El «MIR» (in)docente o la liquidación de la Secundaria

Si lo que se quiere es convertir la Secundaria en una Primaria eternizada, entonces el MIR docente es el penúltimo eslabón -los anteriores han sido, entre otros, los Institutos-escuela y la dispersión curricular-, hacia la constitución de un cuerpo único docente, el sueño húmedo de la Administración y de algunos sindicatos, desde los 6 a los 18 años, por abducción del de Secundaria en el de Primaria. Algo que es en sí mismo conceptualmente aberrante.

 

Xavier Massó

La mejor de las ideas, aplicada en un contexto desfavorable o, simplemente, inadecuado a ella, puede ser de efectos devastadores. Lo que puede funcionar razonablemente bien en determinados ámbitos, puede hacerlo igual de razonadamente mal en otros. El MIR docente no es probablemente ni muy buena ni muy mala idea, pero en el contexto actual, y con la intencionalidad que se le intuye, puede obrar una catástrofe irreversible.

Con un sistema educativo pedagógicamente fundamentado en verdades de fe incuestionables, y con la figura del alumno convertida en centro y objeto del sistema, desresponsabilizado por este mismo sistema, no parece sino que cualquier disfunción solo puede ser atribuible al docente. Y decidido que a los docentes les falta formación (pedagógica, parece ser), la propuesta de un MIR docente, impulsada desde los áulicos laboratorios de milagrería educativa, apunta claramente en esta línea, pero desde una visión muy alicorta del contexto; de vuelo gallináceo, podríamos decir. Aun así, hay cada vez más consenso político, social y mediático sobre la urgente necesidad de aplicar tal medida. No es cosa, pues, de tomarlo a broma, porque no es una bravuconada, van en serio. ¿Pero qué es el MIR docente y qué va a cambiar o a solucionar exactamente?

El acrónimo MIR –Médico Interno Residente- proviene del sector sanitario, donde lleva años aplicándose. Consiste en un examen cuya superación faculta para acceder a una plaza de médico especialista en formación en el Sistema Nacional de Salud. Una etapa de varios años, bajo la tutorización y supervisión de los correspondientes médicos titulares y especialistas, que permite obtener una especialidad médica y una plaza. Un sistema formalmente no muy distinto del que se aplica en el ejército a los oficiales egresados de las academias militares, o al que hasta los años sesenta del siglo XX se había empleado con los maestros nacionales, hoy maestros de Primaria.

Tras cuatro años de Bachillerato elemental –que concluía a los 14 años con la preceptiva reválida-, y tres en la Escuela Normal –hoy Facultad de Magisterio-, el recién titulado maestro obtenía directamente un destino en alguna escuela y, tras las correspondientes prácticas, tomaba posesión de su puesto de trabajo. No es, pues, algo tan novedoso como se nos está vendiendo. Este modelo funcionó, como mínimo, desde de la Ley Moyano (1857) y durante algo más de un siglo, en el cuerpo de maestros nacionales, hoy de Infantil y Primaria.

No así en el cuerpo de profesores de la antigua Enseñanza Media -la actual Secundaria-, donde nunca se aplicó este modelo… por algo tan sencillo como que su propia estructura lo hace inviable. Los maestros de Primaria constituyen un cuerpo docente destinado a la iniciación en enseñanzas propedéuticas, materias instrumentales en su nivel académico más elemental; y por esta razón, fundamentales. Precisamente por esto constituían, y constituyen, un cuerpo cuyos miembros se han formado, todos ellos, en una misma institución: las antiguas Escuelas Normales o las actuales Facultades de Magisterio. Un único cuerpo, el criterio de partida del cual es su carácter homogéneo, dentro de la progresiva especialización.

En Secundaria era y sigue siendo muy distinto. Sus miembros no proceden de una única institución en la cual se hayan graduado, sino de las distintas facultades o entidades análogas, en las cuales han estudiado la especialidad que luego enseñarán en el instituto: Matemáticas, Filologías, Geografía, Historia, Biología, Geología, Filosofía, Informática, Educación Física, Música… El criterio de partida es su carácter heterogéneo, por sus distintas procedencias disciplinares, y el denominador común la docencia de diferenciadas especialidades académicas. A la inversa, pues, que en el cuerpo de maestros de Primaria.

