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PISA 2022

El Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de la OCDE examina lo que los estudiantes saben en matemáticas, lectura y ciencias, y qué pueden hacer con lo que saben. En esta edición (2022) España ha obtenido el resultado histórico más bajo en Matemáticas, empeorando en Lectura y mejorando dos puntos en Ciencia respecto a la última edición (2018), pero perdiendo el equivalente a medio curso respecto a lo que sabían en 2012.

 

Los resultados en España han sido: Matemáticas (473), Lectura (474) y Ciencia (485).

Unos 690.000 estudiantes realizaron la evaluación en 2022, lo que representa alrededor de 29 millones de jóvenes de 15 años en las escuelas de los 81 países y economías participantes.

En España, 30.800 estudiantes, en 966 centros educativos, completaron la evaluación de matemáticas, lectura o ciencias, lo que representa unos 459.000 estudiantes de 15 años (se estima que el 90% de la población total de 15 años).

El Volumen I, El estado del aprendizaje y la equidad en la educación, describe el desempeño de los estudiantes en matemáticas, lectura y ciencias; examina las diferencias de género en el desempeño; e investiga cómo el desempeño se relaciona con el estatus socioeconómico de los estudiantes y su origen inmigrante. También describe cómo han evolucionado la calidad y la equidad de los resultados del aprendizaje desde evaluaciones anteriores de PISA.

El Volumen II, Aprendizaje en crisis y resilencia, se centra en la resiliencia en la educación y analiza su relevancia para los sistemas educativos, las escuelas y los estudiantes. El volumen abarca: el aprendizaje durante y desde el cierre de las escuelas; la vida en la escuela y el apoyo desde el hogar; los itinerarios de los estudiantes a través de la escuela; las inversiones en educación; y la gobernanza escolar.
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Acceder a los dos volúmenes internacionales:

Peter Pan pedagogo

Imagen de nini kvaratskhelia en Pixabay

Hay que transmitir conocimientos y enseñar destrezas a fin de preparar a los más jóvenes para construir su propio futuro. En consecuencia, no se les puede privar del legado cultural con la excusa de lo sucedido en tiempos pretéritos. De lo contrario, corremos el riesgo de cronificar la inmadurez, de crear nuevos Peters Pan.

 

Josep Otón

La etimología de la palabra “pedagogo” nos remite a la persona que conduce (agein) a los niños (paidos). En la antigüedad, era el esclavo que llevaba a los estudiantes más jóvenes a la escuela. A su vez, Peter Pan, el personaje creado por el novelista escocés James Matthew Barrie, lleva a los niños, como Wendy y sus hermanos, al “País de Nunca Jamás”, un mundo de fantasía donde “aprenden” a ser niños y a liberarse de las convenciones preadultas.

Probablemente, la historia de Peter Pan refleja rasgos autobiográficos del autor. Su niñez estuvo marcada por acontecimientos dramáticos que sin duda influyeron en el desarrollo de su personalidad. Su hermano mayor, David, murió en un accidente mientras patinaba sobre un lago helado la víspera de su cumpleaños, cuando iba a cumplir 14 años. James solo tenía 6 años cuando se produjo la tragedia y tanto él como su madre recordaron siempre al hermano fallecido como un joven adolescente. Posteriormente, también murieron dos hermanos más pequeños.

El concepto de la infancia se convirtió casi en una obsesión para Barrie. Le afectó profundamente pensar que él tenía la posibilidad de crecer mientras que sus hermanos difuntos nunca llegarían a la edad adulta. Además, sus padres lo ignoraban e, imbuidos por el espíritu victoriano, le escatimaban el afecto que tanto necesitaba. Físicamente tuvo graves problemas en su desarrollo y, a pesar de contraer matrimonio, no llegó a tener hijos biológicos. En cambio, trabó amistad con la familia Llewelyn Davies. Representaba breves obras de teatro con sus hijos -George, John, Peter, Michael y Nicholas- y los llevaba a jugar a los jardines de Kensington. Al morir los padres, se hizo cargo de los niños.

Estos hechos incidieron en la creación del personaje Peter Pan. La primera versión de la historia se publicó en 1902 en el libro El pequeño pájaro blanco que incluía unos capítulos titulados «Peter Pan en los jardines de Kensington». El nombre del personaje proviene de dos fuentes: Peter era uno de los cinco muchachos de la familia Llewelyn Davies, y Pan, una deidad menor de la mitología griega que representa el estado natural en contraste con la civilización. Peter Pan es un espíritu libre, demasiado joven para asumir las constricciones de la educación o las responsabilidades de los adultos.

Parece lógico pensar que, con su obra, James Barrie intentaba superar las secuelas de los trágicos acontecimientos que empañaron su niñez recuperando la ingenuidad previa al accidente de su hermano mayor. La relación con los niños de la familia Llewelyn Davies iba encaminada también en esta misma dirección. Todo esto queda patente en el título de su obra de teatro estrenada el año 1904, y después convertida en novela, Peter Pan o el chico que no quería crecer.

James Matthew Barrie fue un escritor valorado por sus obras, pero seguramente no fue tan buen educador. Quiso preservar a los muchachos de la familia Llewelyn Davies de la dureza de la vida cobijándolos en una niñez fantasiosa. Aun así, sus respectivas vidas no discurrieron en el “País de Nunca Jamás”. Incluso, dos de ellos acabaron suicidándose.

La escuela es una institución cuya función es facilitar el paso de la niñez a la edad adulta. Por eso, debe proporcionar a los más jóvenes el bagaje cultural acumulado por las generaciones anteriores para que así puedan tomar el relevo. Ahora bien, la institución escolar está gestionada por adultos que, en su momento, fueron niños. Quizás, en ocasiones, se intenta resolver por la vía de la transferencia problemas mal resueltos de la propia infancia. O, incluso, se pretenda revertir injusticias otras épocas y conjurar los fantasmas de la represión padecida.

