Para salir de este callejón sin salida es necesario ser prudentes con la inclusividad, recuperar una enseñanza sistemática, con currículums estructurados, profesorado especialista en su materia y libertad de cátedra para escoger las metodologías más adecuadas. De lo contrario, esto irá a peor.
Josep Otón
La Fundación Episteme, junto con el sindicato Profesores de Secundaria y la Asociación de Catedráticos, lleva años advirtiendo que la aplicación de determinadas políticas educativas, más preocupadas en implementar supuestas innovaciones pedagógicas que no en transmitir conocimientos, llevaba al sistema educativo a la quiebra.
Lamentablemente, los resultados de las pruebas PISA 2022 (Programme for International Student Assessment) nos han dado la razón. La evaluación de las competencias matemática, científica y de comprensión lectora pone en evidencia el perjuicio para el alumnado -y para la sociedad en general- de la irresponsabilidad de los gestores educativos. Se han obstinado en aplicar metodologías que, lejos de mejorar el rendimiento académico, han condenado a una generación entera a no poder acceder a los conocimientos que necesitan.
No vale la excusa de dar la culpa a la pandemia, al alumnado inmigrante o a la formación del profesorado. Recordemos que, cuando los resultados de las pruebas de ‘Competencias Básicas’ de un centro no son los que tendrían que ser, el Departamento no acepta como queja del profesorado los recortes en personal de apoyo para el alumnado inmigrante o de educación especial. Es más, el centro se ve sometido a una auditoría pedagógica que incrementa la presión sobre el profesorado. Llegan unos expertos que no entran en el aula para enseñar como se tiene que enseñar. Más bien al contrario, dan lecciones de aprendiz de brujo y todavía sobrecargan más a los docentes con tareas inútiles y reuniones estériles. Plantean como solución utilizar herramientas de la burocracia pedagógica como el PIM o el DUA, como si se tratara de fórmulas mágicas. Estas panaceas no resuelven en modo alguno los problemas reales y complican aún más la profesión docente.
Quizás se tiene demasiada prisa en incorporar al alumnado con necesidades educativas especiales en el aula ordinaria. Estos alumnos se lo pasan fatal en un contexto donde apenas entienden nada y se ven en inferioridad de condiciones respecto al resto de los compañeros. Los docentes están desbordados. Y la mayoría del grupo ve comprometido su ritmo de aprendizaje.
En cuanto a la formación, sorprende que el Departamento de Educación, máximo responsable en la organización de los cursos para docentes, ahora se queje de que el profesorado no esté suficientemente preparado. Quizás se tendrían que plantear si los cursos que ofrecen son los adecuados. Tal vez habría que abordar la didáctica específica de las diferentes materias, o contenidos de matemáticas, geología, geografía, química o filología catalana para el profesorado que no ha estudiado estas carreras universitarias pero que, en cambio, tiene que impartir estas asignaturas.
Y en el momento de organizar las pruebas para seleccionar el personal docente, las famosas oposiciones, habría que ver si el objetivo es demostrar la capacidad de los candidatos para dar clases o bien solo se espera que diseñen programaciones que, de hecho, no dejan de ser un “tetris” donde encajar malabarismos lingüísticos. Lo lógico sería que acreditaran hasta qué punto dominan tanto los contenidos de la materia como las herramientas para gestionar su impartición.
Por supuesto, nadie se opone a las competencias. La crítica se dirige a determinadas prácticas que en nombre de las competencias disuelven los contenidos. Quizás los mejores resultados de las pruebas PISA de años anteriores se explican, a pesar de ser una prueba competencial, porque el énfasis se ponía en la enseñanza de conocimientos, sin los cuales es imposible ser competente.
Además, a comienzos de este siglo, cuando se introdujeron las competencias básicas, en realidad hacían referencia a la comprensión lectora, a la expresión oral y escrita, a los cálculos matemáticos… aprendizajes “básicos” para lograr el nivel educativo pertinente. Después, todo se ha complicado con una retórica inverosímil.
Para salir de este callejón sin salida es necesario ser prudentes con la inclusividad, recuperar una enseñanza sistemática, con currículums estructurados, profesorado especialista en su materia y libertad de cátedra para escoger las metodologías más adecuadas. De lo contrario, esto irá a peor.
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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.