Fundació Episteme

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Social

Una de las precategorías subyacentes al discurso educativo hegemónico es la creencia en la idea rousseauniana según la cual el ser humano nace bueno, porque lo es por naturaleza, y la sociedad lo corrompe a medida que se va socializando según crece. Una «verdad» que dista mucho de haber sido contrastada, que carece de base científica y que los resultados de los experimentos llevados a cabo parecen más bien haber desmentido con rotundidad. Pero que sirve a su vez como pretexto a ciertas ingenierías sociales que, con finalidades muy distintas, se sirven de ella para perpetrar sus propios objetivos.
Recuerdo que durante los años de universidad la historia del éter me fascinaba. No solo por sus intríngulis, giros de guion y reminiscencias sobrenaturales, sino también porque revela algunos de los aspectos más ambiguos de la ciencia: la supervivencia durante siglos de modelos claramente insatisfactorios, el gusto por la redundancia, el predominio -más a menudo de lo que esperaríamos- de la teoría y la intuición sobre la evidencia empírica.
En ocasión de la recepción del premio Heinrich Böll que le otorgó la ciudad de Köln (Colonia) en 1985, Hans Magnus Enzensberger propinó a los asistentes -muchos de ellos, políticos- un discurso titulado «Elogio del analfabeto»1. Entre otras interesantísimas consideraciones, el poeta incidía en la distinción entre el analfabeto y el analfabeto «secundario».
No entraremos a debatir desde un punto de vista socio-político dicha agenda, que conforma actualmente la gobernanza de la gran mayoría de países y cuyas aspiraciones genéricas son altamente loables. Otra cuestión, son los efectos de poder como contrapartida material e instrumental que se ocultan bajo la narrativa de la Agenda 2030, al igual que ocurre con la gran mayoría de meta-relatos sociales.
Agustí Colomer, secretario general de la Academia Valenciana de la Lengua, describió en su premiada novela A trenc d’alba las vivencias de su padre en el Alcoy de la II República, poco antes de estallar la Guerra Civil. Entre los recuerdos que recoge quería destacar el del profesorado del instituto. Realiza un retrato muy elogioso y entrañable de los catedráticos de aquella época, personas apasionadas por el conocimiento de su materia así como por la docencia.
¿Por qué llamamos transversales a los contenidos que no “encajan” en un área o asignatura? Por ejemplo: La educación medioambiental, moral y cívica o la igualdad de género. Se hace referencia a ellos de manera paralela y secundaria respecto a las materias principales. Pero detrás de esa denominación de “contenidos transversales” se esconden precisamente los valores morales cívicos.

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