Pensamiento Alicia (y II)

Podríamos hablar de una ironía trágica de la educación: educando para la democracia como un bien y un dogma irrenunciable estamos anticipando y preparando su demolición más perfecta. La gran paradoja de la ilustración al pensar la autonomía del individuo es de orden moral: Obligados a ser libres, o ser libres para elegir ser esclavos; en esa encrucijada se juega todo el sentido de la libertad moderna.

 

Yeray Rogel Seoane @YerayRogel

Fue comprensible, aunque no inevitable ni irresistible, la defensa de una educación moral liberal para guiar y orientar al individuo hacia la formación de un carácter democrático y una actitud tolerante dado el pasado totalitario y la memoria del terror político en el siglo XX europeo. Un fétido aliento de muerte y violencia todavía humedece ligeramente nuestra nuca al recordarlo. Era fácil entonces, antes de la autodisolución de la URSS y su cartografía comunista en 1991, definir de un modo amplio, laxo y ambiguo una educación liberal en Occidente concertando grandes consensos. Su existencia se justificaba por la negación del horror político de sus enemigos; sencillamente había que establecer los límites que diferencian lo democrático de lo antidemocrático, lo constitucional de lo inconstitucional, lo cívico de lo incívico y lo liberal de lo iliberal, en contraposición al totalitarismo. Tal definición implicaba la condena explícita de sus vicios ordinarios: la supresión de los derechos civiles, la ausencia de libertades públicas (expresión y conciencia), la dominación total, y el poder arbitrario sobre la vida y la muerte. La exaltación de lo reprimido por el comunismo y el fascismo conformaba una coherente y simple identidad liberal. Aclaremos el problema con esta y con toda identidad.

Escribe Ferlosio en una nota a pie de página de su breve ensayo ‘Monografías iniciáticas’, ABC, 8 de julio de 2000, recogido en Ensayos 4, QWERTYUIOP: “La identidad es siempre, por su propia índole, ‘frente a’, nunca por ejemplo, ‘respecto de’, puesto que, por mucho que se vista de atributos, éstos no tienen otra función que la de signos diacríticos, distintivos, como el color de las banderas, sin contenido semántico que connote cualidad, sino sólo señas que indican ‘otreidad’. La bandera no es ninguna cualidad de la hueste que la enarbola, porque no dice ‘soy así’ sino ‘soy yo’ lo cual siempre quiere decir ‘no soy tú’, ‘soy otro que tú’; si el color de las banderas fuese una cualidad, querer cambiarlo sería tan imposible como el que una liebre quisiese cambiar su hermosísimo par de orejas por un par de cuernos, con el que, ciertamente, se vería menos indefensa. Ese fetiche totalmente carente de significado que es la identidad sólo se hipostasía y se sacraliza cuando ejerce su función de ‘distintivo’ precisamente frente a otro, o sea en el contexto del antagonismo, al igual que el color de la bandera lo ejerce en el trance para el que fue creada: la batalla”.

De los dos componentes del sistema escolar, la educación -y no la instrucción o enseñanza-, se encarga de proporcionar una identidad personal, en este mismo sentido agónico y competitivo en que se definen los equipos de fútbol en el campo, que siendo todos lo mismo, se distinguen superficialmente por diferencias diacríticas como los colores de la camiseta, el sonido de sus cánticos, la grosería de sus aficionados, y el tipo de banderas. Es decir, no siendo nada son distintos porque no son el otro. La tendencia educativa empeñada en transmitir los valores liberales doctrinales pretende la interiorización de las ficciones explicativas y justificadoras de la convivencia democrática como productos acabados y cerrados, no desde la exterioridad de los conocimientos científicos y filosóficos que proporciona (en principio) la enseñanza de la asignatura de Historia, con sus formas abiertas y plurales, sino desde la rotunda verdad de un tratamiento pedagógico que forja a la persona y acuña su identidad. El movimiento es simple pero letal: la educación interioriza valores en la persona, adapta los conocimientos al individuo (pervirtiendo así el sentido de toda transmisión) para construir un nuevo ser, mientras que la instrucción exterioriza, expone conocimientos en su calidad de objetos que están fuera, en el mundo, para ser aprendidos intelectualmente e incluso moralmente. Dicho de otro modo: la educación adultera y pervierte los conocimientos o contenidos para adaptarlos al alumno y su ambiente y producir así una identidad según nuestro gusto e intereses actuales de combate, mientras que la enseñanza prepara y capacita a la persona para comprender y adaptarse a los conocimientos del mundo real.

