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Del tiempo y la felicidad (y III)

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La única felicidad posible en la educación, si algo así sucediera, sería la que proporciona el aprendizaje del conocimiento. No existe una felicidad programática. La pasión por los saberes inútiles, el interés por las emociones humanas y la curiosidad intelectual vienen del descubrimiento del mundo, un refugio para distanciarnos de nuestra neurótica personalidad y su frágil e impredecible bienestar.

 

Yeray Rogel Seoane @YerayRogel

Agustín García Calvo sabía que el juego de la vida está perdido, porque la humanidad no es un lugar agradable. En De la felicidad hace referencia a algo que por esencia falta, es lo que se daría si los simples males o graves incordios desaparecieran, lo que se estaría dando sin esfuerzo, ni propósito, ni plan, ni proyección por modos naturales y espontáneos; lo que estaría ahí para vivirse si no hubieran los estorbos del tiempo y las presiones de la realidad. El mito de la felicidad en la educación no parece dirigirse a una situación contingente, a un gozo pasajero, al disfrute de un instante, al deleite y placer accidental, estar feliz, sino a un estado y condición mayor, ser feliz, como una cualidad permanente de la existencia más cercana a la Bienaventuranza y la Gracia que a lo efímero del día y la hora. Se tiene una visión religiosa de la felicidad, de cuyo mito se deduce la estructura inequívoca de la espera en la que reconocemos a los hombres en general encadenados al futuro y al destino, sabiéndonos por lo tanto condenados al engaño sacrificial de la esperanza (recordemos que para Spinoza el hombre libre es el que vive sin miedo ni esperanza). Todas las innumerables suposiciones que hemos estado forzados a elaborar sobre las ultimidades y postrimerías tendrían su solución: el irreprimible anhelo de felicidad inscrito en todo corazón humano vine a sustituir en la tierra al viejo concepto religioso de Salvación, o cualquier otra cosa trascendente que aparezca tras la muerte.

A.G.C  reflexiona en Razón Común, su traducción y comentarios de los restos del libro perdido de Heráclito, sobre la ambivalencia de la vida, que es también la de toda condición de felicidad. Resulta imprescindible que la felicidad no sea futura y sea de uno, ¿pues si no es mía, qué me importa?  Cito libremente:

[…] lo que razón (común) aquí desea es terminar haciendo una descripción sumaria de cómo es la vida de (cada uno de) los hombres en general: en cuanto que han nacido o se les ha hecho venir a ser alguien, quieren (ethélousin: no es un mero deseo, sino una voluntad consciente) dos cosas que en verdad se revelan contradictorias: por un lado, sí, vivir, sea ello lo que sea, pero, por otro, ser cada uno entre todos, tener sus partes, sus lotes, puestos cargos o destinos correspondientes a cada cual; pero más que eso quieren reposarse, descansar, (¿de vivir?, ¿de sus cargos y destinos?: no, sino de la contradicción entre ambas cosas, que es en lo que consiste la vida de cada uno); y así que, en virtud de la secreta lógica, lo que hacen es dejar, tras de sí en el tiempo y como rompecabezas suyos, a otros para que vengan a ser los que sean verdaderamente sus partes o destinos, esto es, el destino de la perpetua sustitución del uno por el otro; el cual es una consecuencia necesaria  del planteamiento mismo o más bien axiomas iniciales en que se fundaba la Realidad, a saber que uno es solo idéntico consigo mismo y a la vez es uno entre todos, intercambiable por tanto con todos ellos como elemento de un conjunto, olvidándose de que razón desnuda, no la Realidad, proclama que la identidad de uno consigo y su diferencia con los otros son lo mismo, al tiempo que no lo son”.

El mito borra todas las contradicciones, ambigüedades y vacilaciones que la búsqueda de la felicidad comporta en forma de fatiga y tediosa carga: la obsesión psicológica por poseerla puede ser el mayor motivo de infelicidad. ¿No resulta paradójico que la indagación sobre el camino a la felicidad sea un dechado de incordios, disgustos y tiempo perdido? ¿La obligación de ser felices no debería invitarnos a algo distinto del sacrificio y la mortificación? ¿No produce mayor goce el incumplimiento del mandato y el desbaratamiento de sus cálculos? ¿No es la renuncia a su angustioso imperativo de persecución y conquista el mejor modo de experimentarla verdaderamente en su gratuidad? Es fácil imaginar el tipo de canalla que pretende reprimir el deseo de felicidad a su vecino, pero no es menos repulsivo el que pretende imponerla por la fuerza; son conocidas las tragedias políticas que fueron el resultado histórico de los pueblos buenos y felices. De hecho la felicidad, como todo lo real, es la negación de su propio mito. En sí misma es una aporía, áporon, algo falto de camino y medios para hallarlo y resolverlo; algo inencontrable y sin dirección, como indecible e irresoluble, contrariando así el sentido etimológico y civil de la educación como guía y orientación, en este caso, hacia ninguna parte. La felicidad, alejada del destino, es algo espontáneo e inesperado, como lo son los personajes de carácter y manifestación que aquel día soleado en El Retiro vio la Torci en los títeres de guante. Lo dijo Antonio Machado: “encuentro lo que no busco”.

La única felicidad posible en la educación, si algo así sucediera, sería la que proporciona el aprendizaje del conocimiento. No existe una felicidad programática. La pasión por los saberes inútiles, el interés por las emociones humanas y la curiosidad intelectual vienen del descubrimiento del mundo, un refugio para distanciarnos de nuestra neurótica personalidad y su frágil e impredecible bienestar. Del ejercicio de la enseñanza se deriva de modo tácito e indirecto, y en ningún caso de manera explícita e intencional, el goce intelectual y la autonomía de pensamiento, necesarios para una toma de conciencia de la realidad que se describe a través de los conceptos, las ideas, y la razón. Induciendo a que el individuo por sí mismo se dé cuenta del sentido último de las propias acciones y pasiones, y desdichadamente, de las ajenas. ¿No deberíamos pensar la enseñanza como esa liberación de nosotros mismos, del odioso yo, y la insoportable persistencia del ego? Enseñar implica acomodarse cognitivamente a la medida del mundo, no acomodar ideológicamente la realidad a nuestra propia medida y mezquindad. La medida exacta de la degradación es la corrección ideológica de la militancia educativa, por ejemplo, sobre la literatura. Nuestra época pretende resucitar el adanismo para redimir el mundo, pero la literatura  no se hizo para luchar contra la crueldad y la injusticia ni para combatir el mal, sino para comprenderlo y representarlo estéticamente, tampoco para legitimarlo y perdonarlo, sino para explicarlo.

