Peter Pan pedagogo

Hay que transmitir conocimientos y enseñar destrezas a fin de preparar a los más jóvenes para construir su propio futuro. En consecuencia, no se les puede privar del legado cultural con la excusa de lo sucedido en tiempos pretéritos. De lo contrario, corremos el riesgo de cronificar la inmadurez, de crear nuevos Peters Pan.

 

Josep Otón

La etimología de la palabra “pedagogo” nos remite a la persona que conduce (agein) a los niños (paidos). En la antigüedad, era el esclavo que llevaba a los estudiantes más jóvenes a la escuela. A su vez, Peter Pan, el personaje creado por el novelista escocés James Matthew Barrie, lleva a los niños, como Wendy y sus hermanos, al “País de Nunca Jamás”, un mundo de fantasía donde “aprenden” a ser niños y a liberarse de las convenciones preadultas.

Probablemente, la historia de Peter Pan refleja rasgos autobiográficos del autor. Su niñez estuvo marcada por acontecimientos dramáticos que sin duda influyeron en el desarrollo de su personalidad. Su hermano mayor, David, murió en un accidente mientras patinaba sobre un lago helado la víspera de su cumpleaños, cuando iba a cumplir 14 años. James solo tenía 6 años cuando se produjo la tragedia y tanto él como su madre recordaron siempre al hermano fallecido como un joven adolescente. Posteriormente, también murieron dos hermanos más pequeños.

El concepto de la infancia se convirtió casi en una obsesión para Barrie. Le afectó profundamente pensar que él tenía la posibilidad de crecer mientras que sus hermanos difuntos nunca llegarían a la edad adulta. Además, sus padres lo ignoraban e, imbuidos por el espíritu victoriano, le escatimaban el afecto que tanto necesitaba. Físicamente tuvo graves problemas en su desarrollo y, a pesar de contraer matrimonio, no llegó a tener hijos biológicos. En cambio, trabó amistad con la familia Llewelyn Davies. Representaba breves obras de teatro con sus hijos -George, John, Peter, Michael y Nicholas- y los llevaba a jugar a los jardines de Kensington. Al morir los padres, se hizo cargo de los niños.

Estos hechos incidieron en la creación del personaje Peter Pan. La primera versión de la historia se publicó en 1902 en el libro El pequeño pájaro blanco que incluía unos capítulos titulados «Peter Pan en los jardines de Kensington». El nombre del personaje proviene de dos fuentes: Peter era uno de los cinco muchachos de la familia Llewelyn Davies, y Pan, una deidad menor de la mitología griega que representa el estado natural en contraste con la civilización. Peter Pan es un espíritu libre, demasiado joven para asumir las constricciones de la educación o las responsabilidades de los adultos.

Parece lógico pensar que, con su obra, James Barrie intentaba superar las secuelas de los trágicos acontecimientos que empañaron su niñez recuperando la ingenuidad previa al accidente de su hermano mayor. La relación con los niños de la familia Llewelyn Davies iba encaminada también en esta misma dirección. Todo esto queda patente en el título de su obra de teatro estrenada el año 1904, y después convertida en novela, Peter Pan o el chico que no quería crecer.

James Matthew Barrie fue un escritor valorado por sus obras, pero seguramente no fue tan buen educador. Quiso preservar a los muchachos de la familia Llewelyn Davies de la dureza de la vida cobijándolos en una niñez fantasiosa. Aun así, sus respectivas vidas no discurrieron en el “País de Nunca Jamás”. Incluso, dos de ellos acabaron suicidándose.

La escuela es una institución cuya función es facilitar el paso de la niñez a la edad adulta. Por eso, debe proporcionar a los más jóvenes el bagaje cultural acumulado por las generaciones anteriores para que así puedan tomar el relevo. Ahora bien, la institución escolar está gestionada por adultos que, en su momento, fueron niños. Quizás, en ocasiones, se intenta resolver por la vía de la transferencia problemas mal resueltos de la propia infancia. O, incluso, se pretenda revertir injusticias otras épocas y conjurar los fantasmas de la represión padecida.

La educación no puede convertirse en una excusa para saldar cuentas con el pasado. Hay que transmitir conocimientos y enseñar destrezas a fin de preparar a los más jóvenes para construir su propio futuro. En consecuencia, no se les puede privar del legado cultural con la excusa de lo sucedido en tiempos pretéritos. De lo contrario, corremos el riesgo de cronificar la inmadurez, de crear nuevos Peters Pan poco dispuestos a asumir el reto de ser personas maduras capaces de afrontar las dificultades de la vida. Con buena intención podemos convertirnos en cómplices de intereses espurios que abocan al alumnado a un infantilismo permeable a todo tipo de manipulaciones. Sin las herramientas intelectuales correspondientes difícilmente se desarrollará su pensamiento crítico. Hacer de la niñez una quimera puede condenarnos a una ciudadanía en perpetua minoría de edad.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

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