La caverna educativa

“Imagina unos hombres en una habitación subterránea en forma de caverna con una gran abertura del lado de la luz. Se encuentran en ella desde su niñez, sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello, de tal manera que no pueden ni cambiar de sitio ni volver la cabeza, y no ven más que lo que está delante de ellos”.

(El mito de la caverna, Platón)

 

Eva Serra

Canino es una película de 2009 del director griego Yorgos Lanthimos donde expone un universo familiar, sometido a la tiranía paterna, y aislado por completo del mundo exterior al cual, tanto la mujer como los hijos, tienen prohibido acceder. Gozan de jardín, piscina y una casa amplia y con comodidades, aunque vallada en su perímetro, desde donde confunden los aviones que sobrevuelan por su campo visual con juguetes. Su libertad y su criterio están premeditadamente adulterados. Para refinar su barbarie, el padre de familia empleará una especie de perversión del lenguaje, cambiando los significados de las palabras, y que los prisioneros acatarán con plena normalidad. Como en el mito de la caverna platónica, Canino nos recuerda cómo las sombras que vemos reflejadas en la pared -manipuladas desde el exterior- configuran aquello que consideramos real y que incluso defenderemos frente a quienes intenten liberarnos aportando la luz del conocimiento.

Los actuales diseños (educativos), con un extenso laberinto de complicidades, presentan una falsa percepción amable, confortable y proteccionista del entorno donde el alumnado no debe ser ni obligado, ni forzado, ni arrastrado por la áspera y escarpada subida del conocimiento, convirtiendo a sus discentes en rehenes satisfechos de una manida contra-realidad. Lenta y progresivamente se ha ido alimentando un fuego de artificio para construir unas sombras amigables que distraen de ver las cadenas y que abonan la construcción de un conocimiento subjetivo (ergo falso) desde donde ya no es necesario asomarse al exterior, por cierto, cada vez más eclipsado por esa oscura proyección que desprende la propia caverna. Prisioneros y liberados conviven bajo esta contaminada urdimbre que dificulta discernir las luces de las sombras.

Alegoría de la caverna / Wikimedia – Autor: Veldkamp, Gabriele y Maurer, Markus

Hoy esas sombras ser reflejan, por ejemplo, a través de seductores dispositivos electrónicos en forma de tabletas, teléfonos inteligentes, videojuegos, redes sociales… donde la posibilidad de conocimiento del individuo sucumbe a la porción de la realidad que le es mostrada y en muchas ocasiones con edulcorantes a la carta, cuando no con engaños. La tecnología en sí misma no es negativa, sí su instrumentalización educativa y social. Dicen los grandes maestros de la pedagogía que todo está en la red, que ya no hace falta memorizar contenidos, ni llevar deberes a casa, ni tomar apuntes en las aulas, ni aburrir con clases magistrales… y todo ello lo redondean con innovaciones tan ocurrentes como que las matemáticas son ahora sistemas de igualdad (como los aviones, juguetes). Del mismo modo parecen haber interpretado que las lenguas muertas había ya que enterrarlas. Que la literatura y el arte fueron hobbies del pasado, sin aplicación en las actuales salidas empresariales. Que estudiar filosofía no tiene sentido en un mundo tecnologizado o que el humanismo fue un experimento poco motivador que no conduce a la felicidad. Una reducción tan envolvente y perversa como el perímetro vallado del jardín de la familia griega de Lanthimos.

Plantea Platón: Supongamos ahora que se les libre de sus cadenas y se les cure de su error; mira lo que resultaría naturalmente de la nueva situación en que vamos a colocarlos. Liberamos a uno de estos prisioneros. Le obligamos a levantarse, a volver la cabeza, a andar y a mirar hacia el lado de la luz: no podrá hacer nada de esto sin sufrir, y el deslumbramiento le impedirá distinguir los objetos cuyas sombras antes veía. Te pregunto qué podrá responder si alguien le dice que hasta entonces sólo había contemplado sombras vanas, pero que ahora, más cerca de la realidad y vuelto hacia objetos más reales, ve con más perfección; y si por último, mostrándole cada objeto a medida que pasa, se le obligase a fuerza de preguntas a decir qué es, ¿no crees que se encontrará en un apuro, y que le parecerá más verdadero lo que veía antes que lo que ahora le muestran?

Sí, vale, ¿pero cómo lo arreglamos?

Acceder al texto de Platón

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