El calendario: Un ejercicio de poder

Si se cambia el calendario es para demostrar quién manda (o quién pretende mandar), tal como se ha hecho en otros periodos históricos. Es una manera de echar un pulso con el profesorado, simulando contar con la aquiescencia de las familias. Parafraseando a Orwell podríamos decir: “Quién controla el presente (autoafirmando su poder), controla el futuro (determinando los calendarios); quién controla el futuro, controla el pasado (borrando de la memoria lo que había antes)”.

 

Josep Otón

El calendario es un gran invento de la humanidad. Permite adaptar la vida a las variables climatológicas, así como realizar previsiones con el fin de planificar las actividades y, también, conmemorar acontecimientos significativos para un colectivo.

Las diversas civilizaciones han desarrollado sistemas, algunos de muy sofisticados, para gestionar el tiempo; sistemas que han propiciado grandes adelantos científicos en campos como la astronomía, la botánica o la ingeniería.

Sin embargo, desde el punto de vista sociológico, establecer un calendario es un acto de poder. No explicaré ejemplos históricos para no ofender a nadie, pero es evidente que la implantación de una determinada manera de contar los días es una medida cuyo objetivo es imponer un modelo de sociedad. Preguntas cómo “¿desde qué fecha empezamos a contar los años?” o bien “¿cuáles son las celebraciones principales durante el año?” no son, en modo alguno, cuestiones intrascendentes. Además, recordamos que la jornada laboral de cinco días o las vacaciones han sido una conquista de la lucha de los trabajadores.

El calendario escolar en Cataluña es motivo de una fuerte controversia. A menudo se plantea como un problema de los docentes que no quieren renunciar a sus vacaciones. No es así. Maestros y profesores siempre empiezan a trabajar el primer día de septiembre.

También se argumenta que esta medida promueve la conciliación familiar. Si bien a menudo enseñanza y conciliación familiar pueden ser términos complementarios, el objetivo de la educación no es atender a los niños para permitir que los padres puedan ir a trabajar.

Hay otras entidades cuya función es encargarse de entretener a los pequeños, pero quizás la Administración no se quiere hacer cargo. La educación del tiempo libre está pensada para realizar este cometido: ofrecer actividades durante los fines de semana y las vacaciones.

Por otro lado, como se tienen que mantener los días lectivos, las familias se tendrán que espabilar para encontrar soluciones, no ya los primeros días de septiembre, sino los días denominados “de libre disposición”. Se trasladará el problema de unas fechas a otras.

El curso no empezaba a mediados de septiembre por un motivo arbitrario, sino climatológico. En nuestra latitud, todavía hace mucho calor en septiembre y no se puede estar en unos espacios que no son adecuados. Las aulas están pensadas para ser utilizadas en otras épocas del año. Por supuesto, no basta con instalar algún ventilador.

Quizás sería más fácil organizar durante los primeros días de septiembre actividades de tiempo libre subvencionadas. Además, sería una buena transición para los niños que evitaría el cambio brusco entre las vacaciones con la familia y la enseñanza reglada dentro del aula.

No, si se cambia el calendario es para demostrar quién manda (o quién pretende mandar), tal como se ha hecho en otros periodos históricos. Es una manera de echar un pulso con el profesorado, simulando contar con la aquiescencia de las familias.

Parafraseando a Orwell podríamos decir: “Quién controla el presente (autoafirmando su poder), controla el futuro (determinando los calendarios); quién controla el futuro, controla el pasado (borrando de la memoria lo que había antes)”.

No es un problema de vacaciones, sino de imposiciones.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

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