Virginia Tech (Notas sobre la violencia)

Parece contraintuitivo sostener, como se deduce de las ideologías woke, que los alumnos son producto de la violencia estructural, y me inquieta pensar que al correr los años muchos, ya adultos, prefieran volver a su propio pasado a condición de que sea una historia de violencia. Es tentador abandonarse a uno mismo para explicarse a través de la victimología, buscando el sentido que nos faltó en un pasado incomprendido y que hoy rechazamos traumáticamente.

 

Yeray Rogel Seoane  | @YerayRogel

La infancia es el lugar común de la memoria literaria, un lugar todavía no desinfectado de mitos. En ocasiones podemos encontrar entre los escritores algún relato desacomplejado de ese período que afronte con sinceridad las agrias escenas de violencia infantil, sin pretender compadecer a la víctima ni perdonar al verdugo. En el libro Conversaciones con J.P. Sartre de Simone de Beauvoir –grabaciones realizadas en Roma durante el verano y principios de otoño de 1974- se recuerda la etapa educativa de Sartre en La Rochelle, en la provincia conoció algo lamentable que nunca olvidó: el carácter formativo de la violencia. Fue durante los años de la primera guerra mundial, y por emulación los niños franceses se pegaban con los niños alemanes, que eran siempre el enemigo. Se sacudían palizas sin conocerse simplemente porque: “ellos iban vestidos de una manera más tosca que nosotros. Venían a provocarnos e intercambiábamos puñetazos (…) cuando peleábamos con los golfillos la lucha nos hacía burgueses”. Cuando aprendió esa hostilidad, que en parte constituye la relación de los hombres entre sí, interiorizó un sentimiento de libertad que antes era una vaga impresión, aunque evidentemente chocaba con los obstáculos de manera constante. Sartre concluye con la confesión que todo adulto se permite ante la insuficiente unidad del yo: “Yo era mi propia víctima”.

Este recuerdo de violencia infantil obedece a lo que en su libro ’Sobre la violencia‘ el filósofo Slavoj Zizek denominó violencia subjetiva, aquella violencia que es visible y física, susceptible de ser retransmitida por los medios de comunicación y que priorizan sobre cualquier otra, especialmente frente a formas de violencia invisible como la objetiva, intrínseca al sistema, que al no infligir violencia directa sino estructural pasaría desapercibida siendo la más determinante. Los utopistas educativos, separados del mundo de la vida y de la experiencia concreta de la realidad, asumen con gran facilidad esta idea de violencia estructural impidiendo la posibilidad de pensar al margen de su esquema dogmático de sugestión. Esta ideología educativa ya no se ocupa de predecir y controlar las leyes de las fuerzas históricas, una vez perdido su prestigio, tal como hacían las viejas ideologías estetizantes del continente, pero mantienen ese estúpido afán de refundar permanentemente la historia. El pensamiento ideológico acertó en explicar lo que es a través de lo que ha llegado a ser, pero falló al mistificar el devenir para encontrar una “realidad más verdadera” que la registrable. Es difícil asumir la ausencia de fundamentos. Así la violencia visible que todos podemos comprobar empíricamente deriva de una más verdadera, originaria y fundacional. Negando el porque sí espontaneo y contingente de la realidad. Si bien no es despreciable intelectualmente la gradación de las distintas formas de violencia, me parece que olvidan que si todo es violencia nada lo es, al modo de la culpa general: si todos somos culpables y no hay al menos un inocente no hay realmente ningún culpable; condenando a la víctima a la irrelevancia. En este sentido la violencia estructural carece de un significado preciso que no sea vago y metafísico. La confusión de la ideología educativa al identificar violencia y poder da lugar a identificar también la institución escolar con la violencia estructural. Pero necesito algo más que el ejemplo de unas simples peleas infantiles.

Voy en busca de matanzas, encuentro la peor en la Wikipedia: La masacre de Virginia Tech fue un asesinato masivo que ocurrió el 16 de abril de 2007 en el Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia (conocido como Virginia Tech), en Blacksburg, VirginiaEstados Unidos. En el incidente murieron 33 personas, incluyendo al único autor que inició el tiroteo, ​y 29 personas resultaron heridas. Es el peor ataque a una universidad en la historia de Estados Unidos. ​El autor de la masacre fue identificado por las autoridades como Seung-Hui Cho, un estudiante surcoreano de literatura inglesa, criado en Virginia y residente en la universidad”.

