Del tiempo y la felicidad (I)

No es de extrañar que si en la sociedad existe un profundo anhelo de felicidad sea la vertiente educativa -sobre la que recae el mito ilustrado de que la educación puede transformar la realidad y conducir a la perfectibilidad de la naturaleza humana- la encargada de instaurar la más dulce y humana de las felicidades.

 

Yeray Rogel Seoane @YerayRogel

La grandeza de las preguntas de la filosofía y su necesidad son tan evidentes como la gloria y esplendor de la belleza. Perder el gusto por la filosofía -el «yo» es un campo de batalla y la filosofía su principal y letal armamento- sería como perder el interés por las cosas bellas y su disfrute. Hay una asombrosa cantidad de cretinos en el mundo, todos ellos ejemplares en su idiocia, sobre todo cuando el mundo político ofrece una imagen tan penosa y desagradable de sí mismo. Pero pocos son capaces de renunciar a la belleza: olvidar el hermoso rostro amado, el primer azul del mar, la prosa de Chesterton, la sorprendente luz de Goya –aunque esté cargada de tinieblas-, o la terrible melancolía de John Ford. Entiéndase entonces mi estupor ante la renuncia a pensar con una mirada filosófica todo mandato educativo, especialmente esta incuestionable cursilada de la felicidad: hacer de los alumnos criaturas felices.

Vivimos un tiempo desquiciado, desajustado y descompuesto: la crueldad económica neoliberal y la precariedad laboral, el regreso de las identidades políticas excluyentes, el incierto horizonte del transhumanismo, el auge de un nacionalismo xenófobo y agresivo, los conflictos militares derivados de la reestructuración geopolítica multipolar y euroasiática, la criminalización de la disidencia política (la declaración de los Acuerdos de Ginebra de 2020 confirma e intensifica el giro neoconservador, necropolítico y heteropatriarcal contra el movimiento feminista y queer), nuevas formas de alienación del mundo (y no sólo del individuo), el miedo a la libertad, la impotencia e indolencia civil, la digitalización forzosa, la degradación de las democracias liberales a tecno-democracias autoritarias, la instauración de la posverdad y los hechos alternativos como esquema cognitivo, y la continuación de las formas más groseras y sórdidas de adicción al poder personal. En ese contexto de desorientación los mitos sobre la felicidad, si bien ya existían, han adquirido el brillo y nitidez de los colores ante un fondo gris; se han convertido en una necesidad hiperbolizada e hipertrofiada por el poder terapéutico y psicológico al ofrecer una realidad ficcional habitable a aquellos individuos desahuciados de su antigua posición de confort y seguridad. Los fines de la educación siempre han sido necesariamente extra-educativos, a-instructivos, dirigidos a configurar y construir, maliciosamente o no, la nueva identidad de los individuos de un orden social deseado. No es de extrañar que si en la sociedad existe un profundo anhelo de felicidad sea la vertiente educativa -sobre la que recae el mito ilustrado de que la educación puede transformar la realidad y conducir a la perfectibilidad de la naturaleza humana- la encargada de instaurar la más dulce y humana de las felicidades. Permítanme dar uno de mis frecuentes rodeos para desmontar el mito de la felicidad en la educación.

Es sabido que a Rafael Sánchez Ferlosio le gustaban los niños por la densidad y novedad del tiempo que transmite su mirada. Paseando un día soleado por El Retiro con su hija de tres años, conocida entre sus amigos como la Torci (Marta Sánchez Gaite 1956-1985, hija también de la escritora Carmen Martín Gaite, perteneció a esa esperanzadora generación de jóvenes españoles de los ochenta que fueron fulminados por las drogas), en los alrededores del quiosco de la música, y por entre los árboles, les sedujo las voces de un teatro de títeres de guante. La obra ya empezada debía de ir por la mitad, a Ferlosio le sorprendió que la niña se quedase fascinada y entusiasmada con el teatrillo sin intentar recabar ninguna información del padre sobre lo que había pasado antes en la trama ni cuál era la relación entre unos y otros personajes. Ella reía a cada frase que entendía como cómica o graciosa, dándose por complacida, a su nivel de comprensión, con el espectáculo y el instante. Y justo ahí escribe Ferlosio en La forja de un plumífero (1998):

