Simone Weil, el Pòsit de Vilanova y los conocimientos

Para ser modernos nos pensamos que tenemos que ofrecer enseñanzas prácticas y vinculadas al entorno inmediato. Tal vez no fuera este el propósito de las universidades populares, de los ateneos y de tantos centros de estudios y de formación que veían como un agravio comparativo el hecho de privar a los sectores populares de los conocimientos disponibles para las clases acomodadas.

 

Josep Otón

Este verano, fui invitado por el Grup d’Estudis Sitgetans @GESitgetans a participar en un acto organizado con motivo de los 80 años de la muerte de la filósofa Simone Weil. Mi aportación consistió en una visión panorámica de la vida y de la obra de esta fascinante pensadora. A su vez, Vinyet Panyella @vinyetp, presidenta del Consell Nacional de la Cultura i de les Arts, analizó su obra poética. Y el historiador Jordi Milà @JordiMil1 centró su intervención en la estancia de Simone Weil en Sitges durante el verano de 1936. En concreto, se refirió a su ingreso, después del accidente sufrido en el frente de Aragón, en el Hospital de sangre instalado al hotel Terramar Palace, un lujoso edificio inaugurado en abril de 1933 e incautado en agosto de 1936 para ponerlo al servicio del comité de milicias antifascistas.

Previamente, Jordi Milà recordó el viaje de Simone Weil a Barcelona, realizado con sus padres y su amigo, el filósofo y activista comunista Aimé Patri, durante las vacaciones de 1933. Después de unos días en la ciudad, Weil y Patri se dirigieron a Vilanova i la Geltrú, donde parece que Patri conocía a alguien. En esta ciudad se produjo una anécdota relevante. Al visitar el Pòsit, Weil quedó gratamente sorprendida al ver un pescador leyendo a Goethe. Tal fue la impresión que esto le generó que decidió regalarle un ejemplar de las Confesiones de Rousseau, que ella misma acababa de comprar en Barcelona.

Al finalizar el acto, durante el turno de preguntas, intervinieron varias personas del público, muchas de ellas vinculadas al mundo literario y cultural. En especial, querría destacar una pregunta formulada por Enric Garriga @garrielies, nieto del primer presidente del Pòsit de Pescadors de Vilanova. Esta entidad, creada al 1921, fue un claro ejemplo de organización obrera, comunitaria y cooperativista. Uno de sus objetivos principales era la difusión de la cultura. No en vano, una de las asociaciones fundadoras era la Sociedad Coral “los Pescadores”. Así mismo, disponía de una biblioteca móvil para elevar el nivel cultural del Barrio de Mar. En el local, además de organizar fiestas y bailes, se celebraban conferencias y asambleas, y en su escenario se representaban obras de teatro amateur. Además, se creó una escuela para los hijos de los pescadores para que no tuvieran que desplazarse a la zona alta de la ciudad.

En este contexto, Enric Garriga preguntó con acierto si Simone Weil se encontró casualmente con el Pòsit o fue expresamente a Vilanova para verlo. Conociendo el compromiso de Weil con la formación de los obreros, no resulta inverosímil pensar que efectivamente fue a Vilanova para conocer esta iniciativa cívica que promovía el acceso de los pescadores a la cultura.

Hoy, cuando parece que la educación competencial está desplazando el conocimiento de las aulas, el testimonio de aquel pescador de Vilanova que leía a Goethe, el impulso cultural propiciado por el primer presidente del Pòsit, Enric Garriga, conocido como “el Rebelde”, y el interés de la filósofa Simone Weil por la formación de los trabajadores nos tendría que hacer reflexionar si tenemos derecho a expulsar de los planes de estudios actuales el legado cultural que hemos recibido.

Para ser modernos nos pensamos que tenemos que ofrecer enseñanzas prácticas y vinculadas al entorno inmediato. Tal vez no fuera este el propósito de las universidades populares, de los ateneos y de tantos centros de estudios y de formación que veían como un agravio comparativo el hecho de privar a los sectores populares de los conocimientos disponibles para las clases acomodadas. La cultura es patrimonio de todo el mundo y pensar que tenemos que atraer el interés de los jóvenes alejándolos de los conocimientos que han construido nuestra sociedad es una grave negligencia.

Devaluar la cultura no es un signo de progresismo sino de demagogia. Hay que recuperar la tradición de democratizar los conocimientos. La equidad solo es posible si se garantiza la igualdad de oportunidades en el acceso al patrimonio científico y humanístico de nuestra sociedad.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

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