Lo que define a la educación terapéutica es la acción directa y la supresión de toda mediación; las posiciones intermedias y las instancias indirectas que conforman las precauciones intelectuales son necesarias para la veracidad de la reflexión. Desprecian las zonas grises que dan a la vida su eficiencia: el pudor, la autoridad (intelectual), el sentido común, el compromiso matizado, el tabaco y una ligera ironía escéptica. Odian las aduanas. Es decir, desactivan el sutil e incierto mecanismo comunicativo de la enseñanza. Conviene meditar hondamente sobre estos asuntos, sin obviar los antecedentes: ¿acaso la enseñanza tradicional antes de la estocada final del utopismo educativo no había pervertido ya sus propios fines y prácticas? ¿La doctrina económica ultraliberal y las “necesidades del libre mercado” no habían destruido en lo más íntimo el amor por la verdad y el irresistible deseo de conocer? Son preguntas que requieren de una larga explicación, y deberían inquietarnos.

La mayor parte de las personas no quiere estar feliz ejerciendo su libertad al precio de renunciar a cualquier tipo de consuelo; la incertidumbre, el peligro, la inestabilidad del mundo. Y temen fracasar, que los errores y el infortunio les conduzca a la desolación. En fin, el comprensible miedo a la vida. Cuando se apuesta por la vida sin falsas seguridades se tiene miedo a perder y también a encontrar una brizna de gracia irónica en la desgracia, ¡no vaya a ser que eso justificara la desdicha! Sea como sea, el final de esta relativa comedia está sometido a la fatalidad, la vida termina inexorablemente con la muerte propia y ajena, nos aterra, y por ello reclamamos instantes de felicidad. Sólo se puede estar seguro de la nada. ¿Acaso alguien cree que todo eso lo pueden enseñar los psicólogos, orientadores, y los inanes graduados en educación a los alumnos que han convertido pacientes? Unos pocos desconfían del desapego que supone la fe en el futuro y el destino, creen en el apego a la vida a pesar de la dureza y la pérdida. Aunque es cierto, cuando se pierde un gran amor se ama menos todo lo demás porque se ama con lo poco que ha quedado de uno mismo.

Del tiempo y la felicidad (I)

Del tiempo y la felicidad (II)

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

El «MIR» (in)docente o la liquidación de la Secundaria

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Si lo que se quiere es convertir la Secundaria en una Primaria eternizada, entonces el MIR docente es el penúltimo eslabón -los anteriores han sido, entre otros, los Institutos-escuela y la dispersión curricular-, hacia la constitución de un cuerpo único docente, el sueño húmedo de la Administración y de algunos sindicatos, desde los 6 a los 18 años, por abducción del de Secundaria en el de Primaria. Algo que es en sí mismo conceptualmente aberrante.

 

Xavier Massó

La mejor de las ideas, aplicada en un contexto desfavorable o, simplemente, inadecuado a ella, puede ser de efectos devastadores. Lo que puede funcionar razonablemente bien en determinados ámbitos, puede hacerlo igual de razonadamente mal en otros. El MIR docente no es probablemente ni muy buena ni muy mala idea, pero en el contexto actual, y con la intencionalidad que se le intuye, puede obrar una catástrofe irreversible.

Con un sistema educativo pedagógicamente fundamentado en verdades de fe incuestionables, y con la figura del alumno convertida en centro y objeto del sistema, desresponsabilizado por este mismo sistema, no parece sino que cualquier disfunción solo puede ser atribuible al docente. Y decidido que a los docentes les falta formación (pedagógica, parece ser), la propuesta de un MIR docente, impulsada desde los áulicos laboratorios de milagrería educativa, apunta claramente en esta línea, pero desde una visión muy alicorta del contexto; de vuelo gallináceo, podríamos decir. Aun así, hay cada vez más consenso político, social y mediático sobre la urgente necesidad de aplicar tal medida. No es cosa, pues, de tomarlo a broma, porque no es una bravuconada, van en serio. ¿Pero qué es el MIR docente y qué va a cambiar o a solucionar exactamente?

El acrónimo MIR –Médico Interno Residente- proviene del sector sanitario, donde lleva años aplicándose. Consiste en un examen cuya superación faculta para acceder a una plaza de médico especialista en formación en el Sistema Nacional de Salud. Una etapa de varios años, bajo la tutorización y supervisión de los correspondientes médicos titulares y especialistas, que permite obtener una especialidad médica y una plaza. Un sistema formalmente no muy distinto del que se aplica en el ejército a los oficiales egresados de las academias militares, o al que hasta los años sesenta del siglo XX se había empleado con los maestros nacionales, hoy maestros de Primaria.

Tras cuatro años de Bachillerato elemental –que concluía a los 14 años con la preceptiva reválida-, y tres en la Escuela Normal –hoy Facultad de Magisterio-, el recién titulado maestro obtenía directamente un destino en alguna escuela y, tras las correspondientes prácticas, tomaba posesión de su puesto de trabajo. No es, pues, algo tan novedoso como se nos está vendiendo. Este modelo funcionó, como mínimo, desde de la Ley Moyano (1857) y durante algo más de un siglo, en el cuerpo de maestros nacionales, hoy de Infantil y Primaria.

No así en el cuerpo de profesores de la antigua Enseñanza Media -la actual Secundaria-, donde nunca se aplicó este modelo… por algo tan sencillo como que su propia estructura lo hace inviable. Los maestros de Primaria constituyen un cuerpo docente destinado a la iniciación en enseñanzas propedéuticas, materias instrumentales en su nivel académico más elemental; y por esta razón, fundamentales. Precisamente por esto constituían, y constituyen, un cuerpo cuyos miembros se han formado, todos ellos, en una misma institución: las antiguas Escuelas Normales o las actuales Facultades de Magisterio. Un único cuerpo, el criterio de partida del cual es su carácter homogéneo, dentro de la progresiva especialización.

