Googlelismo versus enciclopedismo

Por supuesto, sería un suicidio cultural renunciar al potencial educativo de Internet, pero conviene no olvidar el objetivo pedagógico de la enciclopedia para poder hacer un uso correcto de las nuevas tecnologías. De lo contrario, generaremos incultura a base de saturar de información. Porque la clave de la enciclopedia no solo consiste en aportar contenidos, sino en hacerlo de manera estructurada.

 

Josep Otón

En 1833, un joven de 16 años obtuvo una beca para estudiar magisterio en la escuela de enseñanza de Versalles. Una vez conseguido el título, regresó a su localidad natal, Toucy, para ejercer como maestro. Sin embargo, los programas y los métodos educativos que encontró le parecían arcaicos y obsoletos. Insatisfecho, pensó que la culpa era suya. Como suele ocurrir, dudó de su capacidad para enseñar. La solución parecía ser recibir más formación. Así que se trasladó a París para asistir a cursos impartidos por expertos en educación.

En 1848, retomó su carrera docente y entró a trabajar en un prestigioso internado. Al poco, publicó su primer libro de texto. Tres años más tarde, el joven profesor, cuyo nombre era Pierre Athanase Larousse, conoció a Augustin Boyer, otro educador decepcionado de la profesión. Juntos fundaron la Librairie Larousse et Boyer. Se especializaron en la publicación de libros de texto y de manuales para profesores. Su línea pedagógica se basaba en el desarrollo de la creatividad y de la autonomía de los alumnos. En 1856 publicaron el Nuevo Diccionario de la Lengua Francesa, el precursor del Petit Larousse.

Sin embargo, planeaban una obra aún más ambiciosa. Comenzaron a trabajar en el primer gran diccionario de la lengua francesa que incluyera todo tipo de datos sobre historia, biografías o geografía. En 1863, apareció el primer volumen del gran diccionario enciclopédico, la Enciclopedia Larousse. La obra fue elogiada por el propio Victor Hugo y pronto se convirtió en un texto de referencia. Se acabó de publicar el año 1876, al poco de morir su impulsor. El Gran Diccionario Universal del Siglo XIX contenía, en orden alfabético, la globalidad de los conocimientos de la época y pronto se transformó en una herramienta fundamental para la educación moderna.

Ahora bien, en realidad, la primera edición de la Enciclopedia, el Diccionario razonado de las ciencias, las artes y de los oficios, se debe al trabajo de Denis Diderot y de Jean Le Rond d´Alembert que la publicaron en París entre 1751 y 1772. Su objetivo era sistematizar el enorme saber que circulaba en la Europa del siglo XVIII y presentarlo de una manera ordenada.

Pierre Larousse dio un paso más y divulgó dentro del ámbito escolar este avance en la transmisión de los conocimientos. No en vano, etimológicamente el término “enciclopedia” nos remite a la idea de una educación global, completa. Como herramienta didáctica, presenta el saber humano desde un punto de vista objetivo, organizado de una manera estructurada y ordenado alfabética o temáticamente.

En cambio, a pesar de tratarse de una innovación educativa, hoy calificar una enseñanza de “enciclopédica” es, sencillamente, desdeñarla. Seguramente porque ha aparecido una rival más eficaz, los buscadores de Internet, Google en concreto. Incluso, se llega a cuestionar el sentido de la enseñanza, y del profesorado en particular, puesto que la información ya está disponible en esta red global.

Ahora bien, pecaríamos de ingenuidad si atribuyéramos al googlelismo una capacidad educativa que no le corresponde. Por supuesto, aporta más información que cualquier enciclopedia convencional y la rapidez en la búsqueda es máxima. Sin embargo, no ha sido creado con una voluntad pedagógica. No deja de ser un libre mercado de la información que escapa de las normas de la academia. Por otro lado, esta información no está suficientemente sistematizada para poder ser accesible y comprensible como debiera. No siempre ha sido seleccionada por especialistas ni por educadores y, por tanto, muchas veces no está contrastada ni tampoco es presentada siguiendo una estructura lógica o una secuencia didáctica.

El orden de aparición de los contenidos no suele obedecer a criterios objetivos. En el mejor de los casos, el buscador pone en los primeros lugares los sitios más visitados, no los más fiables. Y, si alguien tiene interés en que determinadas entradas figuren en un lugar preferencial, solo tiene que pagar.

Por supuesto, sería un suicidio cultural renunciar al potencial educativo de Internet, pero conviene no olvidar el objetivo pedagógico de la enciclopedia para poder hacer un uso correcto de las nuevas tecnologías. De lo contrario, generaremos incultura a base de saturar de información. Porque la clave de la enciclopedia no solo consiste en aportar contenidos, sino en hacerlo de manera estructurada.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

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