La educación no puede convertirse en una excusa para saldar cuentas con el pasado. Hay que transmitir conocimientos y enseñar destrezas a fin de preparar a los más jóvenes para construir su propio futuro. En consecuencia, no se les puede privar del legado cultural con la excusa de lo sucedido en tiempos pretéritos. De lo contrario, corremos el riesgo de cronificar la inmadurez, de crear nuevos Peters Pan poco dispuestos a asumir el reto de ser personas maduras capaces de afrontar las dificultades de la vida. Con buena intención podemos convertirnos en cómplices de intereses espurios que abocan al alumnado a un infantilismo permeable a todo tipo de manipulaciones. Sin las herramientas intelectuales correspondientes difícilmente se desarrollará su pensamiento crítico. Hacer de la niñez una quimera puede condenarnos a una ciudadanía en perpetua minoría de edad.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

El discreto encanto de resistir

Fotografía de Mandelshtam tomada por el NKVD en 1938 Wikimedia / Autor: NKVD - http://br00.narod.ru/10660037.htm,

Una educación moral liberal y humanista, que es el anhelo de estos autores, fortalece el juicio individual, promueve una mentalidad científica y una actitud filosófica, preserva la extraña alegría instintiva de la vida, favorece el gusto por el cultivo personal y la libertad, el escepticismo hacia doctrinas oscurantistas e irracionales, el aprecio por la memoria y la tradición, la inquietud por conocerse a uno mismo, el vigor de la resistencia íntima y el entusiasmo por la autonomía.

 

Yeray Rogel Seoane  | @YerayRogel

Moscú, 3 de mayo de 1938, el poeta Ósip Mandelshtam es arrestado por segunda vez en casa de unos amigos mientras disfrutaba de una velada literaria. Fue deportado a Kolymá donde moriría en uno de los campos de tránsito antes de terminar el año por haber escrito una oda ofensiva contra Stalin“el montañés del kremlin”, y quizá por otros libros “contrarrevolucionarios” del escritor. Nadiezhda Mandelshtam, su mujer, tuvo que proteger la obra de su marido para que los cansados chequistas en sus “operaciones nocturnas” de registro no encontraran los manuscritos que querían utilizar, antes de destruirlos, como prueba condenatoria en uno de los falsos juicios soviéticos en los que era habitual la confesión bajo tortura. Nadiezhda vagaba por las frías ciudades rusas como una indigente, dormía en habitaciones compartidas de casas colectivizadas, o en casas de amigos, cuando no en la calle, esperando la liberación del poeta cautivo, avergonzada y sometida a la delación de “los suyos”. Junto a la también poeta Anna Ajmátova, y a pesar de la asfixia, conservaron los escritos arruinados de Ósip memorizando todas las noches cada uno de los versos de su última etapa, Mi siglo, mi bestia, para que no se perdieran en el olvido. Hoy tenemos y podemos leer los Cuadernos de Moscú y los Cuadernos de Vorónezh gracias a la memoria de estas dos trágicas y románticas damas.

Nadiezhda, así lo cuenta en Contra toda esperanza (Nadiezhda significa esperanza en ruso; escribió contra sí misma), estaba obligada a vivir, no podía elegir, si se suicidaba les hacía el trabajo sucio a los chequistas, ¡y cómo iba a dejar que ganaran ellos! Brodsky, el poeta ruso, llegó a decir de aquella digna mujer reducida ya a las penumbras de la vejez: “recordaba a los restos de un gran incendio, una pequeña ascua que se enciende si la tocas”. Esta horrible y fascinante experiencia durante, probablemente, los peores años del terror estalinista -sinónimo de 1,3 millones de personas deportadas al Gulag y de 700.000 asesinatos, todo entre 1937 y 1938- revelan el incalculable valor de no renunciar a sí misma, de no abandonarse, es decir, de la resistencia íntima. Un aspecto fundamental, quizá idealizado, pero no por ello menos cierto, de la educación humanista que encontramos en la pedagogía ilustrada. Escribe Rousseau en su Emilio o de la educación: “mas si en estas comparaciones ocurriese una única vez que mi Emilio deseara ser otro que no fuera él, aunque este otro fuera Sócrates, aunque fuera Catón, todo habría fallado, pues quien comienza a tenerse por extraño no tarda en olvidarse de sí mismo”. Sin duda la exigencia de ser responsable y dueño de uno mismo no puede darse sin el antiguo nosce te ipsum, el autoconocimiento que destierra todas las fantasías y autoengaños. Nadiezhda logró no sucumbir a la desesperación absoluta ni diluirse, como desea todo verdugo, en la nada impersonal al comprometerse con el recuerdo y la transmisión del legado literario de su marido. La memoria era la única posibilidad de permanencia, y la escritura, a pesar de todas sus limitaciones, el más poderoso medio para evocarla.

¿Qué sentido personal puede tener añadir a la situación de opresión, privación y necesidad, la entrega al recuerdo de la belleza y el registro del mal cuando la tentadora inclinación al silencio y la autocompasión son más fáciles y rentables? ¿Alguien sin entrenamiento, sin disciplina, hubiera podido realizar con éxito una tarea tan humanamente conmovedora como incierta y angustiosa? Sabemos que la memoria y la transmisión de conocimientos son procesos comunes de cualquier autoconstrucción educativa que busca desarrollo, arraigo, profundidad y perspectiva, cierto equilibrio y estabilidad para habitar en el mundo. La tradición hace inteligible y comprensible el pasado, lo ya sucedido, sin su legado y enlace los viejos saberes y experiencias se pierden o se vuelven completamente opacos a nuestros ojos. De hecho, sólo es posible pensar desde algún tipo de tradición y genealogía, de lo contrario, si desaparece la donación de toda transmisión se corre el riesgo de pervertir la historia al precio de hacer incomprensible nuestro presente.

Existen muchos ejemplos en el siglo XX de esa misma resistencia íntima vinculada con la posibilidad del legado. Victor Klemperer, hijo de rabino y casado con una mujer “aria”, fue obligado a abandonar su cátedra de literatura francesa de la universidad de Dresde por las leyes raciales. Forzado a trabajar en una fábrica y a residir en una “casa de judíos”, comenzó a anotar en su diario la vida ordinaria bajo el nazismo: el último registro de la vivienda, el último suicidio, la desaparición de familiares y amigos, la última cancelación de la cartilla de racionamiento, la última paliza y asesinato despiadado. Recopiló información tanto del lenguaje totalitario (de donde saldría su libro La lengua del Tercer Reich) como del precio de las patatas y el tedio de las labores domésticas. Sabía que por unas pocas palabras ofensivas contra el Führer y los símbolos e instituciones nazis podía ir a la cárcel, e incluso morir en los Lager. Algunos de sus compañeros de habitación, como la tragicómica señora Kätcher, cada vez que le veían de madrugada sentado en su estudio, horas antes del trabajo en la fábrica, le traían información: “¡Apunte usted esto…, tiene que apuntarlo!”. Otros simplemente lo desanimaban por lo absurdo de la tarea. Los Diarios de Klemperer, sometido a la intensa fatiga laboral, la saturación psicológica y el decaimiento, requieren de una gran disciplina intelectual y esfuerzo físico para dar testimonio del propio tiempo y comprometerse con una forma de vida amenazada, y de algún modo defenderla.