En Secundaria era y sigue siendo muy distinto. Sus miembros no proceden de una única institución en la cual se hayan graduado, sino de las distintas facultades o entidades análogas, en las cuales han estudiado la especialidad que luego enseñarán en el instituto: Matemáticas, Filologías, Geografía, Historia, Biología, Geología, Filosofía, Informática, Educación Física, Música… El criterio de partida es su carácter heterogéneo, por sus distintas procedencias disciplinares, y el denominador común la docencia de diferenciadas especialidades académicas. A la inversa, pues, que en el cuerpo de maestros de Primaria.

Por esto el mecanismo de acceso es la oposición pública por especialidad, cuyo dominio, previa titulación superior, hay que acreditar. De ser pensable algún modelo MIR en Secundaria, y dado que poco tiene que ver la enseñanza de la Química con la del Latín, éste tendría que estar, en cada caso, organizado e impartido por departamentos de Didáctica de cada una de las respectivas facultades universitarias, con las consiguientes prácticas en institutos, guiadas y supervisadas por profesores de Secundaria igualmente especialistas en la materia que corresponda. Éste es el único MIR posible en Secundaria. Algo que, por supuesto, las actuales propuestas no contemplan ni siquiera como hipótesis de trabajo. El principio de especialidad es fundamental en Secundaria; eliminarlo o erosionarlo es ni más ni menos que entender dicha etapa como una extensión de la Primaria. Y no lo es, ni por el nivel de conocimientos que se imparte, ni por las edades del alumnado.

Tampoco, por más institucionalizado que esté, tiene mucho sentido que a un matemático le instruya en la enseñanza de las matemáticas un pedagogo. Para un profesor de Secundaria, la Pedagogía puede ser ciertamente una valiosa herramienta auxiliar, pero nunca el centro ni la columna vertebral de su praxis docente, que se ha de fundamentar en el dominio de su especialidad y en el de la didáctica de ésta; algo que sólo se puede adquirir con la experiencia y el concurso de especialistas en la materia en cuestión. Estamos hablando, claro, de transmitir conocimientos, con la finalidad de que sus destinatarios los aprendan. Y el conocimiento humano, por más que a algunos les atribule solo mencionarlo, está tematizado y sistematizado según su objeto y el modo de aproximarse a él. Esto es así y no hay otra; aquí y en Tegucigalpa.

Proponer, como se está proponiendo, un MIR docente bajo la férula de los máster de Secundaria, actualmente monopolizados por las facultades de Pedagogía, significa obviar la especialidad académica y convertir al profesor de Secundaria en un maestro de Primaria. Y desde el más profundo respeto y admiración por ambas profesiones docentes, lo dicho, ni los conocimientos requeridos son los mismos ni del mismo nivel, ni las edades de los alumnos lo son tampoco. Seguir abundando en el adoctrinamiento pedagogista del profesorado tendrá como efecto la progresiva infantilización de la población escolar hasta los 18 años, y suma y sigue.

Por otro lado, la pretensión de homogeneizar el cuerpo de Secundaria a imagen y semejanza del de Primaria es inviable, toda vez, claro, que entendamos las diferencias constitutivas de cada etapa y sus requisitos. Ahora bien, si lo que se quiere es convertir la Secundaria en una Primaria eternizada, entonces el MIR docente es el penúltimo eslabón -los anteriores han sido, entre otros, los Institutos-escuela y la dispersión curricular-, hacia la constitución de un cuerpo único docente, el sueño húmedo de la Administración y de algunos sindicatos, desde los 6 a los 18 años, por abducción del de Secundaria en el de Primaria. Algo que es en sí mismo conceptualmente aberrante.

Y el resultado, la desaparición de la Secundaria como etapa diferenciada y con sus propias características constitutivas. Si esto es lo que se pretende, adelante con los Institutos-escuela, con los currículos desestructurados y con el MIR (in)docente. Incluso puede que con la promoción de curso automática y el título de graduado universalizado por decreto, apenas se note el estropicio… de momento. Al contrario, se habrá acabado con el fracaso y el abandono escolar, al menos estadísticamente. Eso sí, el último no hace falta que apague la luz; la factura ya la pagarán los de siempre. Como siempre.

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Xavier Massó es presidente de la Fundación Episteme y catedrático de secundaria por la especialidad de Filosofía. Autor del libro ‘El fin de la educación’ y coautor de ‘La educación cancelada‘.

«Europa y la exploración del espacio: misiones de la Agencia Espacial Europea (ESA)»

Próximo webinar de Fòrum Episteme titulado «Europa y la exploración del espacio: misiones de la Agencia Espacial Europea (ESA)». El acto telemático será el miércoles, 22 de febrero a las 18:30 horas. De la mano de Juan Miró, quien ha trabajado durante 27 años en la Agencia Espacial Europea (ESA), en programas espaciales en el área de ciencia, observación de la tierra, vuelos tripulados, navegación por satélite y cohetes.

Seminario sobre una de las más apasionantes aventuras del conocimiento.

 

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Del tiempo y la felicidad (II)

Julián Marías (izquierda),y Ortega y Gasset (derecha). Wikimedia.

Se tiene la vana ilusión de que los alumnos salgan buenos, justos y felices, mejores y más solidarios, y emocionalmente estables, pero en realidad solo pueden salir racionales o irracionales, inteligentes o estúpidos, ignorantes o con conocimientos particularmente útiles para cualquier mente despierta y curiosa. Dicho al modo incorrecto: o uno sale con algo en la cabeza o uno sale hecho un completo gilipollas.