De pronto descubrí que no sabía lo que era un ‘argumento’, que no tenía ni noción de que una obra de teatro, aunque fuese una comedia, se suponía que era una serie de hechos enlazados -al menos hechos ‘verbales’- que se sucedían en el tiempo. Para ella no existía tal sucesión; cada instante era puro y pleno presente, sustentado en sí mismo, completamente dueño de su propio ahora, ajeno a cualquier antes y después, acabado y entero de por sí. Comprendí que lo que ella estaba viendo no era nada que pasara u ocurriera en el tiempo, ni siquiera el mero suceder verbal de las interlocuciones enlazadas, como un proceso o un devenir que se moviera entre un antes y un después, sino un puro manifestarse en el ahora que tal vez se repetía quieto en el mismo lugar, si es que este ‘repetirse’  no es una interpretación necesaria y obligada para los que, inmersos en la temporalidad, no concebimos dos o más ahoras más que alineados en una sucesión. Era el manifestarse cada vez autónomo y entero de unos personajes que, a su vez, no consistían más que en su propia manifestación. Por eso la primera referencia en que se plasmó para mí la dualidad de destino y carácter fue la de ‘personajes de existencia’ y ‘personajes de manifestación’; estos segundos eran inmóviles, constantes, no tenían acontecer, y ella (la Torci) logró alcanzarlos, aceptarlos y celebrarlos en su ahora, porque ella no veía razón alguna para que tuviese que haber un ‘argumento’, si es que tenía tan siquiera alguna vaga idea de lo que tal cosa podría ser (al menos ¡no en el teatro, por favor!). Entonces vi que los personajes de manifestación no nacían ni morían ni hacían nada, ni buscaban nada, ni les pasaba nada. Sí, mejor dicho, algo les pasaba: la historieta cotidiana, siempre idéntica en todas sus variantes, que les permitía confirmarse en su invariable manifestación: los personajes de tebeo, Charlot, los bufones o personajes especiales que pintó Velázquez y que Felipe II mantenía en palacio como exorcismo para defenderse del destino, pues el halcón de la Historia, lo llevaba ahora en la muñeca, bien aferrado con sus garras al brazalete de cuero, Richelieu”.

En un simple paseo Ferlosio ofrece dos modelos para pensar el tiempo y su argumento. Si escribió sobre estos temas lo hizo en contra de Ortega y Gasset y sus ocurrencias (perogrulladas) sobre la persona como proyecto, que denominó ‘ortegajos’; en contra también de los discípulos que como moscas rodean el alimento marchitado. Ortega fue, según José Ferrater Mora, una gran cordillera cultural, y nadie que fuera algo en el pensamiento español del SXX, de una u otra ideología y hasta la muerte del pensador en 1955, pudo dejar de pagar su peaje intelectual con don José, o dejar de medirse con su pensamiento y enfrentarse a su sombra por muy precaria o brillante que nos pueda parecer hoy. Representando también, y en extenso, para la generación del 56 una especie de iniciático ritual cultural y psicoanalítico: matar al padre intelectual de la época y socavar su autoridad para superar una triste etapa histórica. Ortega fue un personaje olvidado y ausente en los años de la Transición (1975-1982), probablemente por su silencio durante la dictadura franquista, que sufriría una neutral y apolítica recuperación como figura ‘liberal’ de la tercera España cuando esos jóvenes estudiantes de la transición llegaran malogradamente a ocupar puestos áulicos y profesorales en la Universidad y a desarrollar su revisionismo histórico durante los decepcionantes años del felipismo (el gobierno ‘socialdemócrata’ trampantojo de Felipe González). Muchas figuras intelectuales y políticas de referencia como Manuel Sacristán, Gustavo Bueno, J.L.L. Aranguren, R.S.Ferlosio, Xavier Zubiri, y otras menos felices del mandarinato cultural franquista como Laín Entralgo, R.S. Mazas, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar y Rafael Lapesa confesaron su inexorable paso por el pensamiento y los escritos de Ortega y Gasset. Ciertamente hoy podríamos analizar qué elemento, si el político o el filosófico, tuvo más peso en ese ambivalente intento de parricidio y revisionismo cultural (el libro de Gregorio Morán, El maestro en el erial (1998), es una pieza fundamental y esclarecedora sobre este asunto y sobre la vida y obra de Ortega en la cultura del franquismo).

Ferlosio le debe las ideas sobre el tiempo a Walter Benjamin y su texto Destino y Carácter (1921), donde se establece la distinción entre personajes de destino y personajes de carácter a los que denomina personajes de existencia y personajes de manifestación respectivamente. Podemos relacionar, dado que el tiempo y su sentido en la dimensión humana es indiscernible del balance y la felicidad, los dos personajes del tiempo con dos nociones de felicidad entendidas o bien como proyecto y programa orteguiano de vida (la vida en el tiempo) o bien como una felicidad espontánea no subordinada ni a los cálculos ni a la recta línea del Tiempo (la vida contra el tiempo), ni a los engaños e ilusiones de control sobre la Realidad. Dos pensadores españoles encarnan a la perfección ambos modelos: véase la noción del tiempo como vida proyectiva y la felicidad como un imposible necesario en el filósofo Julián Marías, personaje de Destino, y el tiempo vacío de Agustín García Calvo, propio de los personajes de Carácter, como dicotomías enfrentadas.

___

Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

Deja un comentario

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Ver más

  • Responsable: Fundació Episteme.
  • Finalidad:  Moderar los comentarios.
  • Legitimación:  Por consentimiento del interesado.
  • Destinatarios y encargados de tratamiento:  No se ceden o comunican datos a terceros para prestar este servicio. El Titular ha contratado los servicios de alojamiento web a Nominalia que actúa como encargado de tratamiento.
  • Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional: Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.