Es algo mecánico, las memorias de Mandelshtam y los diarios de Klemperer establecen una mediación moral por el mero hecho de escribir bajo el miedo insoportable, la subyugación del mandato totalitario, la intimidación constante y hasta el pánico. La elaboración del texto y de sus estrategias narrativas presupone un espacio de resistencia moral frente a la aplastante realidad y las relaciones de dominación establecidas. Sabemos que allí donde hay poder aparecen sus propias formas de contrapoder, de reacción, aunque sea en lo más íntimo, ya que no hay poder sin que haya rechazo y rebelión en potencia, como bien señaló Foucault. Al ejercitar los aspectos más elementales y rutinarios de la educación como la repetición, las aptitudes, las capacidades y habilidades, la atención y concentración, la memoria y la observación, se inicia un “diálogo del alma consigo misma” (Platón, Sofista, 264ª) que puede preservar la libertad interior, por muy efímera, dañada y frágil que esta sea. La libertad de Klemperer y Nadiezhda no se sometió totalmente al poder, aunque hubiera podido perecer por la fuerza.

Una educación moral liberal y humanista, que es el anhelo de estos autores, fortalece el juicio individual, promueve una mentalidad científica y una actitud filosófica, preserva la extraña alegría instintiva de la vida, favorece el gusto por el cultivo personal y la libertad, el escepticismo hacia doctrinas oscurantistas e irracionales, el aprecio por la memoria y la tradición, la inquietud por conocerse a uno mismo, el vigor de la resistencia íntima y el entusiasmo por la autonomía. Sin duda todo esto es una idealización regulativa en ocasiones ingenua, pero si las familias y la escuela todavía no han abdicado de sus fines y se toman en serio la realidad, iniciarán estas experiencias ineludibles de la formación y el entrenamiento como condición y punto de partida de toda comunidad política. Aunque nada de esto concluya ni clausure los conflictos de la realidad, nos capacita para dar a la vida humana ese esplendor racional que algunos pocos individuos han demostrado que se puede alcanzar.

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

Jornada continua: Cui prodest?

Pexels / Autor: Mikhail Nilov

La entrevistadora aclaró que no se refería a los recortes que sufrió el profesorado, ni al aumento de ratios que perjudicó al alumnado –por lo visto una nimiedad-, sino al cierre de los comedores escolares para ahorrarse el coste que suponían, porque si no iban por la tarde devenían prescindibles. Comedores escolares por cierto que regentados habitualmente por empresas de catering, digamos prudentemente que, por lo general, «afines» a la Administración y a sus periferias paraeducativas.

 

Xavier Massó @XmaSecundaria

La polémica sobre la jornada escolar continua o partida está servida. Navarra ha dado el pistoletazo de salida imponiendo la partida, mañana y  tarde, y pronto serán legión las CCAA que seguirán su ejemplo. Con sus debidos sicofantes jaleando tal medida, cuando no conminado a adoptarla por encima de cualquier otra consideración. En Cataluña hace ya tiempo que la Administración tiene unas irreprimibles ganas de echarle el guante a la jornada compactada. No tardarán en subirse al carro. Según parece, la jornada continua solo beneficia a los docentes –un privilegio más-, a la vez que perjudica al resto de colectivos y sectores implicados: familias, alumnos… «Imperativo» pedagógico, podríamos llamarlo.

Lástima que los argumentos sean tan débiles y capciosos. Porque, a ver, que la jornada continua permite a los docentes hacer mejor su trabajo, de eso no cabe duda, pero entonces no estamos hablando de una mejora de las condiciones laborales, sino profesionales, de productividad, de rendimiento, de resultados. Siempre, claro, que estemos hablando de enseñanza, y no de guardería o aparcamiento de adolescentes. Además, cuando hablamos de jornada compactada nos estamos refiriendo al horario lectivo del alumnado y a su propia organización del tiempo fuera de él; no al de los docentes, cuyo horario sigue siendo de 37,5 horas semanales, como el de cualquier otro funcionario; aunque cobren menos, con la misma o superior titulación. En otras palabras: los que no van por la tarde son los alumnos, los profesores siguen trabajando y acudiendo al centro cuando a este efecto se les convoca o en cumplimiento de su horario y, con demasiada frecuencia, más allá de él.

Por lo que refiere a los alumnos es evidente que, por más abstrusos informes que proliferen por ahí empeñados en lo contrario, la concentración del horario lectivo en la mañana permite una mejor y más amplia organización de su tiempo fuera del centro, para dedicarlo a otras actividades, al estudio, para estar con su familia o con sus amigos. En definitiva, que hay vida más allá de la escuela. O sea, aun dejando de lado las eventuales ventajas académicas de compactar las clases, está claro que dejar la tarde a su disposición para que uno se organice, o que su familia se la organice, no parece que comporte sino ventajas. Pensemos, si no, en el alumno que, con la jornada partida, entra a las 8:30h y no sale hasta las 18h. ¿Qué puede hacer con lo que queda del día? Si practica algún deporte, o si va a clases de guitarra, o si hace los deberes, la verdad es que, prácticamente, nada más. ¿A eso le llaman racionalización del horario?

En Cataluña, hace ya más de diez años, el sindicato Professors de Secundària (aspepc·sps) planteó, en solitario, a la por entonces Consellera d’Ensenyament, Irene Rigau, la necesidad de implantar la jornada compactada, contra el parecer, por cierto, del resto de sindicatos docentes. Estaban contra la jornada compactada las megafederaciones subvencionadas de padres y madres de alumnos, los no menos subvencionados movimientos de renovación pedagógica –influyentes reliquias ideológicas contumazmente irredentas-, las patronales de la privada –que temían que muchos alumnos migraran a la pública; el negocio es el negocio-, fundaciones con intereses por igual crematísticos que ideológicos, empresas relacionadas con actividades extraescolares organizadas desde la propia escuela, que tenían un pingüe negocio con ello…

Y la verdad es que Rigau atinó al decidirse por una solución plenamente consecuente con la diversidad de centros y sus casuísticas: allí donde se planteara aplicar la jornada compactada, debería ser aprobada por el consejo escolar del centro, con el requisito de ponderación del voto de cada uno de los sectores representados. De lo contrario, aunque hubiera mayoría a favor, no se aplicaba.