 

Yeray Rogel Seoane @YerayRogel

Julián Marías repara a cada cambio de calendario que nuestros días están contados. En todo balance vital se concluye si el tiempo concedido es largo o corto y si lo es siempre igual y de la misma manera, o calidad. Sostiene en El oficio del pensamiento (1958) que pocas veces se ha sentido tan agudamente como en nuestra época la brevedad de la vida, su fugacidad en la manera de deslizarse entre las manos, de escabullirse y perderse quizá en el olvido. Los años son desiguales, así los primeros y suspendidos años de infancia con su eterno verano de lentas y morosas horas, así los de la seca madurez que van menguando como los días en otoño. El tiempo, su duración real, su ritmo efectivo, depende de la estructura de la vida y solo hay dos posibilidades de dilatarlo: asumiendo con serenidad la epifanía de la cotidianidad y su repetición o afirmando una vida llena de variación y cambio, que como la defensa de la libertad y la verdad no están exentas de mayores riesgos. ¿Qué tienen en común estas vidas frente a la dilapidación del tiempo? Sin duda, el argumento. Esa inexorable aspiración al sentido.

La filosofía, escribe Marías, ha entendido bien lo que es la vida humana: que es mía, es libre, es circunstancial, es proyectiva, es horizonte y es futuro. Cuando las circunstancias no permiten proyectar, entonces la vida carece de argumento, pierde su ineludible dramatización, y su narración se convierte en una vana agitación sin sentido, impidiendo la posibilidad de realización y de felicidad. Marías, siguiendo la tradición personalista de Ortega, piensa la vida como ‘futuriza’ y proyección, como despliegue de un programa en el que la felicidad, uno de los más elevados fines que persigue el hombre, supone un imposible necesario. Sabemos que la felicidad en este mundo no existe plenamente, incluso suponiendo que elijamos bien y tomemos buenas decisiones acompañadas por la suerte y la fortuna puede suceder que tampoco seamos felices y nos sintamos desdichados, porque siempre se desea lo inaccesible o la ausencia: lo que no se tiene ni se ha tenido. Al elegir algo siempre se renuncia a otros caminos, abandonamos otras posibilidades todavía inexploradas, dejando atrás otras vidas que deseamos. Precisamente la vida humana consiste en esta pluralidad de trayectorias que se excluyen mutuamente. Impresiona mirar atrás y encontrarse los cuerpos fríos e inertes. ¡Joder! está lleno de hijos muertos, de vías sin salida, de pozos secos. En ese sentido la vida no puede ser feliz absolutamente ni aspirar a la armonía, pero resultaría impensable renunciar a ella. Nos acompaña el ideal de la felicidad como una búsqueda y meta nunca realizable y siempre insatisfecha, en esa radical inseguridad que nos amenaza, enemiga de los mortales, cuando tenemos una pasión inmoderada de seguridad.

Esta mirada orteguiana sobre el tiempo y la felicidad encaja con los personajes de existencia y destino que son la verdadera obsesión de la educación terapéutica y competencial: emprendedores cool, ciudadanos “críticos”, sujetos competenciales multi tasking y seres asépticos políticamente correctos (y ¡pim, pam, pum! futuros consejeros de algún partido político ecologista o consultores de alguna caja de ahorros provincial). Sencillamente han borrado de estos personajes la suciedad y el barro cotidiano, el conformismo y la indolencia política, pera dejar intacta la promesa de felicidad y éxito profesional. El modelo educativo terapéutico está excesivamente subordinado al futuro, supeditando el presente a lo que serán los alumnos en el futuro, a lo que será en un futuro la sociedad narcisista y sentimental, y se caracteriza por el abandono del alumno individual al molde único que oculta y suprime todas las diferencias, sacrificando al alumno real por el alumno ideal e irrealizable.

Ante la esterilidad de contenidos, el miedo al conocimiento, la desaparición de la clase magistral, y el desprestigio de la autoridad intelectual, resulta más fácil, cínico y autocomplaciente aleccionar a los jóvenes con proyectos basados en personajes de destino y existencia que ofrecen un argumento, una estructura sanitario-biográfica y un sentido a unas vidas diseñadas para encajar alienadamente en el mercado financiero. ¡Quia! En línea de continuidad, se promueve el mito de la felicidad en la sociedad y la escuela para ocultar la incompetencia, la abulia y la acidia de los nuevos pedagogos que conducen al vergonzoso fracaso escolar (intelectual). El método asistencial que niega el saber, desacredita la memoria y hace superfluos, prescindibles e ingrávidos los conocimientos, incapacita al alumno para componerse una imagen racional y realista del mundo. Eso sí, le harán muy feliz en el más absoluto abandono. Desconozco forma más perfecta de desprecio que aquella que lo hace preocupándose por ti y por tu bien.

La ignominia culmina cuando se pretende que la felicidad psicológica, aquella que se identifica con el placer, el goce, el deleite y la satisfacción, y que por definición es diversa, se convierta en una felicidad ideológica; esta presupone una única idea vaga e inocente de la felicidad, correcta y común a todos. Por el contrario la felicidad no es universal, delimitable objetivamente o por consenso, deducible lógica y formalmente a la manera de los conceptos matemáticos de cuadrado y de suma. Es un asunto personal que no se puede buscar directamente, es un premio inesperado solo alcanzable cuando uno se encuentra inmerso en el mundo y depende de la experiencia de cada cual a lo largo de su trayectoria vital. No puede imponerse una idea ideológica y totalizadora sobre la felicidad, ni interpretar la vida desde una única idea que anule la pluralidad de visiones contradictorias y en conflicto que asumimos en la espontánea felicidad psicológica. ¿No parece el de la felicidad un tema más propio de la vida adulta que de la escuela, un tema individual que impone el examen de conciencia y del insoluble corazón sobre la vida que se ha vivido? ¿No exige el paso del tiempo y una gran experiencia de largo recorrido para evaluar los aciertos y errores morales e intelectuales cometidos? ¿Y una visión de campo con aspiraciones de conjunto, en un momento donde ya no se tenga futuro, o se tenga más pasado que futuro, y donde no tenga sentido autoengañarse ni crearse falsas ilusiones? ¿No sucede que el bienestar y el confort, a veces, suponen una renuncia a lo más personal, a todo anhelo de vida singular, inhabilitando así la posibilidad de identificar bienestar y felicidad como pretende la educación terapéutica y asistencial? Las vidas felices raras veces son las más interesantes. Como escribió en algún lugar el filósofo esloveno Slavoj Zizek, “¿por qué ser feliz, si se puede estar interesado?

