La mecha prendió, y en buena medida fue una huelga convocada a través de las redes, con muchos grupos de profesores y claustros autoorganizados. Algo había cambiado, algo ha cambiado.
Xavier Massó
El aleteo de una mariposa puede hacer sentir sus efectos al otro lado del mundo. El matemático y meteorólogo Edward Lorenz hizo suyo este antiguo proverbio chino para explicar los fenómenos asociados a la teoría del caos. Una pequeña y aparentemente insignificante perturbación en un determinado estado de cosas, puede desencadenar procesos de efectos y dimensiones incalculables. Solo es preciso que todo estuviera a punto.
Confieso que nunca imaginé el impresionante seguimiento que ha tenido la huelga de docentes en Cataluña. No hasta cuatro o cinco días antes, cuando era ya evidente. Pero cuál ha sido la espoleta que activó la mecha. Cierto que este consejero de Educación no suscita precisamente entusiasmos. Pero también que había motivos más que sobrados para una huelga similar desde hace ya mucho tiempo, sin que por ello el descontento generalizado, que lo había, cuajara en una monumental protesta como la de estos tres últimos días.
Unos dicen que el éxito se debe a que ha sido una convocatoria sindicalmente unitaria; pero ha habido muchas otras huelgas unitarias que no alcanzaron ni de lejos los niveles de participación de esta. Otros aducen el adelanto del calendario escolar. Este ha sido precisamente el argumento utilizado por la Consejería de Educación, sus medios afines y los sicofantes de siempre, para con ello culpabilizar socialmente al profesorado de pretender mantener sus supuestos privilegios vacacionales. Ni por esas. Se da el caso, además, que los profesores ya están desde siempre en su centro el 1 de septiembre, y los que todavía no lo están es porque no se les ha adjudicado un destino. También están los nuevos currículos, que son un auténtico desatino, pero que no dejan de ser la continuación normal de los anteriores en su descomunal despropósito de convertir los institutos públicos en centros asistenciales. Incluso el decreto de plantillas, que propicia el más descarado clientelismo bananero en la adjudicación de puestos de trabajo públicos, que data del 2014… El descontento por la pésima gestión de la pandemia, que ha puesto de manifiesto el desdén de las autoridades educativas y sus gurúes pedagógicos hacia los docentes; pero ya hubo una huelga por este motivo hace un año y medio, que apenas si tuvo seguimiento. Tampoco la precariedad laboral del profesorado interino es una novedad. Los recortes aún por revertir…
En definitiva, muchos agravios acumulados que iban produciendo una generalizada sensación de hartazgo entre el profesorado. Pero quizás faltaba el aleteo de la mariposa. La antipatía que ha generado el nuevo consejero, tampoco es nada nuevo; muchos otros actuaron con procedimientos similares a los que el actual ha exhibido, y no pasó nada, o casi nada. Y me pregunto si el azaroso aleteo de alguna mariposa metafórica habrá contribuido a un crecimiento marginal del descontento, desencadenando una protesta abierta y frontal. Porque si algo parece evidente es que, con independencia del resultado de estas huelgas, los hechos de los tres últimos días marcan un antes y un después. En definitiva, nada volverá a ser lo mismo a partir de ahora. Me permito apuntar en este sentido un posible efecto accidental, aparentemente trivial y anecdótico, que habría desencadenado todo el proceso que desembocó en la huelga.
El pasado 17 de febrero tenía lugar una concentración unitaria de delegados sindicales ante el edificio del Departament d’Educació en Vía Augusta, Barcelona. Una protesta testimonial, reclamando un calendario de negociación preciso y concreto para revertir los recortes «excepcionales» que se están eternizando desde hace diez años, por la estabilidad del personal interino y alguna otra reivindicación endémica. Se había convocado para este día una mesa sectorial de negociación sin que, contra las reiteradas demandas sindicales, se incluyera ninguno de estos puntos. Como protesta, los sindicatos miembros de la Mesa acordaron no asistir a la reunión y, en su lugar, hacer una concentración de delegados. Unas pocas decenas de delegados concentrados en señal de protesta; algo que, con toda probabilidad, a la inmensa mayoría del profesorado ni siquiera le constaba. Pero ocurrió algo imprevisto.
Para oficializar su protesta, los sindicatos acordaron redactar un escrito manifestando su disconformidad con el proceder del Departament y entrarlo por registro. Hasta aquí, nada anormal. Lo que ya no fue tan normal ocurrió cuando se encontraron con que no se admitían registros de entrada en papel, solo telemáticamente, por razones de seguridad en aplicación de los protocolos contra la pandemia. Unos rígidos protocolos para un espacio de como mínimo 300m2 con solo tres o cuatro trabajadores. Alguien recordó que los maestros y profesores hemos estado sufriendo las mentiras y la incompetencia de la Administración durante la pandemia, con 35 alumnos apretujados en aulas de 40m2, sin medidas de protección eficientes… Y cundió la indignación.
En un visto y no visto, algunos delegados entraron en el interior del edificio y lo declararon ocupado. Pasaron allí la noche y a la mañana siguiente fueron recibidos por el conseller, que los despachó con ni siquiera buenas palabras. A la salida, se anunció que los sindicatos se iban a reunir para convocar una huelga y amenazando con no comenzar el curso el próximo septiembre. Unos días después se formalizaba la convocatoria de cinco días huelga. Era algo precipitado, prácticamente sin tiempo para preparar nada, pero resultó que el profesorado ya estaba preparado. La noticia corrió y pronto se respiró un «ambiente» de huelga que no recordaban ni los más viejos del lugar. La mecha prendió, y en buena medida fue una huelga convocada a través de las redes, con muchos grupos de profesores y claustros autoorganizados. Algo había cambiado, algo ha cambiado.
¿Qué hubiera ocurrido de haberse admitido la entrada del documento en papel por el reglamentario registro? ¿Hubiera habido igualmente huelga? No lo podemos saber. Pero lo cierto es que la negativa a aceptar el documento propició la ocupación del edificio de la consejería de Educación y que allí se decidió la convocatoria de la huelga. Y que ha sido la mayor huelga docente de los últimos treinta años. Todo a raíz de un incidente anecdótico como el aleteo de una mariposa; o no tanto. Suma y sigue…