Pese a las furibundas campañas mediáticas que se organizaron en contra, lo único que se demostró fue que todas estas federaciones de padres y madres no representaban a nadie… O quizás sí, pero no a quien decían representar. Alrededor del 80% de los consejos escolares de los institutos de Secundaria optaron por la jornada compactada, siempre, condición sine qua non, con el voto de los representantes de las familias en el centro, y contra el parecer de las escleróticas superestructuras que pedían en voto en contra. Así desde entonces…

Incluso hoy, cuando el Departament d’Educació impone la jornada partida con el pretexto de los Instituts-escola -una más que dudosa apuesta pedagógica destinada a convertir la Secundaria en una extensión de la Primaria, y de sus docentes también-,  surgen problemas… ¿Con quién? Con las familias, cómo no. El reciente caso de un instituto de Reus reconvertido a Institut-escola es un buen ejemplo de ello. Dejémonos de mentiras capciosas: las familias apuestan por la jornada compactada mayoritariamente, y allí donde no es así, simplemente, se mantiene la jornada partida. ¿O es que su opinión sólo cuenta cuando coincide con la de los pedagócratas?

Otro día hablaremos del porqué de tanto empeño en cargarse la jornada continua por parte de la Administración catalana y los lobbies de los cuales es vocera: el negocio y el doctrinarismo pedagogista. Por ahora quedémonos con una anécdota que retrata muy bien, o la desinformación, o, simplemente, qué hay detrás de todo esto.

Me estaba entrevistando hace unos días un conocido rotativo, a propósito de un reportaje que se iba a publicar sobre las ventajas y desventajas de una u otra jornada escolar. En respuesta a una de las preguntas, expliqué que con el modelo «Rigau», donde había jornada continua era porque las familias así lo habían decidido. La periodista me interrumpió entonces espetándome que había sido una medida de ahorro, aplicada en un contexto de recortes y sin convicción pedagógica, con el único objetivo de acallar el descontento docente por dichos recortes.

Iba a replicarle que, efectivamente, a los docentes se nos cargó con gravosos perjuicios económicos y de condiciones laborales, y a los alumnos con una subida de las ratios que nunca puede ser positiva –hay acuerdo universal en ello-, siendo Cataluña precisamente la única comunidad autónoma donde, a día de hoy, los recortes todavía no se han revertido por completo… Iba a explicarlo, digo, pero no pude: la cosa iba por otros derroteros.

La entrevistadora aclaró que no se refería a los recortes que sufrió el profesorado, ni al aumento de ratios que perjudicó al alumnado –por lo visto una nimiedad-, sino al cierre de los comedores escolares para ahorrarse el coste que suponían, porque si no iban por la tarde devenían prescindibles. Comedores escolares por cierto que regentados habitualmente por empresas de catering, digamos prudentemente que, por lo general, «afines» a la Administración y a sus periferias paraeducativas.

Me limité entonces a responder lacónicamente:

«Un instituto no es un restaurante«.

El reportaje ha aparecido, incidiendo en las millonarias pérdidas de dichas empresas de catering, incluso cuantificadas. Que un instituto es una cosa, y un restaurante otra, eso, no ha aparecido. Ahí queda.

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Xavier Massó. Secretario General del Sindicato Professors de Secundària (aspepc·sps). Presidente de la Fundación Episteme.


Más información:

Vuelta a las andadas con la jornada escolar

Ventajas de la jornada escolar continuada

¿Crisis de la autoridad?

Retrato de la filósofa Hannah Arendt con un cigarrillo y su famoso dicho "Nadie tiene derecho a obedecer". / Wikipedia - Autor: Bernd Schwabe in Hannover

El verdadero mal para padres y profesores es perder la respetabilidad, la influencia, el prestigio, el carácter vinculante de sus palabras, ya que practicando meramente la dominación hundirán sus objetivos educativos en la esterilidad y la vacuidad.

 

Yeray Rogel Seoane  | @YerayRogel

Es innegable que un malestar recorre la educación desde el momento en que sus fines y funciones ya no resultan evidentes e incuestionables a ojos de la comunidad. La ciudadanía que todavía conserva algo de lucidez y de conciencia frente al ensimismamiento social parece contemplar las inútiles innovaciones pedagógicas y normativas de los últimos tiempos como un momento más de su impotencia y desorientación política, que atendiendo a la experiencia del pasado no han traído más que calamidades.

Hannah Arendt en su breve ensayo, La crisis de la educación (1958), expuso con profundidad que la educación se encarga de conducir, guiar y orientar (ese es también el sentido etimológico de educere) a los que acaban de llegar al mundo, un mundo entretejido de relaciones que les precede, para vincularlos con el presente y el pasado, para irrumpir e interrumpir la monotonía estableciendo un puente entre lo viejo y lo nuevo. Precisamente en su propio ejercicio la educación elabora, de un modo inteligible y duradero, un legado que contiene los saberes y conocimientos acumulados a lo largo de la historia para iluminar con ello la realidad que habitamos, en demasiadas ocasiones cargada de olvidos y tinieblas. Siempre educamos para recomponernos en la confusión y para dar continuidad a una existencia inestable y mortal. Hoy la transmisión de la tradición ha dejado de tener sentido, ha perdido la antigua fuerza que hacía admirables y recubría de grandeza los tesoros del pasado. Pues no consiste tanto en averiguar qué hay de vivo y aprovechable en la tradición, sino que queda de vivo en nosotros mismos tras sus revelaciones. El descrédito que sufre no es algo reciente, a nadie le puede coger por sorpresa. Lo que sí es inesperado es el hecho que nos sea indiferente su ausencia, que ni siquiera lo experimentemos como un gran vacío.