Cuesta asumirlo, pero el problema de la felicidad es como el problema del amor o la calvicie: un tema ajeno a la voluntad, al control y la programación, sometido casi por completo al azar y la necesidad, algo que ni siquiera los ′pedabobos‘ redentores pueden evitar ni solucionar. Creo que se tienen excesivas esperanzas en las limitadísimas posibilidades fácticas de la educación secundaria para conformar la personalidad individual y transformar la sociedad (sucede justo lo contrario con la crisis de la enseñanza universitaria). No se consiguen, nos lo dice la experiencia y los resultados empíricos, personas buenas y felices, ni ciudadanos responsables, ni se puede enseñar a vivir y sentir, ni el arte de amar, ni un saber sobre el alma. Solo se enseña eficientemente a comprender y analizar la naturaleza del mundo con las categorías de la tradición de pensamiento (y la posterior oposición a ellas) y a obtener conocimientos sobre la realidad que en el mejor de los casos pueden servirnos de guía y orientación moral y política. Se tiene la vana ilusión de que los alumnos salgan buenos, justos y felices, mejores y más solidarios, y emocionalmente estables, pero en realidad solo pueden salir racionales o irracionales, inteligentes o estúpidos, ignorantes o con conocimientos particularmente útiles para cualquier mente despierta y curiosa. Dicho al modo incorrecto: o uno sale con algo en la cabeza o uno sale hecho un completo gilipollas.

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

«Las auténticas lecciones finlandesas»

Presentación de las traducciones al castellano y catalán de este libro, a cargo de la Fundación Episteme. Bajo el subtítulo de «La verdadera historia de una superpotencia educativa», Gabriel Heller-Sahlgren, desgrana el mito educativo finlandés para refutar muchas de las explicaciones clásicas. «Un ensayo de lectura obligatoria para todos aquellos interesados en la experiencia finlandesa».

 

Para acceder al webinar clica sobre la imagen:

Xavier Massó. Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, y licenciado en Antropología Social y Cultural. Presidente de la Fundación Episteme.

Josep Otón. Licenciado en Geografía e historia y Doctor en Historia. Catedrático de Historia. Presidente de ANCABA. Secretario de la Fundación Episteme.

Modera: Eva Serra, directora ejecutiva de la Fundación Episteme.

Foro en formato seminario virtual “webinar” celebrado el miércoles, 25 de enero de 2023.

Idioma: catalán.

 

Descargas del libro en español:

PDF: Las auténticas lecciones finlandesas

MOBI: Las auténticas lecciones finlandesas

EPUB: Las auténticas lecciones finlandesas

¡Basta ya! Historia de una fotografía

22031502FM SOCIEDAD Educación. Huelga de maestros docentes manifestació de los maestros desde los Jardinets de Gracia hasta el Departamento de Educación se ha pedido la dimisión del consejero Cambray Barcelona 15 03 2022 Foto Francesc Melcion. Diario ARA.

Juntos improvisamos una coreografía. Nos agachábamos para levantarnos de golpe con la fuerza del retorno de la canción. Debo confesar que las rodillas no me permitían estar mucho tiempo encogido y por eso en la foto estoy de pie mientras los compañeros continuaban de cuclillas. Sinceramente, fue un momento épico y no esperaba que un fotógrafo estuviera captando con tanto de acierto un “Bella ciao” que expresa la indignación de los docentes: “¡Basta!”.

 

Josep Otón

Hace unos meses, empecé a recibir WhatsApp de amigos y conocidos que me preguntaban: “¿Eres tú?” La pregunta venía a propósito de una fotografía de Francesc Melcion publicada por el diario ARA: una persona de pie en medio de una multitud reunida frente la consejería de Educación. Este rotativo, referente de la prensa en catalán, se hacía eco de la huelga de docentes del 15 de marzo de 2022 en un artículo de Laia Vicens: “Gran manifestación contra las medidas de Cambray”. Sí, para sorpresa de todos y de la mía propia, aquel era yo.

Como se han reactivado las huelgas y las manifestaciones, el diario ARA ha publicado un artículo de David Altimir, “Profesores en la calle”, ilustrado con una imagen de archivo, una vez más mi foto.

De nuevo, he vuelto a recibir mensajes preguntando por el sentido de esta imagen que, insisto, no deja de sorprenderme. Por eso he decidido escribir la historia de esta fotografía.

Aquel 15 de marzo, decenas de miles de maestros y profesores nos reunimos para protestar contra la política del Departamento de Educación. Los motivos eran muchos. El profesorado había asumido responsablemente el deterioro de sus condiciones laborales (los famosos “recortes”) para hacer frente a una grave crisis económica. Después, cuando la pandemia sacudió al mundo, los institutos y las escuelas se convirtieron en un referente que garantizaba la vida social en plena crisis sanitaria.

El sistema escolar estaba bastante tensionado y el profesorado esperaba volver a la normalidad para recuperar el aliento. Aun así, nuestros gestores decidieron emprender una reforma educativa de gran alcance. Cambiar todo el currículum. La mayoría de los profesionales éramos conscientes de la inoportunidad de esta medida, tanto por su contenido como por la falta de tiempo para prepararla. Yo, como muchos compañeros, recibí este intento de reforma como un insulto a nuestra profesionalidad. Se nos estaba diciendo que no sabíamos enseñar y alguien que nunca ha pisado un aula nos decía cómo debíamos de hacerlo.

A pesar de nuestras protestas, el gobierno catalán tuvo una nueva ocurrencia. Me resulta difícil pensar que no era populista ni electoralista: avanzar el inicio de curso. Era una manera de ganarse el favor de las familias. Ahora bien, recordemos que la función de la escuela es enseñar. Otras instituciones tienen por misión cuidar de los niños y de los jóvenes en el tiempo libre. En cambio, para estudiar hay que aprovechar las fechas en que el clima no dificulte el aprendizaje. Además, los docentes ya están trabajando en su centro desde el 1 de septiembre. Esta medida no implicaba recortar sus vacaciones, sino complicar innecesariamente su trabajo.