Hannah Arendt comprendió, y a ella se le deben estas notas, que poder y violencia son dos fenómenos distintos que en la mayoría de las ocasiones aparecen relacionados con los mismos acontecimientos políticos, quizá formando parte de un mismo proceso. La experiencia, como vemos en Virginia Tech y en el caso Sartre, de menor intensidad, nos indica una conclusión contraria a las especulaciones teóricas: la violencia no es lo mismo que el poder, más bien, es fruto de la impotencia política y el vacío de poder. Es decir, cuando el orden está en disputa a causa de su insuficiencia. La violencia sólo aparece ante algún tipo de quiebra de las formas simbólicas de poder, cuando la coacción y la amenaza son inútiles, cuando se produce una ruptura de las relaciones de dominación por el agotamiento de su legitimidad o cuando la risa imparable lo llena todo de descrédito. O sencillamente cuando se incuba el nihilismo. Si bien es difícil pensar violencia y poder como opuestos radicales, cabe interpretarlo como un complejo vínculo irregular y discontinuo, nada evidente y en determinadas circunstancias contradictorio. Ninguna de estas distinciones hace menos dramático y bochornoso el ejercicio de la violencia ni menos terribles e insoportables las abusivas exigencias del poder.

Parece contraintuitivo sostener, como se deduce de las ideologías woke, que los alumnos son producto de la violencia estructural, y me inquieta pensar que al correr los años muchos, ya adultos, prefieran volver a su propio pasado a condición de que sea una historia de violencia. Es tentador abandonarse a uno mismo para explicarse a través de la victimología, buscando el sentido que nos faltó en un pasado incomprendido y que hoy rechazamos traumáticamente. Hay algo reconfortante en ser parte de una historia externa (pues el yo actual no es exactamente el yo del pasado) y disolver el yo y la responsabilidad (que es siempre una ficción), junto al azar que determinó nuestra vida, en una visión abstracta e improbable de la violencia. El sombrío ejemplo de VirginiaTech nos muestra que el orden es el poder (la escuela) y el desorden la violencia (la disolución de la escuela), que si aparece la violencia absoluta desaparece el poder absolutamente. Los momentos de irrupción de la violencia extrema en las aulas del mundo occidental, que es el que conozco, precisamente no son la norma sino la excepción. Los alumnos tienen (o tenían) una experiencia clara y directa de la coacción y la autoridad, necesarias para enseñar, pero de un modo confuso y atenuado de la violencia. Eso no significa que las escuelas y las universidades sean un lugar totalmente seguro donde no existen lógicas denigrantes, desigualdades inaceptables y corrupción. El alumno, en cualquier nivel, pasará por experiencias incómodas y situaciones desagradables de profunda vergüenza fruto de la jerarquía educativa y de los previsibles fracasos morales, personales e intelectuales. Todo eso es desdichadamente posible y en muchos casos remediable. Distinguir entre violencia y poder no es más que un ejercicio filosófico de comprensión de la realidad, con ello no pretendo reducir la importancia trágica de la violencia en la vida de las personas, en especial de los estudiantes, pero sí pretendo dimensionar en su magnitud el problema, afirmando que la violencia no es el principal problema en las escuelas, aunque sí el más letal y aterrador cuando se da.

En nuestro tiempo pueril estas reflexiones me costarán la acusación de “negacionista” de la violencia, algo parecido a hacerme cómplice de ella. Bien está, el malentendido y la mala fe son el precio a pagar por escribir. Sin duda, las formas masivas y absolutas de violencia conducen al exterminio y a la supresión física de los individuos como en el caso Virginia Tech, algo incontrolable y caótico sobre lo que hay poco que decir. Sin embargo, las formas de violencia menor tipo Sartre  se seguirán dando en el sistema educativo de manera inexorable, y creo que deberían inspirar autoanálisis sin culpabilización parecidos a los del Sartre adulto respecto al joven Sartre de provincias que intenta explicarse de un modo complejo y sin atajos quién fue y qué le sucedió, sin renunciar a sí mismo.

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

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