¡Basta ya! Historia de una fotografía

Juntos improvisamos una coreografía. Nos agachábamos para levantarnos de golpe con la fuerza del retorno de la canción. Debo confesar que las rodillas no me permitían estar mucho tiempo encogido y por eso en la foto estoy de pie mientras los compañeros continuaban de cuclillas. Sinceramente, fue un momento épico y no esperaba que un fotógrafo estuviera captando con tanto de acierto un “Bella ciao” que expresa la indignación de los docentes: “¡Basta!”.

 

Josep Otón

Hace unos meses, empecé a recibir WhatsApp de amigos y conocidos que me preguntaban: “¿Eres tú?” La pregunta venía a propósito de una fotografía de Francesc Melcion publicada por el diario ARA: una persona de pie en medio de una multitud reunida frente la consejería de Educación. Este rotativo, referente de la prensa en catalán, se hacía eco de la huelga de docentes del 15 de marzo de 2022 en un artículo de Laia Vicens: “Gran manifestación contra las medidas de Cambray”. Sí, para sorpresa de todos y de la mía propia, aquel era yo.

Como se han reactivado las huelgas y las manifestaciones, el diario ARA ha publicado un artículo de David Altimir, “Profesores en la calle”, ilustrado con una imagen de archivo, una vez más mi foto.

De nuevo, he vuelto a recibir mensajes preguntando por el sentido de esta imagen que, insisto, no deja de sorprenderme. Por eso he decidido escribir la historia de esta fotografía.

Aquel 15 de marzo, decenas de miles de maestros y profesores nos reunimos para protestar contra la política del Departamento de Educación. Los motivos eran muchos. El profesorado había asumido responsablemente el deterioro de sus condiciones laborales (los famosos “recortes”) para hacer frente a una grave crisis económica. Después, cuando la pandemia sacudió al mundo, los institutos y las escuelas se convirtieron en un referente que garantizaba la vida social en plena crisis sanitaria.

El sistema escolar estaba bastante tensionado y el profesorado esperaba volver a la normalidad para recuperar el aliento. Aun así, nuestros gestores decidieron emprender una reforma educativa de gran alcance. Cambiar todo el currículum. La mayoría de los profesionales éramos conscientes de la inoportunidad de esta medida, tanto por su contenido como por la falta de tiempo para prepararla. Yo, como muchos compañeros, recibí este intento de reforma como un insulto a nuestra profesionalidad. Se nos estaba diciendo que no sabíamos enseñar y alguien que nunca ha pisado un aula nos decía cómo debíamos de hacerlo.

A pesar de nuestras protestas, el gobierno catalán tuvo una nueva ocurrencia. Me resulta difícil pensar que no era populista ni electoralista: avanzar el inicio de curso. Era una manera de ganarse el favor de las familias. Ahora bien, recordemos que la función de la escuela es enseñar. Otras instituciones tienen por misión cuidar de los niños y de los jóvenes en el tiempo libre. En cambio, para estudiar hay que aprovechar las fechas en que el clima no dificulte el aprendizaje. Además, los docentes ya están trabajando en su centro desde el 1 de septiembre. Esta medida no implicaba recortar sus vacaciones, sino complicar innecesariamente su trabajo.

En este contexto, los sindicatos convocaron huelgas y manifestaciones. Yo, como miembro del sindicato “Profesores de Secundaria”, participé activamente. Al principio confieso que fui pesimista, pensaba que el colectivo no se movilizaría. Pero no fue así. Decenas de miles de maestros y profesores expresamos públicamente nuestro malestar porque nos sentimos maltratados.

Ante la sede del Departamento de Educación, me encontré a antiguos compañeros que me dijeron: “Me jubilo a final de curso y, a pesar de que dejo la profesión, quería manifestar mi descontento de cómo se nos ha tratado”. También coincidí con una antigua alumna, que ahora ejerce la docencia, y me sentí orgulloso de mi profesión.

Al poco, vi que el secretario general de mi sindicato se dirigía hacia la Consejería. “Nos han llamado para hablar” -me dijo-. Yo respondí con una sonrisa ilusionada. “Somos muchísimos. Ahora no pueden dejar de escucharnos” -pensé-. Pero el compañero, y buen amigo, adivinando mis pensamientos, frunció el ceño moviendo la cabeza en señal de negación. Yo había pecado de ingenuidad y él, con más experiencia, me dio una lección de triste realismo.

Inmerso en estos pensamientos, apareció la banda de profesores de las escuelas de música. No en balde, interpretaban la marcha fúnebre. Sin embargo, al llegar a la puerta de la Consejería, empezaron a cantar “Bella ciao”.

De repente, la canción nos activó a todos. Yo corrí hacia las escaleras de la Consejería enarbolando la bandera del sindicato “Profesores de secundaria” (que, por cierto, no aparece en la fotografía, seguramente por el ángulo del encuadre). Aprendí este himno de los partisanos en la escuela. Y lo recuperé gracias a una conocida serie que me ayudó a hacer más llevaderos los dos meses de confinamiento. Me evocaba muchos recuerdos y, en aquel contexto, nos impelía a seguir luchando a pesar de no ser escuchados.

Juntos improvisamos una coreografía. Nos agachábamos para levantarnos de golpe con la fuerza del estribillo de la canción. Debo confesar que las rodillas no me permitían estar mucho tiempo encogido y por eso en la foto estoy de pie mientras los compañeros continuaban de cuclillas.

Sinceramente, fue un momento épico y no esperaba que un fotógrafo estuviera captando con tanto de acierto un “Bella ciao” que expresa la indignación de los docentes: “¡Basta ya!”.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

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