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Webinar: «Aprendizaje Basado en Proyectos. Un aprendizaje basura para el proletariado»

El miércoles, 31 de enero, Fòrum Episteme dedica su sesión telemática a conversar con Olga García y Enrique Galindo, autores del libro Aprendizaje Basado en Proyectos. Un aprendizaje basura para el proletariado. Será a las 18:30 horas y contaremos con la participación de Josep Otón y Xavier Massó en un apasionante formato tertulia. “Un ensayo para desmontar la gran mentira de nuestra realidad educativa”.

 

La enésima revolución educativa tiene como fin la producción del ciudadano emprendedor que, voluntariamente, se someta a las exigencias del mercado neoliberal; ese hombre del siglo XXI que entiende su vida como un proyecto de inversión que reformula y precariza a demanda de la economía. Aniquilada la ciudadanía en favor del emprendimiento, la escuela ha de ser reconvertida en un mero mecanismo de inserción laboral donde el «saber» como fin en sí mismo carece de sentido.

Pero la reconversión de la institución escolar en una fábrica de formación basura no puede realizarse a la luz del día. Semejante destrucción cultural requiere la introducción de discursos y metodologías que, con un lenguaje biensonante, se presentan como necesarios y urgentes. Este es el motivo de la implantación masiva del Aprendizaje Basado en Proyectos y su promoción como la panacea definitiva para los males ancestrales de la escuela. Es el caballo de Troya que posibilita la rendición definitiva de la escuela al capital bajo el camuflaje de una práctica democrática y modernizadora. Es la gran mentira de nuestra realidad educativa.

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Olga García Fernández es licenciada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesora de Enseñanza Secundaria desde 2006, es coautora de Escuela o Barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda (Akal, 2017), La escuela vaciada: la enseñanza en la época pospandémica (2020) y La educación cancelada (2022). Es codirectora, junto a Enrique Galindo Ferrández, de la colección de Educación de Ediciones Akal.

Enrique Galindo Ferrández es licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de Enseñanza Secundaria desde 2004, es coautor de Escuela o Barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda (Akal, 2017), La escuela vaciada: la enseñanza en la época pospandémica (2020) y La educación cancelada (2022). Es codirector, junto a Olga García Fernández, de la colección de Educación de Ediciones Akal.

¿Literatura universal? ¡A la basura!

Dos ejemplares de "Les Millors Obres de la Literatura Universal".

Hay que defender la lectura literaria, de los clásicos o de los contemporáneos, de las traducciones o de las ediciones en lengua original. Nuestros estudiantes no merecen quedar al margen de la incomparable felicidad lectora: cada buen libro que pongamos en manos de un alumno, es una victoria contra las tinieblas del pedagogismo supuestamente facilitador y acompañador; una enfermedad educativa que nos está matando.

 

Sofia Insensata y Sever Cremat

Muchos lectores recordarán sin duda, o tendrán todavía presente, aquella colección de una cincuentena de títulos traducidos al catalán, denominada «Les Millors Obres de la Literatura Universal» –Las Mejores Obras de la Literatura Universal- conocida como MOLU. Fue una iniciativa editorial público-privada –participaban La Caixa, Edicions 62 i el Departamento de Cultura de la Generalitat de Cataluña- que durante la primera mitad de los años ochenta llenó las bibliotecas –municipales, escolares o particulares- con unos volúmenes de cubierta verde. Un proyecto que era, por un lado, y tanto por su voluntad divulgadora como por su aspecto tipográfico, una secuela de la MOLC –“Las mejores obras de la literatura catalana”-, que tan buena acogida había obtenido a finales de los años setenta; por el otro, la precuela de una colección posterior, más ambiciosa por su mayor número de títulos, que iba a aparecer en el lustro siguiente: “Las mejores obras de la literatura universal, siglo XX”. La MOLU, en efecto, se centró fundamentalmente en la literatura europea de los siglos XVIII y XIX, con algunas conspicuas muestras de literatura medieval, renacentista y barroca.