La crisis de la autoridad que está vinculada con esta ruptura del hilo de la tradición, de hecho, no se entendería una sin la otra, se ha convertido en una de las causas más visibles de la degradación educativa según el testimonio de veteranos profesores. La palabra autoridad proviene del latín auctoritas, derivado del verbo augere, que significa aumentar, acrecentar o magnificar algo en el sentido de hacer posible que se expanda. Se vincula con la excelencia de un legado que es susceptible de ser agrandado. Quien tiene autoridad es aquel que logra un acatamiento no sustentado en la coacción y la dominación sino en la confianza, la seguridad y el vigor. Por este motivo, como bien señaló Arendt, la autoridad, aunque se encuentre íntimamente vinculada con el poder no debe ser meramente subsumida en este fenómeno ni identificarse con el uso de la violencia, sea física o simbólica. Si los profesores y padres deben recurrir a la coacción y al chantaje para realizar su voluntad entonces resulta que carecen de autoridad por completo, aunque mantengan intacto su poder. Si el mandato viene acompañado de la amenaza del uso de la fuerza para implementarse entonces la obediencia no proviene de la voluntad y la autoría sino del miedo al poder. Arendt cita Las Leyes (De Legibus) de Cicerón: “aunque el poder está en el pueblo, la autoridad corresponde al Senado”.  

El verdadero mal para padres y profesores es perder la respetabilidad, la influencia, el prestigio, el carácter vinculante de sus palabras, ya que practicando meramente la dominación hundirán sus objetivos educativos en la esterilidad y la vacuidad. La autoridad supone el reconocimiento por parte del que obedece de la virtud, magisterio, capacidad o talento del que manda. Y en el caso del profesor reside en su capacidad de comprender una parte de la realidad y de su habilidad para transmitirlo a sus alumnos, que son totalmente nuevos en esta tierra y todavía desconocen su responsabilidad hacia el mundo y cómo moverse en el racionalmente. Lo que está en juego en la educación, tanto doméstica como institucional, es el reconocimiento y no la sumisión, que tan torpemente se ha confundido con la violencia.

La nueva educación asistencial y terapéutica plantea una relación de igualdad plena entre profesor y alumno, o entre padres e hijos, lo que literalmente es la extinción de la autoridad y de cualquier distinción entre conocimiento e ignorancia, entre el que tiene algo que donar y el que necesita recibir una herencia para ligarse al mundo y a su propia vida. Entienden la educación como una institución opresiva donde los adultos reprimen, en base a su supremacía, a los menores. Este absurdo deriva de confundir la autoridad educativa con cualquier forma de sujeción política, también existente en la institución escolar. Dada esta confusión los gobernantes aparecen como patriarcas y educadores de la humanidad, la actividad política como una forma de educación social para menores de edad y la enseñanza como un instrumento ideológico análogo. Confundiendo los límites y diferencias entre las distintas esferas, que, si bien son difíciles de establecer ya que se cruzan intersecciones y puntos de conexión, tienen su especificidad propia. Carece de sentido escribir y pensar cuando todo significa lo mismo, es decir, cuando ya nada significa nada ni se distingue de nada.

Escribe Arendt para clarificarlo: “En el campo político siempre tratamos con adultos que ya superaron la edad de la educación, hablando con propiedad, y la política o el derecho a participar en la gestión de asuntos públicos empieza, precisamente, cuando la educación ha llegado a su fin. (La educación de adultos, individual o comunitaria, puede ser muy importante para la formación de la personalidad, su desarrollo completo o su mayor enriquecimiento, pero en lo político es irrelevante, a menos que su meta sea cumplir con requisitos técnicos, por alguna causa no satisfechos en la juventud y necesarios para la participación en los asuntos públicos.) De modo inverso, en la educación siempre tratamos con personas que todavía no se admiten en la política ni se las pone en pie de igualdad porque se están preparando para eso”.

Es posible que el conservadurismo aprovechara la debilidad de las relaciones de reconocimiento para reducir la autoridad educativa a mera disciplina, especialmente en el pasado. Lo que explicaría su cercanía y ambigüedades con las técnicas de dominación.  A mi juicio, la tradición solo puede predicarse de múltiples genealogías -es decir, no hay una sola tradición clásica, sino tradiciones– que recojan problemáticas desatendidas como las que propone actualmente el feminismo y su crítica a la cultura patriarcal, sin que eso suponga una ruptura o una abolición de la tradición, sino más bien retejerla y rehabilitarla de un modo plural y abierto. La autoridad proporciona a esa transmisión cultural permanencia y durabilidad en un mundo sometido a la incertidumbre, tan frágil e impredecible como lo son las acciones y las palabras humanas. Esta actitud se aleja de las posiciones conservadoras e inmovilistas que ven la autoridad como mera disciplina o un mecanismo para imponer orden, control y tutelaje, esforzándose en defender el statu quo que a la larga conduce a la decadencia política y cultural, ya que todo sucumbe a la ruina del tiempo si los individuos no se deciden a actuar, pensar y crear de nuevo. Terminemos con estas palabras de Arendt sobre lo que debe ser una persona culta y con autoridad: “la que sabe cómo elegir compañía entre los hombres, entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado”.

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

ESPECIALIDADES: Factor imprescindible para la calidad educativa

Fòrum Episteme presenta un nuevo webinar titulado «ESPECIALIDADES: Factor imprescindible para la calidad educativa«. En esta ocasión, intervienen, Miguel Ángel Tirado Ramos, profesor e inspector de Educación e Ignasi Fernández Daroca, profesor y abogado del Sindicato Professors de Secundària.

 

Para acceder al webinar clica sobre la imagen:

 

• Miguel Ángel Tirado. Profesor e Inspector de Educación (Funcionario de Carrera) en la Conselleria de Educación y la Universidad de Les Illes Balears. Es Doctor por la UIB (Programa Investigación e innovación en Educación) Licenciado en Educación Física por el INEFC de Barcelona (UB), Master en Informática Educativa (UNED) y Experto Universitario en Contento and Language Integrated Learning (UIB).

• Ignasi Fernández Daroca. Licenciado en Filología anglogermánica. Licenciado en Derecho. Traductor jurado alemán-catalán-español. Catedrático del cuerpo de Secundaria, especialidad inglés. Profesor de inglés en Secundaria. Profesor asociado de alemán a URV cursos 2000 a 2002. Abogado ejerciente desde 2001. Vocal de la Fundación Episteme.

Modera: Eva Serra, directora ejecutiva de la Fundación Episteme.

Fòrum en formato seminario virtual “webinar” celebrado el miércoles, 25 de octubre de 2023.

Idioma: castellano.

