien lo ha hecho digitalmente.

Muchos neurocientíficos consideran que no, que no es lo mismo. Como sería el caso de psiquiatra y neurólogo alemán Manfred Spitzer, que estos días ha estado en Barcelona hablándonos de los efectos negativos de la educación digital, y desmintiendo ciertos mitos pedagógicos que parecer fascinar a nuestras autoridades educativas. Spitzer considera que la UE debería prohibir los artefactos digitales en las escuelas porque dificultan el aprendizaje. Uno de los grandes errores de toda esta «demencia digital» -así lo denomina- que nos arrastra, es la errónea consideración según la cual el cerebro humano funciona como un ordenador, con un CPU y un disco duro. Errónea porque el cerebro humano no funciona así, sino que tiene neuronas. Y cada nueva señal que recibe cambia constantemente las conexiones neuronales y la capacidad de almacenaje.

Si un ordenador tiene el disco duro al 90%, significa que le queda un 10%; en el caso de cerebro, en cambio, si hablas cinco lenguas es más fácil aprender una sexta. Igualmente, cuando se habla de externalización de recursos mentales –como la memoria o la información- gracias a las nuevas tecnologías, se está ignorando que cómo funciona el proceso necesario para que el cerebro «entienda». Y esto, educativamente, pasa por una formación analógica.

¿Y cómo encaja todo esto con la metáfora de la escalera? Pues, simplemente, en que tampoco dicha alegoría se ha entendido bien. Porque la escalera sólo la puede arrojar quien haya transcurrido ascendiendo por ella, mientras que lo que está haciendo el sistema educativo, al imponer la digitalización, es arrojarla en nombre de otros que ya no subirán por ella. Y es que una cosa es el proceso de aprendizaje individual, que ha de transitar necesariamente por unos determinados travesaños si se quiere alcanzar el nivel superior, y otra muy distinta el nivel alcanzado por el conocimiento objetivo socialmente disponible, al cual solo podremos acceder transitando por el correspondiente itinerario a lo largo de la escalera.

Ciertamente, una vez alcanzado el nivel digital, quizás sí entonces podamos arrojar la maldita escalera analógica al vacío y empezar a operar digitalmente. Pero deberemos antes haber ascendido por ella intransferiblemente. Y esto pasa por el aprendizaje analógico como condición previa necesaria acceder a lo digital, siempre y cuando, claro, queramos entender algo y no ser meros «tecleadores». Es decir, toda vez que consideremos necesario, volviendo a los anteriores ejemplos, entender el concepto de logaritmo. Si, por el contrario, pensamos que basta con saber obtenerlo apretando una tecla, entonces todo lo dicho hasta ahora resultaría completamente ocioso.

Por lo tanto, la iniciación digital sin haber pasado por un aprendizaje analógico previo, presenta unas carencias que afectan directamente a las nociones previas inherentes a los procedimientos que aplicamos. Y este es el error que cometen las teorías educativas innovadoras que prescinden del aprendizaje analógico: empiezan la casa por el tejado.
Y esto, nos asegura Spitzer, no solo tiene consecuencias negativas en lo que refiere al aprendizaje académico de los nativos digitales, sino también secuelas en otros ámbitos del psiquismo humano, como las emociones o la empatía. En definitiva, que estamos creando smombies, un neologismo que relaciona smart phone y zommbies. O sea, zombis con teléfono móvil. Nuestras autoridades educativas harían bien prestándole algo de atención al Dr. Spitzer.

Artículo publicado en el Diari de Girona (la traducción al castellano es responsabilidad del mismo autor)

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