Quizás en vez de una Educación 2.0 nos encontramos en la Educación 451. El año 1953, Ray Bradbury publicó una novela, Fahrenheit 451, que describía una distopía. El título hace referencia a la temperatura en la que arde el papel.
Josep Otón
Es habitual que, en los cursos de formación del profesorado, o en conferencias donde se defiende con vehemencia la innovación educativa, el ponente haga un gesto muy didáctico. Extrae de su bolsillo un móvil, lo enseña a los asistentes y afirma muy convencido: “Aquí está todo el conocimiento”. Aunque no se dice explícitamente, se da a entender que los alumnos pueden acceder al conocimiento consultando el móvil y, por lo tanto, se puede prescindir de la figura del profesor o, como mínimo, ya no es el responsable de la transmisión de conocimientos. De este modo, parece que estemos ante una nueva era educativa: la Educación 2.0.
Nadie con un mínimo de sentido común puede ignorar la revolución que representa la introducción de las nuevas tecnologías en los diferentes ámbitos de la sociedad y, particularmente, en la enseñanza. Así pues, referirse a los docentes como unos personajes obstinados en usar pizarra y tiza es un anacronismo malintencionado. Quien más quien menos recurre a las nuevas herramientas.
Ahora bien, decir que los conocimientos están en un aparato de teléfono para justificar la progresiva disolución de la figura del profesor especialista seria como decir que una biblioteca alberga todo el conocimiento y basta con que los alumnos lean de manera autónoma. O que no hacen falta los profesores de ciencias naturales, porque los estudiantes pueden ir de excursión y observar atentamente determinado ecosistema.
Para adentrarse en una biblioteca sin acabar extenuado leyendo lo primero que cae en nuestras manos es imprescindible que un buen profesional enseñe dónde buscar la información, cómo seleccionar el libro que conviene consultar, con qué técnicas se pueden ir asimilando los contenidos proporcionados por la lectura, cómo resolver dudas…
Lo mismo podríamos decir de la observación de la naturaleza. Sin un especialista que presente unos conocimientos previos nadie sabrá hacia dónde mirar (o quizás se pondrán a mirar el móvil). Y, si se consigue obtener algún dato relevante, hacen falta herramientas para reflexionar y dar una explicación racional. De lo contrario, será fácil generar teorías chapuceras y poco científicas.
Con la información -he dicho información y no conocimiento- que aportan las nuevas tecnologías sucede algo parecido. Sí, el profesorado tiene que ser transmisor de conocimiento para enseñar a gestionar la información: seleccionarla, recogerla, analizarla, estructurarla, contrastarla, criticarla, asimilarla….
Quizás en vez de una Educación 2.0 nos encontramos en la Educación 451. El año 1953, Ray Bradbury publicó una novela, Fahrenheit 451, que describía una distopía. El título hace referencia a la temperatura en la que arde el papel. En esta sociedad futurista se había descubierto un material ignífugo y ya no hacían falta los bomberos. Entonces se tuvo que reinventar este cuerpo especializado en emergencias. Ahora ya no tendrían que apagar incendios, sino quemar libros porque, en una sociedad abocada al entretenimiento, la lectura podía afectar a la felicidad de los ciudadanos.
Ojalá fuera exagerado lo que digo, pero algunos insisten en afirmar que los docentes ya no son necesarios para transmitir conocimientos. Como ya no hacen falta estos profesionales, se tiene que reinventar su función. Hay que diseñar nuevas labores relacionadas con la gamificación y con el cuidado de los niños y adolescentes, puesto que ha caducado su misión de transmitir conocimientos enciclopédicos, pesados y aburridos.
Basta con leer -esta sí que es una actividad ardua- el nuevo currículo educativo para darnos cuenta hasta qué punto se están devaluando los conocimientos (está claro, ya están en el móvil) y, en consecuencia, los maestros y profesores que aspiraban a enseñar se verán obligados a cambiar de profesión. Quizás continuarán en el mismo puesto de trabajo, pero realizando otras tareas como los bomberos de la novela.
Por cierto, para estudiar son necesarias unas condiciones horarias y de calendario óptimas. Para otras actividades más lúdicas, cualquier momento es bueno. No es casualidad que actualmente se quieran cambiar las condiciones establecidas. Es consecuencia de la pretensión de transformar la profesión docente en otra cosa. Por desgracia, esto ya no es ciencia ficción.