En este contexto, los sindicatos convocaron huelgas y manifestaciones. Yo, como miembro del sindicato “Profesores de Secundaria”, participé activamente. Al principio confieso que fui pesimista, pensaba que el colectivo no se movilizaría. Pero no fue así. Decenas de miles de maestros y profesores expresamos públicamente nuestro malestar porque nos sentimos maltratados.

Ante la sede del Departamento de Educación, me encontré a antiguos compañeros que me dijeron: “Me jubilo a final de curso y, a pesar de que dejo la profesión, quería manifestar mi descontento de cómo se nos ha tratado”. También coincidí con una antigua alumna, que ahora ejerce la docencia, y me sentí orgulloso de mi profesión.

Al poco, vi que el secretario general de mi sindicato se dirigía hacia la Consejería. “Nos han llamado para hablar” -me dijo-. Yo respondí con una sonrisa ilusionada. “Somos muchísimos. Ahora no pueden dejar de escucharnos” -pensé-. Pero el compañero, y buen amigo, adivinando mis pensamientos, frunció el ceño moviendo la cabeza en señal de negación. Yo había pecado de ingenuidad y él, con más experiencia, me dio una lección de triste realismo.

Inmerso en estos pensamientos, apareció la banda de profesores de las escuelas de música. No en balde, interpretaban la marcha fúnebre. Sin embargo, al llegar a la puerta de la Consejería, empezaron a cantar “Bella ciao”.

De repente, la canción nos activó a todos. Yo corrí hacia las escaleras de la Consejería enarbolando la bandera del sindicato “Profesores de secundaria” (que, por cierto, no aparece en la fotografía, seguramente por el ángulo del encuadre). Aprendí este himno de los partisanos en la escuela. Y lo recuperé gracias a una conocida serie que me ayudó a hacer más llevaderos los dos meses de confinamiento. Me evocaba muchos recuerdos y, en aquel contexto, nos impelía a seguir luchando a pesar de no ser escuchados.

Juntos improvisamos una coreografía. Nos agachábamos para levantarnos de golpe con la fuerza del estribillo de la canción. Debo confesar que las rodillas no me permitían estar mucho tiempo encogido y por eso en la foto estoy de pie mientras los compañeros continuaban de cuclillas.

Sinceramente, fue un momento épico y no esperaba que un fotógrafo estuviera captando con tanto de acierto un “Bella ciao” que expresa la indignación de los docentes: “¡Basta ya!”.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

Las auténticas lecciones finlandesas

Las auténticas lecciones finlandesas. La verdadera historia de una superpotencia educativa, de Gabriel Heller-Sahlgren, desgrana el mito educativo finlandés para refutar muchas de las explicaciones clásicas sobre el éxito de este país como modelo educativo internacional. Un ensayo de lectura obligatoria para todos aquellos interesados en la experiencia finlandesa.

 

«Desde que la publicación de los primeros resultados PISA lanzaron al estrellato
internacional el sistema educativo finlandés, los legisladores y expertos educativos han estado intentado entender qué lecciones pueden sacar de ello.
Quizás, más que nada, se ha querido ver a Finlandia como un modelo por parte de los que se oponen a una reforma escolar en el sentido competitivo y basado en la rendición de cuentas, a la vez que era admirado por el alto estatus de los docentes y por su reputado sistema de formación del profesorado.

Pero una vez los resultados del país han empezado a decaer, estas explicaciones se antojan mucho menos convincentes. En realidad, y tal como ha mostrado esta monografía, las razones más difundidas sobre el auge de Finlandia no resisten el análisis. Los datos no las apoyan y, sobre todo, queda muy claro que las mejoras empezaron antes de que los políticas destacadas anteriormente para explicar este auge fueran incluso introducidas».

Gabriel Heller-Sahlgren @ghellersahlgren

 

La Fundación Episteme quiere expresar su agradecimiento al autor, Gabriel Heller-Sahlgren, y al Centre for Policy Studies, de Londres, por su colaboración y desinteresada facilitación de la publicación de esta traducción al español y al catalán.

Descargas del libro en español:

PDF: Las auténticas lecciones finlandesas

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Más información:

Las auténticas lecciones finlandesas (descarga gratuita).

Autor: Gabriel Heller-Sahlgren.

Título original: Real Finnish Lessons: The true story of an education superpower
Prólogo de Julian Le Grand.
Traducción española y catalana: Fundación Episteme.
Traducción al español: Ricard Massó Aguadé.
Edición gratuita. Prohibida su venta.

La educación cancelada

«El conocimiento está siendo arrancado de nuestro sistema educativo por medio de imposiciones y pseudociencia. La Educación cancelada se propone empezar a revertir esta situación a través de la reivindicación del ‘Conocimiento Poderoso’. La política educativa se halla ante el mismo escollo desde hace décadas.

 

Coordinado por Andreu Navarra y David Rabadà, la editorial Sloper presenta en La educación cancelada a dieciséis expertos en educación, desde geografías e ideologías distintas, todos de acuerdo sobre dónde se halla dicho escollo educativo. Es más, todos los participantes en este libro describen cómo la transmisión de conocimientos se ha devaluado en nuestros centros de enseñanza en un contexto que abandona a nuestros futuros ciudadanos, especialmente a los más desfavorecidos.

«El ascensor social que era la educación pública ha muerto y la administración se obceca en valerse de hipótesis educativas sin aval científico. Bienvenido a esta propuesta que aspira a barrer, con la educación lógica, la demagogia pedagógica. La educación cancelada no es una metáfora, es el espejo mismo del declive de nuestro sistema educativo». (Ed. Sloper).

Autores: Héctor Ruiz Martín, Francisco López Rupérez, Ricardo Moreno Castillo, Xavier Massó Aguadé, Antoni Hernández-Fernández, Joan Buades Beltrán, Enrique Galindo Ferrández, Olga García Fernández, Carlos Fernández Liria, Pascual Gil Gutiérrez, David Rabadà Vives, Enrique Moradiellos, Marta Vela, Andreu Navarra, Martixell Blay Boquera y Joan-Carles Mèlich Sangrà.