La enseñanza de la filosofía moral y política se plantea las preguntas que han atemorizado el corazón mismo de la humanidad durante siglos: ¿Cómo debería vivir yo?, ¿Cuál es la mejor forma de vida o la vida buena?, ¿Cuál es la mejor forma de gobierno?, ¿Qué es el gobierno?, ¿Debe haber gobierno? o ¿Puede existir una política sin gobierno?, ¿Es inevitable la distinción entre gobernantes y gobernados?, ¿Quién debe gobernar?, ¿Por qué debería obedecer la ley o su ley?, ¿Obedeciendo la ley me obedezco a mí mismo?, ¿Cuál es el origen y fundamento de la autoridad?, ¿Existe en política algo más que la fuerza?, ¿Es ético y moral sacrificarse a uno mismo por otros?, ¿Qué son los derechos? y, ¿por qué hay que unirlos necesariamente a deberes y obligaciones?, ¿Hay objetivos y fines que deban perseguir todos los individuos necesariamente?, ¿Hay propósitos morales y políticos objetivos y universales para todo el mundo?, ¿La libertad tiene límites?, ¿Por qué hay que ejercer la libertad con responsabilidad?, ¿Por qué se prohíben cosas en nombre de la libertad?, ¿por qué la acción política debe estar sujeta a la racionalidad?, ¿Existe la voluntad general de la sociedad y de la nación política?, ¿Por qué debería seguirla por encima de mi propia voluntad individual?, ¿hay que distinguir entre deseo y voluntad,?, y ¿ Entre derechos y deseos?, y ¿Entre deseos y necesidades? ¿Quién vigila al vigilante?, ¿Es posible el derecho constitucional a la búsqueda de la felicidad?, ¿El orden político no se justifica por el caos que el mismo crea?, ¿Hay diferencias entre legalidad y legitimidad?, ¿Quién controla al soberano? Toda educación para la ciudadanía, por bendecida y sagrada que se presente, esta consustancialmente ligada a las formas más grotescas del pensamiento Alicia (tal y como lo definí en el artículo anterior) y por lo tanto no puede responder a estas preguntas de un modo crítico y reflexivo como haría la filosofía, sino de un modo pedagógico, tutelar y educativo: con la finalidad de conformar una identidad.

Por su propia estructura y finalidad, la ‘educación Alicia’ presentará una única respuesta a estas preguntas y una sola imagen depurada y sin fisuras del hombre (por muy invertida que sea respecto a la realidad), como un molde de lo humano, y una naturaleza fija e inalterable del ciudadano, que es la que nos conviene. Sostendrá unos derechos absolutos, unos valores de igualdad y libertad irreductibles perfectamente compatibles entre sí, y una democracia liberal sin el rostro oscuro de sus poderes coercitivos, sin asumir que como todo régimen político se legitima principalmente, pero no exclusivamente, por la fuerza. En un proceso de enseñanza codificado en asignaturas independientes no se nos ofrece dogmáticamente la democracia liberal como un bien, sino como un objeto de estudio, como la forma política más sofisticada y justa de organización humana con sus propias contradicciones y limitaciones, con derechos legítimos e incompatibles en conflicto entre sí, una igualdad y una libertad relativas, condicionadas por la circunstancias nacionales y geopolíticas, mucho más frágiles que las que promete el decálogo de la corrección política y el espejo de Alicia. Las alternativas políticas se nos ofrecen en la historia real, en la tierra, y no en una idealidad brumosa y celestial.

Una educación doctrinal materializada en la existencia de una asignatura pedagógica y artificiosa como “Educación para la ciudadanía”, y fuera del marco de la filosofía y la historia (en sus asignaturas respectivas), conlleva un absurdo y ridículo intelectual, que si bien no aumenta los peligros políticos a los que ya estamos expuestos por el nacionalismo y el neoliberalismo (las dos ideologías que han venido a llenar el vacío dejado por el comunismo y el fascismo), sencillamente debilita los conocimientos y herramientas analíticas de los alumnos. Consolidando nuestra cómica condición trágica. Recordemos que es en las viejas tragedias griegas donde el héroe, intuyendo el destino que le quieren imponer los dioses y desconociéndose a sí mismo, cumple precisamente con su fatal destino al intentar huir de él. Podríamos hablar de una ironía trágica de la educación: educando para la democracia como un bien y un dogma irrenunciable estamos anticipando y preparando su demolición más perfecta. La gran paradoja de la ilustración al pensar la autonomía del individuo es de orden moral: Obligados a ser libres, o ser libres para elegir ser esclavos; en esa encrucijada se juega todo el sentido de la libertad moderna. Solo con una sólida enseñanza, que signifique una verdadera contraeducación, podrán los futuros ciudadanos encararla.

Pensamiento Alicia (I)

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

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