Por esto el mecanismo de acceso es la oposición pública por especialidad, cuyo dominio, previa titulación superior, hay que acreditar. De ser pensable algún modelo MIR en Secundaria, y dado que poco tiene que ver la enseñanza de la Química con la del Latín, éste tendría que estar, en cada caso, organizado e impartido por departamentos de Didáctica de cada una de las respectivas facultades universitarias, con las consiguientes prácticas en institutos, guiadas y supervisadas por profesores de Secundaria igualmente especialistas en la materia que corresponda. Éste es el único MIR posible en Secundaria. Algo que, por supuesto, las actuales propuestas no contemplan ni siquiera como hipótesis de trabajo. El principio de especialidad es fundamental en Secundaria; eliminarlo o erosionarlo es ni más ni menos que entender dicha etapa como una extensión de la Primaria. Y no lo es, ni por el nivel de conocimientos que se imparte, ni por las edades del alumnado.

Tampoco, por más institucionalizado que esté, tiene mucho sentido que a un matemático le instruya en la enseñanza de las matemáticas un pedagogo. Para un profesor de Secundaria, la Pedagogía puede ser ciertamente una valiosa herramienta auxiliar, pero nunca el centro ni la columna vertebral de su praxis docente, que se ha de fundamentar en el dominio de su especialidad y en el de la didáctica de ésta; algo que sólo se puede adquirir con la experiencia y el concurso de especialistas en la materia en cuestión. Estamos hablando, claro, de transmitir conocimientos, con la finalidad de que sus destinatarios los aprendan. Y el conocimiento humano, por más que a algunos les atribule solo mencionarlo, está tematizado y sistematizado según su objeto y el modo de aproximarse a él. Esto es así y no hay otra; aquí y en Tegucigalpa.

Proponer, como se está proponiendo, un MIR docente bajo la férula de los máster de Secundaria, actualmente monopolizados por las facultades de Pedagogía, significa obviar la especialidad académica y convertir al profesor de Secundaria en un maestro de Primaria. Y desde el más profundo respeto y admiración por ambas profesiones docentes, lo dicho, ni los conocimientos requeridos son los mismos ni del mismo nivel, ni las edades de los alumnos lo son tampoco. Seguir abundando en el adoctrinamiento pedagogista del profesorado tendrá como efecto la progresiva infantilización de la población escolar hasta los 18 años, y suma y sigue.

Por otro lado, la pretensión de homogeneizar el cuerpo de Secundaria a imagen y semejanza del de Primaria es inviable, toda vez, claro, que entendamos las diferencias constitutivas de cada etapa y sus requisitos. Ahora bien, si lo que se quiere es convertir la Secundaria en una Primaria eternizada, entonces el MIR docente es el penúltimo eslabón -los anteriores han sido, entre otros, los Institutos-escuela y la dispersión curricular-, hacia la constitución de un cuerpo único docente, el sueño húmedo de la Administración y de algunos sindicatos, desde los 6 a los 18 años, por abducción del de Secundaria en el de Primaria. Algo que es en sí mismo conceptualmente aberrante.

Y el resultado, la desaparición de la Secundaria como etapa diferenciada y con sus propias características constitutivas. Si esto es lo que se pretende, adelante con los Institutos-escuela, con los currículos desestructurados y con el MIR (in)docente. Incluso puede que con la promoción de curso automática y el título de graduado universalizado por decreto, apenas se note el estropicio… de momento. Al contrario, se habrá acabado con el fracaso y el abandono escolar, al menos estadísticamente. Eso sí, el último no hace falta que apague la luz; la factura ya la pagarán los de siempre. Como siempre.

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Xavier Massó es presidente de la Fundación Episteme y catedrático de secundaria por la especialidad de Filosofía. Autor del libro ‘El fin de la educación’ y coautor de ‘La educación cancelada‘.

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