La educación cancelada (reseña)

 

Más información:

La educación cancelada

Editorial Sloper, septiembre 2022

Imagen de portada: Luis Quiles

Idioma: castellano

Número de páginas: 217

Edición patrocinada por Fundación Episteme

ISBN: 978-84-17200-70-1

Precio: 18 €

Educación en la Sombra en España

Según la Encuesta de Gasto de los Hogares en Educación (EGHE) de 2019/2020, las dimensiones del mercado de la Educación en la Sombra (EeS) en España son aún mayores de lo que estima la Encuesta de Presupuestos Familiares (EPF) para ese mismo año, presentadas en el informe de EsadeEcPol de Moreno en enero de 2022.

 

A partir de esta nueva encuesta, también procedente del INE, el gasto total ascendió a 1.700 millones de euros, y la cifra agregada de alumnos que consumió clases particulares fue del 47 por ciento: un 46.5 por ciento de los alumnos en la red pública y un 50.1 por ciento en la red concertada.

La EeS es un mercado bien implantado en todas las etapas escolares, obligatorias y no obligatorias, pero con un volumen especialmente alto entre los estudiantes de ESO y de Bachillerato (por encima del 60 por ciento). El gasto medio por alumno en EeS ascendió a 270€ por curso escolar, siendo el más alto el de la Comunidad de Madrid, con 350€ de media y el más bajo el de Castilla la Mancha con 153€.

La Educación en la Sombra continúa siendo una inversión que distingue a los hogares más ricos, pero también se ha extendido con gran fuerza en las familias de la parte más baja de la distribución de gasto. El porcentaje de estudiantes que recibe clases particulares en España es muy considerable en todos los hogares con hijos en edad escolar – con un suelo del 30 por ciento en los hogares de menos recursos y un techo por encima del 60 por ciento en los de más –. Tanto en la red pública como en la concertada, el gasto medio por alumno de los hogares más ricos triplica el de los hogares más pobres.

De cada tres euros gastados en clases particulares en España, dos van para ampliar y perfeccionar y uno a reforzar y recuperar. Asumiendo que tanto las clases de idiomas como las de arte estarían relacionadas con la función “ampliar y perfeccionar” de la Educación en la Sombra, y entendiendo que las clases sobre las demás materias del currículum son en su mayoría de “refuerzo y recuperación”, la conclusión es que España está en línea con la tendencia global de un gasto cada vez mayor en dicha función.

Informe completo ESADE

Del tiempo y la felicidad (I)

Imagen de Alexa en Pixabay

No es de extrañar que si en la sociedad existe un profundo anhelo de felicidad sea la vertiente educativa -sobre la que recae el mito ilustrado de que la educación puede transformar la realidad y conducir a la perfectibilidad de la naturaleza humana- la encargada de instaurar la más dulce y humana de las felicidades.

 

Yeray Rogel Seoane @YerayRogel

La grandeza de las preguntas de la filosofía y su necesidad son tan evidentes como la gloria y esplendor de la belleza. Perder el gusto por la filosofía -el «yo» es un campo de batalla y la filosofía su principal y letal armamento- sería como perder el interés por las cosas bellas y su disfrute. Hay una asombrosa cantidad de cretinos en el mundo, todos ellos ejemplares en su idiocia, sobre todo cuando el mundo político ofrece una imagen tan penosa y desagradable de sí mismo. Pero pocos son capaces de renunciar a la belleza: olvidar el hermoso rostro amado, el primer azul del mar, la prosa de Chesterton, la sorprendente luz de Goya –aunque esté cargada de tinieblas-, o la terrible melancolía de John Ford. Entiéndase entonces mi estupor ante la renuncia a pensar con una mirada filosófica todo mandato educativo, especialmente esta incuestionable cursilada de la felicidad: hacer de los alumnos criaturas felices.

Vivimos un tiempo desquiciado, desajustado y descompuesto: la crueldad económica neoliberal y la precariedad laboral, el regreso de las identidades políticas excluyentes, el incierto horizonte del transhumanismo, el auge de un nacionalismo xenófobo y agresivo, los conflictos militares derivados de la reestructuración geopolítica multipolar y euroasiática, la criminalización de la disidencia política (la declaración de los Acuerdos de Ginebra de 2020 confirma e intensifica el giro neoconservador, necropolítico y heteropatriarcal contra el movimiento feminista y queer), nuevas formas de alienación del mundo (y no sólo del individuo), el miedo a la libertad, la impotencia e indolencia civil, la digitalización forzosa, la degradación de las democracias liberales a tecno-democracias autoritarias, la instauración de la posverdad y los hechos alternativos como esquema cognitivo, y la continuación de las formas más groseras y sórdidas de adicción al poder personal. En ese contexto de desorientación los mitos sobre la felicidad, si bien ya existían, han adquirido el brillo y nitidez de los colores ante un fondo gris; se han convertido en una necesidad hiperbolizada e hipertrofiada por el poder terapéutico y psicológico al ofrecer una realidad ficcional habitable a aquellos individuos desahuciados de su antigua posición de confort y seguridad. Los fines de la educación siempre han sido necesariamente extra-educativos, a-instructivos, dirigidos a configurar y construir, maliciosamente o no, la nueva identidad de los individuos de un orden social deseado. No es de extrañar que si en la sociedad existe un profundo anhelo de felicidad sea la vertiente educativa -sobre la que recae el mito ilustrado de que la educación puede transformar la realidad y conducir a la perfectibilidad de la naturaleza humana- la encargada de instaurar la más dulce y humana de las felicidades. Permítanme dar uno de mis frecuentes rodeos para desmontar el mito de la felicidad en la educación.