Las «5 W» con Xavier Massó

Informativamente cualquier noticia puede ser fácilmente comprendida a través de la técnica de la escuela periodística norteamericana conocida como las «5 W»: Qué (What) ha sucedido; Quién (Who) son sus protagonistas; Dónde (Where) ha sucedido; Cuándo (When) ha sucedido; y Por qué ha sucedido (Why)». Las 5W fueron establecidas por el retórico griego Hermágoras de Temno, de la escuela de Rodas.

 

Xavier Massó, presidente de la Fundación Episteme

Xavier Massó en Redes Sociales:

 

 

What: ¿Qué ha sucedido con la Educación?

Se ha decidido que la transmisión de conocimientos ya no es la función primordial, ni siquiera complementaria; suplementaria como mucho. Con ello resulta que nos hemos quedado en la simple escolarización sin más, vaciada de contenido y de sentido. Eso para una gran mayoría, luego, claro, siempre ha habido clases…

Who: ¿Quiénes son sus protagonistas?

Fundamentalmente, los poderes públicos, que son los responsables últimos de la calidad del sistema educativo. Más directamente, los vendedores de humo y los sicofantes investidos para el encargo: los pedagócratas y sus supuestas pedagogías innovadoras.

Where: ¿Dónde ha sucedido?

Es un fenómeno generalizado en la mayoría de países occidentales, particularmente agravado en España por las peculiares circunstancias que han concurrido en su historia más o menos reciente.

When: ¿Cuándo ha sucedido?

En España, a partir de la LOGSE, de la cual el resto de leyes posteriores han sido meras secuelas.

Why: ¿Por qué ha sucedido?

Destacaría sobre todo la mercantilización de la educación, su conversión en un bien de mercado segmentado, pret à porter a distintos niveles, según el caso, y de marca de gama alta para unos pocos. Esto es lo que subyace a la supuesta innovación educativa: el retorno a un modelo educativo estamentario neomedieval; eso sí, con la tecnología de consumo como nuevo becerro de oro a idolatrar.

 

Más información:

Libros:

El fin de la Educación (Akal, 2021)

Entrevistas:

Catalunya Vanguardista

Ethic

El Mundo

Magisnet

La escuela bonsái

Imagen de Ilona Ilyés en Pixabay

Si a alguien se le ha privado, se le está privando, del espacio vital necesario para desarrollarse integralmente, es preciso evitar también que sea capaz de caer en la cuenta de tal privación. Y para esto está el sistema educativo innovador de nuestros tiempos hodiernos. La pieza que faltaba para completar el puzle.

 

Xavier Massó @XmaSecundaria

En el ya lejano 1988, Manuel Vázquez Montalbán, de cuya muerte se cumplen hoy veinte años –sirva pues este texto, también, de homenaje a su memoria-, escribía un memorable artículo en el cual, con el nombre de La quinta del bonsái, denunciaba el Plan de Empleo Juvenil del gobierno del PSOE, que otorgaba rango legal a los conocidos entonces como contratos «basura» y los elevaba a la categoría de «conquista social».

Nos recordaba el autor que un bonsái es un árbol al que se ha privado intencionadamente del espacio vital para crecer, con la finalidad de impedir el desarrollo natural del árbol retoño y convertirlo en un adulto en maqueta. Y se lamentaba de que, si nadie le ponía remedio, algo así iba a ocurrir con las hornadas de jóvenes afectados por esta ley: se les iba a impedir convertirse en adultos, por el procedimiento de privarlos del espacio vital, laboral y social necesario para ello.

Forzados a vivir permanentemente bajo tutela, de la familia, del estado, del auxilio social, de la subvención o de los «apaños», en situación de precariedad sistémica, como carne de cañón laboral y de consumo. Una forma como otra, decía, de evitar que los árboles más amenazadores del bosque se conviertan en un peligro. Remataba el artículo con una demoledora frase sobre esta nueva categoría biológica y moral del bonsái humano: “condenados a no poder crecer, si no quieren salir de la fotografía”.

Dichosos ellos, porque al menos sabían que podían salir de la foto y el precio que iban a tener que pagar por ello. Pero faltaba todavía algo para que todo encajara plenamente con el modelo tan sabiamente diseñado. Sí, se puede privar del espacio vital para desarrollarse a toda una generación, se puede reducir a la inexistencia social al que se vaya de la foto y hasta arrojar de ella al que se mueva o, en este caso, crezca o decida crecer. Pero no basta con esto; muchos pueden crecer más de la cuenta y dejar de caber en el estrecho marco de la cámara. Hasta puede que arrastren a los demás y que la foto se quede vacía por falta de figurantes. Y, por definición, es necesario que la foto esté llena, a rebosar. Nadie debe poder escaparse de ella: es condición necesaria; de lo contrario, el sistema entra en implosión. Y esto es precisamente lo que hay que evitar a toda costa.

Hoy en día, el objetivo, el auténtico sueño húmedo de la ingeniería social diseñada a este efecto, no es ya conseguir que el que se mueva no salga en la foto y quede arrojado a las tinieblas del más obscuro ostracismo –este objetivo ya se ha alcanzado-, sino que nadie quiera salir de ella; que nadie quiera crecer. Y lo mejor para conseguir esto es que nadie se lo pueda ni tan sólo proponer como disyuntiva. No basta con que se le haya convencido de que es una mala idea y que por esto debe rechazarla; con esto no sería suficiente, porque siempre puede tomar la decisión «equivocada». No, se trata de que no sepa que no sabe que puede planteárselo. Es decir, que los términos en los que se plantea la disyuntiva estén fuera de su marco categorial, que le sean por completo ajenos.

Como en el caso del infeliz protagonista de la película El Show de Truman, se trata de que su horizonte conceptual no alcance más allá del entorno en que se enmarca la foto. Y para esto hace falta una escuela invertida, una flipped school: la que en la década siguiente aportó la LOGSE –y sus sucesivas secuelas-, la ley que puso patas arriba el sistema educativo con el inconfesable objetivo de ponerlo al servicio de la ingeniería social que estaba pergeñando el nuevo modelo –las demandas del mercado, le llaman-, aun al precio de traicionar su misma esencia y milenaria tradición, convirtiéndolo en lo opuesto de lo que había sido desde los tiempos de la Ilustración, cuando Kant nos exhortaba al sapere aude que debía emanciparnos de la minoría de edad culpable. Hoy estamos siguiendo el camino inverso, hacia una nueva minoría de edad, inocente en este caso, por inconsciente, pero con un monipodio culpable de lesa humanidad.

