«A ustedes, señoras, señores del sistema, se les llena la boca diciendo que les preocupa muchísimo la salud mental, la formación, el futuro de nuestros niños y de nuestros adolescentes; que nuestras escuelas son inclusivas; que todo va bien; y no se les ocurre otra idea mejor que implementar la LOMLOE (con el paso cambiado y con todo aquello que supone: cambios organizativos, material nuevo y, tal como estamos viendo, menos exigencia y más manga ancha para que se acabe de instalar la vagancia y la mediocridad)».
Mamen Gargallo Guil
Por favor, que alguien me diga que vale la pena esforzarme para no darlo todo por perdido, para seguir manteniendo la esperanza que mi trabajo, mi oficio, mi vocación y mi trabajo tienen sentido.
Que alguien me convenza que lo que hago en las aulas (muchas veces por obligación, no por convicción) es lo mejor que puedo ofrecer a mi alumnado.
Porque no sé si los señores y las señoras del sistema, del sistema educativo, son conscientes de lo que realmente está pasando en los centros educativos para tomar las decisiones que toman. No sé si han visitado las escuelas y los institutos de todo el territorio, han pisado las aulas, han recorrido los pasillos y han estado en las salas de profesores; no sé si han observado, si han preguntado, si han escuchado al alumnado, a las familias, a los docentes, a los psicólogos escolares, a los coordinadores, a los jefes de estudios, a los directores, en alguna reunión de departamento, en algún encuentro de tutores o en alguna sesión de evaluación. No lo sé.
Si lo hicieran, si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta, para empezar, que, ahora, los colegios han acontecido auténticas ollas a presión en las que los Equipos Directivos y los Equipos Docentes estamos haciendo verdaderos esfuerzos para mantener el buen ánimo y las ganas para seguir gestionando con eficacia el centro, y para seguir enseñando y acompañar al alumnado con ilusión y con pasión. Invertimos mucho de tiempo en burocracia (programaciones, circulares informativas, informes, planos, normativas, instrucciones…); en atender a las familias y en ofrecer nuestra mejor cara, ahora que estamos en tiempo de preinscripción –con el nulo apoyo que recibimos las escuelas concertadas por su parte-, viviendo con esta espada de Damocles hasta que las cifras de matriculación se hagan públicas y podamos respirar un año más o hayamos de tomar decisiones “difíciles y desagradables”.
Si lo hicieran, si hubieran paseado por las escuelas, habrían visto cómo los docentes, dejando en la puerta nuestra realidad personal, nos cargamos como podemos de energía y de optimismo para “dar clase” y, a la vez, velar por la salud mental del alumnado, atender sus necesidades emocionales y sus problemas personales, familiares, interpersonales, lingüísticos, cognitivos, físicos, que, muchas veces, exteriorizan con agresividad contra el profesorado, absentismo crónico, desmotivación, conductas autolesivas, aislamiento, trastornos alimentarios… Y hacemos manos y mangas para que se sientan tranquilos, seguros y confiados, para que rindan más, y piensen y crean que su paso por las aulas realmente merece la pena.
Si nos hubieran preguntado, les habríamos dicho que, muchas veces, nos sentimos sobrepasados para contener los tsunamis que protagonizan algunos alumnos, que, por varios motivos, se muestran indisciplinados, irreflexivos, gandules, violentos, y a intentar “salvarlos”. ¿Y cómo lo hacemos? Aceptando cualquier cosa que hagan o presenten, aprobándolos, dejándolos pasar de curso… ¿Y qué conseguimos con esto? Premiar y fomentar la permisividad, la vagancia, la mediocridad y aquella idea del todo vale. ¿Y mientras tanto? Mientras tanto, a veces, perdemos de vista aquellos/as que SÍ quieren aprender, que SÍ quieren estudiar, que SÍ quieren esforzarse, que SÍ piensan en su futuro. Y los mantenemos relegados en un segundo plano, no los cuidamos, no los premiamos… Y, en silencio, a veces aburridos, muchas veces desmotivados, a menudo sumidos en la indiferencia o víctimas de las burlas de los «populares» y de los “malotes”, van avanzando sin que seamos capaces de hacer aflorar todo su potencial y todos sus talentos; sin tener un nombre propio, un lugar propio en la escuela, como sí tienen los otros.
Y, mientras pasa todo esto, a ustedes, señoras, señores del sistema, se les llena la boca diciendo que les preocupa muchísimo la salud mental, la formación, el futuro de nuestros niños y de nuestros adolescentes; que nuestras escuelas son inclusivas; que todo va bien; y no se les ocurre otra idea mejor que implementar la LOMLOE (con el paso cambiado y con todo aquello que supone: cambios organizativos, material nuevo y, tal como estamos viendo, menos exigencia y más manga ancha para que se acabe de instalar la vagancia y la mediocridad).
Señoras y señores del sistema, no les estamos haciendo ningún favor cuando adornamos los conocimientos con técnicas de distracción y de entretenimiento sin insistir en la calidad, en el rigor y en la exigencia de las fuentes de información ni del trabajo bien hecho. ¿Por qué? Porque pedirles que se esfuercen es atentar contra su integridad moral, contra su felicidad o contra la libertad; porque explicar una lección ya no es moderno; porque corregir puede echar a perder al alumno; porque suspender es fuente de problemas con la familia, con la inspección y, a veces, con los propios compañeros.