Es sabido que a Rafael Sánchez Ferlosio le gustaban los niños por la densidad y novedad del tiempo que transmite su mirada. Paseando un día soleado por El Retiro con su hija de tres años, conocida entre sus amigos como la Torci (Marta Sánchez Gaite 1956-1985, hija también de la escritora Carmen Martín Gaite, perteneció a esa esperanzadora generación de jóvenes españoles de los ochenta que fueron fulminados por las drogas), en los alrededores del quiosco de la música, y por entre los árboles, les sedujo las voces de un teatro de títeres de guante. La obra ya empezada debía de ir por la mitad, a Ferlosio le sorprendió que la niña se quedase fascinada y entusiasmada con el teatrillo sin intentar recabar ninguna información del padre sobre lo que había pasado antes en la trama ni cuál era la relación entre unos y otros personajes. Ella reía a cada frase que entendía como cómica o graciosa, dándose por complacida, a su nivel de comprensión, con el espectáculo y el instante. Y justo ahí escribe Ferlosio en La forja de un plumífero (1998):

De pronto descubrí que no sabía lo que era un ‘argumento’, que no tenía ni noción de que una obra de teatro, aunque fuese una comedia, se suponía que era una serie de hechos enlazados -al menos hechos ‘verbales’- que se sucedían en el tiempo. Para ella no existía tal sucesión; cada instante era puro y pleno presente, sustentado en sí mismo, completamente dueño de su propio ahora, ajeno a cualquier antes y después, acabado y entero de por sí. Comprendí que lo que ella estaba viendo no era nada que pasara u ocurriera en el tiempo, ni siquiera el mero suceder verbal de las interlocuciones enlazadas, como un proceso o un devenir que se moviera entre un antes y un después, sino un puro manifestarse en el ahora que tal vez se repetía quieto en el mismo lugar, si es que este ‘repetirse’  no es una interpretación necesaria y obligada para los que, inmersos en la temporalidad, no concebimos dos o más ahoras más que alineados en una sucesión. Era el manifestarse cada vez autónomo y entero de unos personajes que, a su vez, no consistían más que en su propia manifestación. Por eso la primera referencia en que se plasmó para mí la dualidad de destino y carácter fue la de ‘personajes de existencia’ y ‘personajes de manifestación’; estos segundos eran inmóviles, constantes, no tenían acontecer, y ella (la Torci) logró alcanzarlos, aceptarlos y celebrarlos en su ahora, porque ella no veía razón alguna para que tuviese que haber un ‘argumento’, si es que tenía tan siquiera alguna vaga idea de lo que tal cosa podría ser (al menos ¡no en el teatro, por favor!). Entonces vi que los personajes de manifestación no nacían ni morían ni hacían nada, ni buscaban nada, ni les pasaba nada. Sí, mejor dicho, algo les pasaba: la historieta cotidiana, siempre idéntica en todas sus variantes, que les permitía confirmarse en su invariable manifestación: los personajes de tebeo, Charlot, los bufones o personajes especiales que pintó Velázquez y que Felipe II mantenía en palacio como exorcismo para defenderse del destino, pues el halcón de la Historia, lo llevaba ahora en la muñeca, bien aferrado con sus garras al brazalete de cuero, Richelieu”.

En un simple paseo Ferlosio ofrece dos modelos para pensar el tiempo y su argumento. Si escribió sobre estos temas lo hizo en contra de Ortega y Gasset y sus ocurrencias (perogrulladas) sobre la persona como proyecto, que denominó ‘ortegajos’; en contra también de los discípulos que como moscas rodean el alimento marchitado. Ortega fue, según José Ferrater Mora, una gran cordillera cultural, y nadie que fuera algo en el pensamiento español del SXX, de una u otra ideología y hasta la muerte del pensador en 1955, pudo dejar de pagar su peaje intelectual con don José, o dejar de medirse con su pensamiento y enfrentarse a su sombra por muy precaria o brillante que nos pueda parecer hoy. Representando también, y en extenso, para la generación del 56 una especie de iniciático ritual cultural y psicoanalítico: matar al padre intelectual de la época y socavar su autoridad para superar una triste etapa histórica. Ortega fue un personaje olvidado y ausente en los años de la Transición (1975-1982), probablemente por su silencio durante la dictadura franquista, que sufriría una neutral y apolítica recuperación como figura ‘liberal’ de la tercera España cuando esos jóvenes estudiantes de la transición llegaran malogradamente a ocupar puestos áulicos y profesorales en la Universidad y a desarrollar su revisionismo histórico durante los decepcionantes años del felipismo (el gobierno ‘socialdemócrata’ trampantojo de Felipe González). Muchas figuras intelectuales y políticas de referencia como Manuel Sacristán, Gustavo Bueno, J.L.L. Aranguren, R.S.Ferlosio, Xavier Zubiri, y otras menos felices del mandarinato cultural franquista como Laín Entralgo, R.S. Mazas, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar y Rafael Lapesa confesaron su inexorable paso por el pensamiento y los escritos de Ortega y Gasset. Ciertamente hoy podríamos analizar qué elemento, si el político o el filosófico, tuvo más peso en ese ambivalente intento de parricidio y revisionismo cultural (el libro de Gregorio Morán, El maestro en el erial (1998), es una pieza fundamental y esclarecedora sobre este asunto y sobre la vida y obra de Ortega en la cultura del franquismo).

Ferlosio le debe las ideas sobre el tiempo a Walter Benjamin y su texto Destino y Carácter (1921), donde se establece la distinción entre personajes de destino y personajes de carácter a los que denomina personajes de existencia y personajes de manifestación respectivamente. Podemos relacionar, dado que el tiempo y su sentido en la dimensión humana es indiscernible del balance y la felicidad, los dos personajes del tiempo con dos nociones de felicidad entendidas o bien como proyecto y programa orteguiano de vida (la vida en el tiempo) o bien como una felicidad espontánea no subordinada ni a los cálculos ni a la recta línea del Tiempo (la vida contra el tiempo), ni a los engaños e ilusiones de control sobre la Realidad. Dos pensadores españoles encarnan a la perfección ambos modelos: véase la noción del tiempo como vida proyectiva y la felicidad como un imposible necesario en el filósofo Julián Marías, personaje de Destino, y el tiempo vacío de Agustín García Calvo, propio de los personajes de Carácter, como dicotomías enfrentadas.

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

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