No lo olvidemos, un bonsái no es un árbol retoño, es una deformidad biológica inducida. Transferida directamente esta idea del reino vegetal al humano, lo que tendríamos es lo que la alquimia hermética denominaba un «homúnculo». Es decir, un ser humano con un cuerpo morfológicamente adulto, pero del tamaño de un bebé o aún más miniaturizado. Y no, no es de eso de lo que se trata; porque el homúnculo, aunque, según parece, no acostumbraba a ser el caso, bien podría pensar como un adulto. Y eso es precisamente lo que hay que evitar. No, no es con un homúnculo a la manera de los de Paracelso con lo que nos las habemos, sino con un bonsái psíquico e intelectual, no físico. De lo que se trata es de perpetuar el psiquismo infantil, extrínsecamente inducido, en el adulto «infantilizado».

Ahora, como en 1988, se sigue hurtando a los jóvenes el espacio vital, en lo social, en lo económico y en lo moral; la «novedad» es la introducción de privaciones análogas en el ámbito del psiquismo. Para que no se le ocurra a nadie ni preguntarse por su situación, siempre remitido al hic et nunc, al aquí y ahora de la inmediatez más ramplona. Si a alguien se le ha privado, se le está privando, del espacio vital necesario para desarrollarse integralmente, es preciso evitar también que sea capaz de caer en la cuenta de tal privación. Y para esto está el sistema educativo innovador de nuestros tiempos hodiernos. La pieza que faltaba para completar el puzle.

Así, nadie se planteará si quiere y si puede salir de la foto, porque se le habrá hurtado el marco categorial necesario para entender que se lo puede plantear y que puede decidir hacerlo. La forma de conseguirlo es una escuela que no enseñe, una escuela bonsái. Como la que tenemos.

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Xavier Massó. Secretario General del Sindicato Professors de Secundària (aspepc·sps). Presidente de la Fundación Episteme.

ESPECIALIDADES: Factor imprescindible para la calidad educativa

El miércoles, 25 de octubre, Fòrum Episteme presenta un nuevo webinar titulado «ESPECIALIDADES: Factor imprescindible para la calidad educativa«. En esta ocasión, intervienen, Miguel Ángel Tirado Ramos, profesor e inspector de Educación e Ignasi Fernández Daroca, profesor y abogado del Sindicato Professors de Secundària.

 

La organización académica en materias, o asignaturas, de las distintas disciplinas en que se estructura el conocimiento humano, y su impartición, en cada caso, a cargo de especialistas universitarios que acreditan su pericia y dominio en ellas, constituye la columna vertebral de los estudios de la enseñanza Secundaria. Su dilución en magmas generalistas y sincréticos significa la renuncia del sistema educativo a ejercer su función primordial y originaria: la transmisión de conocimientos.

Inscripciones abiertas. Registro gratuito.

 

No es la Luna, sino el dedo que la señala

Foto de Kitera Dent en Unsplash

De tanto hipertrofiar la falacia idealista educativa, estamos cayendo de lleno en su inversa: la falacia naturalista. Al fin y al cabo, si hay violencia en las escuelas es porque la hay en la sociedad. Y cuando se dice que es en la escuela donde se ha combatir la violencia, se está incurriendo en una falacia, intencionada o no; porque sólo podía intentarlo en tanto que espacio prepúblico; en el crisol de lo público que se la ha convertido, no se puede.

 

Xavier Massó

Nos recuerda un antiguo adagio que si con un dedo nos señalan a la Luna, el tonto mira al dedo. Puede que sea así, sin embargo, tampoco está de más que de vez en cuando miremos al dedo y a nuestro alrededor, no fuera a ser que, embelesados en la contemplación de la bella Selene, nos estén mientras tanto robando la cartera con los dedos de la otra mano.

Los recientes episodios de violencia escolar que estas últimas semanas han aparecido en los medios -tradicionalmente más bien reacios a divulgarlos-, han puesto sobre el tapete un problema que, desde los últimos años, sigue alarmantemente in crescendo sin que, al menos por ahora, se atisbe solución alguna. No sólo porque no la haya fácil, sino también porque todo parece indicar que seguimos mirando en la dirección equivocada, empecinados en confundir los síntomas con la enfermedad, la manifestación de algo con la causa que lo provoca.

La polémica se ha trasladado, cómo no, a las redes sociales. Desde los sectores más descaradamente sicofánticos, abrevados por las estructuras de poder que los aúpan, han sido especialmente sañudos al señalar a los docentes como responsables del problema: por incompetencia, por ignorancia, por irresponsabilidad, por cobardía, por inmoralidad, porque, ya se sabe, sólo piensan en sus largas vacaciones… de todo ha habido. Y sí, al menos desde la perversa lógica con que funcionan estos dedos acusadores, no hay chivo expiatorio más idóneo: si tenemos la mejor de las leyes educativas posible, axioma fundante e incuestionable, sus disfunciones no pueden deberse sino a agentes individuales que distorsionan en la práctica lo teóricamente perfecto por concepto. Y estos, claro, son los docentes. No hay otra.

Lo que no se preguntan es si los docentes han sido investidos con los medios y atribuciones necesarias para ejercer su cometido, ni si la normativa y los protocolos, que están obligados a seguir, son efectivos o inoperantes; si facilitan o, por el contrario, entorpecen y hasta imposibilitan su labor. A este respecto, una cita y un hecho. La cita: con motivo del asesinato por un alumno del profesor Abel Martínez Oliva en 2015, la por entonces consejera de educación catalana sentenció: “Ha muerto un profesor, pero hay una gran víctima, que es el niño”. El «niño» había entrado en el instituto, armado con una ballesta y un puñal de profesionales. El profesor, al intentar detenerlo, pagó con su vida la evitación de una más que probable masacre. Sobran los comentarios. El hecho: la mayoría de casos de acoso y bullying entre alumnos, se suelen «resolver» cambiando de centro al agredido, a la víctima. El agresor se queda en el centro, campando por sus reales. Vamos, de antipsiquiatría de los años sesenta. Desde luego, no parece que un cesto elaborado con estos mimbres induzca a albergar demasiadas esperanzas… Pero, ¿cómo se ha llegado a semejantes despropósitos?

