La escuela bonsái

Si a alguien se le ha privado, se le está privando, del espacio vital necesario para desarrollarse integralmente, es preciso evitar también que sea capaz de caer en la cuenta de tal privación. Y para esto está el sistema educativo innovador de nuestros tiempos hodiernos. La pieza que faltaba para completar el puzle.

 

Xavier Massó @XmaSecundaria

En el ya lejano 1988, Manuel Vázquez Montalbán, de cuya muerte se cumplen hoy veinte años –sirva pues este texto, también, de homenaje a su memoria-, escribía un memorable artículo en el cual, con el nombre de La quinta del bonsái, denunciaba el Plan de Empleo Juvenil del gobierno del PSOE, que otorgaba rango legal a los conocidos entonces como contratos «basura» y los elevaba a la categoría de «conquista social».

Nos recordaba el autor que un bonsái es un árbol al que se ha privado intencionadamente del espacio vital para crecer, con la finalidad de impedir el desarrollo natural del árbol retoño y convertirlo en un adulto en maqueta. Y se lamentaba de que, si nadie le ponía remedio, algo así iba a ocurrir con las hornadas de jóvenes afectados por esta ley: se les iba a impedir convertirse en adultos, por el procedimiento de privarlos del espacio vital, laboral y social necesario para ello.

Forzados a vivir permanentemente bajo tutela, de la familia, del estado, del auxilio social, de la subvención o de los «apaños», en situación de precariedad sistémica, como carne de cañón laboral y de consumo. Una forma como otra, decía, de evitar que los árboles más amenazadores del bosque se conviertan en un peligro. Remataba el artículo con una demoledora frase sobre esta nueva categoría biológica y moral del bonsái humano: “condenados a no poder crecer, si no quieren salir de la fotografía”.

Dichosos ellos, porque al menos sabían que podían salir de la foto y el precio que iban a tener que pagar por ello. Pero faltaba todavía algo para que todo encajara plenamente con el modelo tan sabiamente diseñado. Sí, se puede privar del espacio vital para desarrollarse a toda una generación, se puede reducir a la inexistencia social al que se vaya de la foto y hasta arrojar de ella al que se mueva o, en este caso, crezca o decida crecer. Pero no basta con esto; muchos pueden crecer más de la cuenta y dejar de caber en el estrecho marco de la cámara. Hasta puede que arrastren a los demás y que la foto se quede vacía por falta de figurantes. Y, por definición, es necesario que la foto esté llena, a rebosar. Nadie debe poder escaparse de ella: es condición necesaria; de lo contrario, el sistema entra en implosión. Y esto es precisamente lo que hay que evitar a toda costa.

Hoy en día, el objetivo, el auténtico sueño húmedo de la ingeniería social diseñada a este efecto, no es ya conseguir que el que se mueva no salga en la foto y quede arrojado a las tinieblas del más obscuro ostracismo –este objetivo ya se ha alcanzado-, sino que nadie quiera salir de ella; que nadie quiera crecer. Y lo mejor para conseguir esto es que nadie se lo pueda ni tan sólo proponer como disyuntiva. No basta con que se le haya convencido de que es una mala idea y que por esto debe rechazarla; con esto no sería suficiente, porque siempre puede tomar la decisión «equivocada». No, se trata de que no sepa que no sabe que puede planteárselo. Es decir, que los términos en los que se plantea la disyuntiva estén fuera de su marco categorial, que le sean por completo ajenos.

Como en el caso del infeliz protagonista de la película El Show de Truman, se trata de que su horizonte conceptual no alcance más allá del entorno en que se enmarca la foto. Y para esto hace falta una escuela invertida, una flipped school: la que en la década siguiente aportó la LOGSE –y sus sucesivas secuelas-, la ley que puso patas arriba el sistema educativo con el inconfesable objetivo de ponerlo al servicio de la ingeniería social que estaba pergeñando el nuevo modelo –las demandas del mercado, le llaman-, aun al precio de traicionar su misma esencia y milenaria tradición, convirtiéndolo en lo opuesto de lo que había sido desde los tiempos de la Ilustración, cuando Kant nos exhortaba al sapere aude que debía emanciparnos de la minoría de edad culpable. Hoy estamos siguiendo el camino inverso, hacia una nueva minoría de edad, inocente en este caso, por inconsciente, pero con un monipodio culpable de lesa humanidad.

No lo olvidemos, un bonsái no es un árbol retoño, es una deformidad biológica inducida. Transferida directamente esta idea del reino vegetal al humano, lo que tendríamos es lo que la alquimia hermética denominaba un «homúnculo». Es decir, un ser humano con un cuerpo morfológicamente adulto, pero del tamaño de un bebé o aún más miniaturizado. Y no, no es de eso de lo que se trata; porque el homúnculo, aunque, según parece, no acostumbraba a ser el caso, bien podría pensar como un adulto. Y eso es precisamente lo que hay que evitar. No, no es con un homúnculo a la manera de los de Paracelso con lo que nos las habemos, sino con un bonsái psíquico e intelectual, no físico. De lo que se trata es de perpetuar el psiquismo infantil, extrínsecamente inducido, en el adulto «infantilizado».

Ahora, como en 1988, se sigue hurtando a los jóvenes el espacio vital, en lo social, en lo económico y en lo moral; la «novedad» es la introducción de privaciones análogas en el ámbito del psiquismo. Para que no se le ocurra a nadie ni preguntarse por su situación, siempre remitido al hic et nunc, al aquí y ahora de la inmediatez más ramplona. Si a alguien se le ha privado, se le está privando, del espacio vital necesario para desarrollarse integralmente, es preciso evitar también que sea capaz de caer en la cuenta de tal privación. Y para esto está el sistema educativo innovador de nuestros tiempos hodiernos. La pieza que faltaba para completar el puzle.

Así, nadie se planteará si quiere y si puede salir de la foto, porque se le habrá hurtado el marco categorial necesario para entender que se lo puede plantear y que puede decidir hacerlo. La forma de conseguirlo es una escuela que no enseñe, una escuela bonsái. Como la que tenemos.

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Xavier Massó. Secretario General del Sindicato Professors de Secundària (aspepc·sps). Presidente de la Fundación Episteme.

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