Comienza un nuevo curso, con más incertidumbres que el anterior. A la pervivencia de una pandemia frente a la cual todo indica que se ha optado por mirar hacia otro lado, se le añade la implantación de una nueva ley educativa que se anuncia polémica y cuya elaboración ha generado serias dudas en lo que refiere a su futura, ya presente, aplicación; por igual entre los docentes que en la sociedad en general.
Xavier Massó
Las medidas de prevención contra el COVID-19 se relajan aún más, muy especialmente en aquellos aspectos que comportaban algún tipo de coste económico. Volvemos a las ratios pre-pandémicas, a la vez que el uso de la mascarilla a la hora del patio deja de ser preceptiva para los alumnos. Es lógico, en cierto modo, que si su uso ha dejado de ser obligatorio en cualquier otro espacio al aire libre, no lo sea tampoco en el patio. Pero hay que recordar que sí sigue vigente la obligación de mantener la preceptiva distancia de seguridad, algo que no parece factible que se pueda garantizar en los patios de nuestras escuelas e institutos.
Por otro lado, se establece también que en el caso que aparezcan brotes de contagio, no se pondrá en cuarentena a los vacunados. También parece lógico, al menos a simple vista. Pero a poco que tengamos en cuenta que los vacunados pueden transmitir el virus, entonces el riesgo de contagio sigue existiendo, muy especialmente en la supracitada hora del patio, ahora sin mascarillas protectoras… También se anuncia como un gran progreso el libre acceso al centro de padres y madres de alumnos, en los mismos términos que antes de la pandemia, sin que se diga nada sobre ningún tipo de medida de control… ¿Les tomará alguien la temperatura como mínimo?
La aplicación de la LOMLOE y la decidida apuesta del Departament d’Educació por las enseñanzas competenciales suscita también serias dudas e inquietudes, que se añaden a la sospecha de que el objetivo prioritario de esta ley no sea otro que enmascarar administrativamente el fracaso escolar académico por medio del aprobado general. Una medida que acaso sirva para maquillar las estadísticas de fracaso y abandono escolar, pero no para resolver el auténtico problema que subyace a tales datos estadísticos: un modelo educativo «comprensivo» que, simplemente, no funciona.
Cualquier posible solución a los problemas educativos de nuestro país no pasa por grandilocuentes y solemnes declaraciones, ni por negar la realidad, ni por ir «innovando» sin más, sino por la detección de las causas que generan estas disfunciones. Y para esto es imprescindible el debate serio y objetivo, sin tapujos ni cortapisas. En la Fundación Episteme seguiremos en esta línea por el bien de la enseñanza. Bienvenidos al nuevo curso.