En el ya lejano 1954, Hannah Arendt nos alertaba sobre lo que se veía venir. La educación, nos decía, es un espacio «prepolítico», o sea, prepúblico, de preparación para acceder a la esfera de lo público propia de la etapa adulta, cuya función es enseñar cómo es y funciona el mundo, no cómo vivir en él. Y añadía que, precisamente por esta razón, lo que podía tener validez en otras instancias, podía no tenerla en educación, y viceversa. Porque el gran problema de la educación consistía en que, por su propia naturaleza, no puede prescindir ni de la autoridad ni de la tradición; ello en un mundo que ya no se estructuraba sobre la autoridad y que no se mantenía unido gracias a la tradición.

Un espacio prepúblico, pues, cuyo objetivo sería poner los elementos necesarios para acceder al mundo adulto y evitar aquello sobre lo cual nos advertía Locke: “El que no haya contraído el hábito de someter su voluntad a la razón de los demás cuando era joven, hallará gran trabajo en someterse a su propia razón cuando tenga edad de hacer uso de ella. ¿Y qué hombre será un niño educado así? Es fácil preverlo”. Pues sí.

En la actualidad, la educación está muy lejos de ser aquel espacio prepúblico que debía preparar para un espacio público que, por otro lado, está hoy en claro proceso de descomposición, de disgregación, en el marco de una sociedad aún teóricamente abierta, pero donde el espacio común, público, político, sobre el que se construye la convivencia, está cada vez más abigarradamente constituido de heteróclitos compartimientos estancos. Una sociedad, en definitiva, que no «es en el mundo», sino en muchos mundos, con frecuencia incompatibles entre sí.

La dilución de esta condición de espacio prepúblico significa que la escuela ha dejado de ser el lugar en cuyo recorrido por la cual se aprendía cómo es el mundo, para pasar a ser ella misma un mundo vivido sólo experiencialmente: el primado del hacer sobre el conocer –hoy competencias- del que ya nos alertaba también Hannah Arendt. Con ello pierde su antigua función, a saber, la impartición y aprendizaje de aquellos saberes que un individuo no puede adquirir en el resto de los ámbitos que constituyen su existencia vital y experiencial en las primeras etapas de su vida: el ámbito privado, familiar, y el resto de los que constituyen su vida «extraescolar». Igual de necesarios y hasta puede que más decisivos en muchos casos, pero distintos. Ahora ya no es así.

Es decir, la «escuela» se ha alienado, ha adquirido una falsa conciencia de sí misma –esto es alienación, en Marx-, y ha pasado de ser un espacio al menos parcialmente constituido sobre sus propias reglas, las necesarias para la realización de su cometido, a convertirse en una prolongación de lo público, en un espacio público más, con el que interactúan y sobre el cual se proyectan e inciden, modulándola y moldeándola, los más dispares y heteróclitos ámbitos, con frecuencia excluyentes y en abierta contradicción unos con otros, que constituyen hoy en día la esfera de lo «público».

Puede parecer contradictorio, pero precisamente por ello ha sido posible la imposición dictada de un modelo holístico de ingeniería social, cuya versión educativa es el pedagogismo, el resultado de cuya aplicación es inevitablemente paradójico: que para nada el sistema educativo pueda influir en cualquier cambio de rumbo sobre dicha fragmentación del espacio común, que se da de antemano por descontada. Es evidente que sin el amplio disenso social que converge, por distintas razones, pero casi unánimemente, en la tácita complicidad con el desmantelamiento y trivialización del sistema educativo, esto no hubiera sido posible. Simplemente, la escuela ha dejado de ser… Y lo que se supone que debiera ser es hoy una ficción donde cada cual dice la suya.

Luego podremos pensar en conspiraciones, en fatalidades históricas o en la simple estupidez paradigmática de nuestros tiempos, para explicar la tendencia que nos está llevando hacia semejante dislate. Y podremos aducir que es por culpa del modelo neoliberal y el economicismo que lo caracteriza, o un proceso de neomedievalización tecnologizada, o el neomilenarismo resentido y groseramente igualitarista –que no igualitario- de la izquierda woke, o el sursuncorda, quien ha urdido y promovido el despropósito, o todos a la vez en aciaga serendipia. Sin duda, y en cada caso, con más que fundamentadas razones y argumentos. Pero lo cierto es que, para que se produjera esta enajenación de la escuela, era preciso subvertir las propias reglas sobre las cuales funcionaba, y la desautorización del docente era un paso necesario para conseguirlo. Pero al hacerlo, hagámonos también a la idea que el castillo de fichas de dominó salta por los aires. Y cuando despertemos, el monstruo seguirá allí.

Nos recordaba Kant que, de haberla, hasta una república de diablos tendría sus propias leyes. ‘Sympathy for The Devil’, «reza» una antigua y rompedora canción de los Rollings. Afortunados ellos, con Mike Jagger, Keith Richards y compañía, convertidos en aventajados discípulos de Kant. Al menos todavía tendrían leyes. En educación estamos en la pura anomia, porque esto y no otra cosa son la arbitrariedad y la discrecionalidad reinantes en ella.

No, la violencia escolar no es en sí misma el problema, sino el síntoma manifiesto de un sistema educativo la aplicación de cuyo modelo produce un efecto inverso al eventualmente deseado, o soñado. Cuando se dice que los centros de enseñanza han de abrirse al entorno, a la sociedad, al barrio etc., se está en realidad negando lo que un sistema educativo es en su propia esencia. Este es el auténtico problema. Y lo que ocurre entonces es que, en lugar de ser la escuela quien se abre a la sociedad, es el abigarrado ámbito que la constituye quien la invade proyectándose sobre ella,  alterándola de tal forma que el desempeño de su función deviene, simplemente, imposible.

De tanto hipertrofiar la falacia idealista educativa, estamos cayendo de lleno en su inversa: la falacia naturalista. Al fin y al cabo, si hay violencia en las escuelas es porque la hay en la sociedad. Y cuando se dice que es en la escuela donde se ha combatir la violencia, se está incurriendo en una falacia, intencionada o no; porque sólo podía intentarlo en tanto que espacio prepúblico; en el crisol de lo público que se la ha convertido, no se puede.

Así que ya va siendo hora de dejar de contemplar la Luna y volver la mirada sobre el dedo que la señalaba, y sobre nosotros mismos. No valen excusas: la Luna educativa prometida es una distopía de cartón piedra y nos están robando el futuro. Éste es el problema, lo demás, epifenómenos sociales.

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