No les estamos haciendo ningún favor si, esperando adaptación o resiliencia, no les enseñamos estas capacitaciones, porque somos nosotros los que nos adaptamos a su ritmo de aprendizaje, a sus fechas de entrega de trabajos, a sus gustos, a sus actividades extraescolares, a sus prioridades, a sus justificaciones de retraso, a su interpretación de las normas… Si no se conciencian ahora de la importancia de la puntualidad, del trabajo diario, del trabajo bien hecho, del respecto a las normas, cómo y cuándo se adaptarán al mundo que les espera, con exigencias, plazos, horarios, procesos de selección, oposiciones, clientes, informes, etc.; ¿cómo…, cuándo…? Amparados por el lícito pero -a mi parecer- mal entendido deseo que nuestros menores sean felices, es el sistema educativo el que, en vez de enseñarles, de animarles a seguir luchando, a ser perseverantes ante un objetivo difícil de conseguir a la primera, a levantarse después de haber caído, a ver el error como una oportunidad de aprender, disfrazan su realidad con una bajada de nivel insultante y engañosa, con unas valoraciones ambiguas y con un trato “infantiloide”.
Señoras y señores del sistema, promocionar a quienes no han logrado los mínimos, permitir que un/a adolescente empiece a forjar su futuro de este modo, es engañarlos de manera cruel y miserable; es decirles que, en el futuro, no saber o saber poco les abrirá las puertas, que todo será juego y entretenimiento; es asegurarles que no importa lo que hagan y cómo lo hagan, porque se saldrán; es garantizarles que podrán conseguir lo que quieran con esta manera de ser y de estar en la escuela y en la vida. Y obligarnos a los profesores a hacer esto es convertirnos en cómplices de este engaño, de este fraude (y yo no quiero serlo).
Insisto: aprobar a aquellos/as que no han logrado los mínimos es premiar la ignorancia, la necedad y la mediocridad; es burlarse de la llamada “cultura del esfuerzo”, es reírse de los que sí que han trabajado, de los que sí que se han esforzado; es despreciarlos, es decirles que no valoramos sus capacidades y que ninguneamos sus horas de estudio y de sacrificio. Porque no olviden que, detrás de un buen resultado, de un buen trabajo, hay atención, concentración, constancia, resiliencia, paciencia y trabajo, mucho trabajo. Y es así como rechazamos a nuestros talentos, a nuestros futuros líderes positivos.
Y así estamos, navegando en un mar de incertidumbre y de contradicciones, con chicos y chicas que obtienen el GESO e, incluso el título de Bachillerato, tal como indican los resultados de las PAP del año pasado, sin entender qué leen -ya sea un texto, una gráfica, una nómina, una factura, un prospecto…- o aquello que escuchan; sin saber expresarse, sin bagaje cultural, con la idea de que la sociedad y el mundo se adaptarán a ellos como ha pasado siempre.
Y, ojo, no estamos pidiendo reducir horas o aumentar sueldo. Lo que queremos es trabajar bien y con garantías. Del mismo modo que la salud mental de nuestro alumnado no se arregla con unos minutos de charla y consejos llenos de buenas intenciones, el fracaso escolar y el abandono escolar no se arreglan siendo más permisivos, sustituyendo la lúcida cultura del esfuerzo por una visión lúdica y hedonista de la vida.
Sin tapujos, señores y señoras del sistema, pongan al sistema de nuestro lado. ¿Cómo?
No diciéndonos que valoran y agradecen lo que estamos haciendo, sino ofreciéndonos más recursos humanos, más especialistas (psicólogos, psicopedagogos, terapeutas, profesionales de acogida, expertos en salud y hábitos alimentarios, etc.) para atender más y mejor a la gran diversidad de alumnos que tenemos en las aulas; ofreciendo más docentes para reducir ratio; equiparando, en todos los sentidos y en todos los ámbitos, la escuela concertada con la escuela pública.
No mareándonos con tantas leyes educativas. Con estos cambios, lo único que demuestran es que no les interesa en absoluto la educación ni el futuro de nuestros niños y adolescentes (y, por lo tanto, el futuro del país), dado que utilizan la educación como moneda de cambio en sus asuntos políticos; y lo único que consiguen es más inestabilidad e incertidumbre en las familias, en el alumnado, en los Equipos Docentes y en los Equipos Directivos.
No tomándonos ni tomando a nuestro alumnado como idiotas.
Pensando, dialogando, pactando, elaborando una ley educativa que vaya más allá de los colores y de las ideologías; una ley que tenga como verdadero y único protagonista a nuestros menores, que los proteja, que los cultive, que apueste por su futuro, que no les convierta en holgazanes ni en mediocres, que no insulte su inteligencia. Y teniendo paciencia, dando tiempo para implementarla con tranquilidad y sin angustias, para ver la evolución y comprobar los frutos.
Quizás, así, también las familias y la sociedad en general apoyarían y reconocerían nuestra tarea; y confiarían más en nosotros. Y nosotros no nos sentiríamos tan impotentes y abandonados a la hora de hacer nuestro trabajo con vocación y pasión: ayudar nuestro alumnado a ser buenas personas, personas éticas, sanas, autónomas, confiadas y comprometidas; ayudarlos a convertirse en futuros profesionales con las competencias, los conocimientos, los hábitos y los valores necesarios para ejercer con solvencia, espíritu crítico, responsabilidad y rigor; capaces de enfrentarse a los retos que les ofrecerá la vida, de resolver los nuevos problemas que vengan, de dar respuesta a las dudas que las nuevas realidades les susciten; en definitiva, de hacer de este mundo un lugar mejor.
Es lo único que queremos.
Y ustedes, señoras y señores del sistema, ¿qué quieren?
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Mamen Gargallo Guil es profesora y Jefa de Estudios de Secundaria de un colegio concertado de Barcelona