El título de la colección era ciertamente algo discutible, a poco que reparemos en la ausencia de autores de la antigüedad greco-latina, pero, muy probablemente, sus responsables –con Joaquim Molas al frente– debieron pensar que estos autores estaban ya bien representados gracias a la ingente labor de traducción llevada a cabo por la hoy ya centenaria colección Bernat Metge. Tampoco incluía ninguna obra maestra de la literatura española, algo explicable porque la inmensa mayoría de potenciales lectores en catalán dominaban el castellano y ya conocían sus principales manifestaciones literarias. En definitiva, tanto las presencias como las ausencias indicaban que la MOLU era un proyecto con visión de aportación cultural, claramente alineado con las políticas de normalización lingüística y de ampliación-reconstrucción de un mercado lector en catalán de literatura de calidad. Esta dimensión no meramente editorial, sino, digamos también cultural-nacional, explica que la colección no se limitara a presentar traducciones nuevas, sino que mirase también hacia atrás y recuperase obras de la importante labor traductora del Noucentisme.

Pues bien, a finales del curso pasado corrió por las redes un tweet en el cual una persona, cuya identidad no viene ahora al caso, explicaba que, mientras paseaba por delante de una institución educativa de Barcelona, vio como el personal del centro estaba llevando hacia el contenedor de basura unas cajas que contenían la MOLU enterita. Al preguntar, sorprendido, a qué obedecía aquella biblioclastia, le respondieron que aquel tipo de obras ya no interesaba a los chicos de hoy en día. Y con tal respuesta se quedaron tan anchos. Y aún gracias que no decidieron utilizar los volúmenes para avivar el fuego de las por aquellas calendas ya próximas hogueras de San Juan. Una suerte, al menos para el autor del Tweet, que recogió las cajas con los libros y se las llevó a su casa contento de haber dado con tan valioso hallazgo.

No sabemos si se trataba de un centro público o privado, de Primaria o de Secundaria. En lo que aquí nos concierte, es meramente anecdótico. En realidad, ni siquiera merecería comentario alguno de tratarse de una simple anécdota. El problema es que nos muestra una actitud generalizada del menosprecio por la alta literatura, que define a nuestro sistema educativo actual. Echar la MOLU al contenedor de basura (a saber cuántos centros lo habrán hecho en los últimos años) no es una anécdota: es una categoría que define la abyección en que hemos caído tras no menos de tres décadas de grosería pedagogista, de combate encarnizado contra la excelencia, de renuncia al conocimiento no meramente utilitario –o competencial, como le llaman ahora-. Podemos imaginar a los perpetradores de tal acción leyendo en diagonal los lomos de los libros antes de verterlos en una caja de cartón reutilizada: Montaigne, Henry James, Ibsen, Erasmo… ¿Quién va a leer esto? ¡A la basura!

Para más inri, el tweet de marras coincidió con el debate social y consiguiente polémica que se produjo a raíz del enésimo fracaso en una prueba externa internacional –PIRLS– que evaluaba precisamente los niveles de competencia lectora de nuestro alumnado; también coincidió, como improvisada respuesta a cargo del Departament d’Educació, ni que decir tiene que sólo como maquillaje de urgencia, con el anuncio de un plan de fomento de las bibliotecas escolares para remediar el bochorno de los resultados de dichas pruebas. Sí, suena a autoparodia, pero es la verdad. ¡Rediós! Hubiera bastado con no echar al estercolero los buenos libros. Medio año después, los recientes resultados de las pruebas PISA han acentuado el debate social sobre, entre otras carencias, la incapacidad lectora de nuestros estudiantes. Y no muchos días antes del tweet en cuestión, todavía durante el curso pasado, había circulado por los medios un inquietante artículo de una persona dedicada a la formación de estudiantes de magisterio, que denunciaba el absoluto desinterés y la supina ignorancia literaria que aquejaba a sus alumnos, precisamente los futuros docentes que tendrán a su cargo enseñar a leer a las generaciones del futuro más inmediato.

Así está el escenario en que nos estamos moviendo: alumnos que llegan al instituto con graves problemas de comprensión de un texto escrito elemental, facultades de pedagogía que fomentan la incultura en nombre de cualquier majadería innovadora, currículos oficiales donde la literatura está proscrita y centros de enseñanza que echan alegremente a la basura libros que contienen lo mejor y más meritorio que la humanidad ha alcanzado a escribir. Tenemos lo que nos merecemos, porque hemos cedido a la barbarie pedagocrática. ¿Dante, Shakespeare, Goethe…? ¿A quién interesan éstos? ¡Al contenedor!

El simple hecho de tener que defender aquí las virtudes formativas de la literatura universal es de por sí suficientemente indiciario de cuán bajo hemos caído educativamente. La educación estética de la persona, el fomento de la capacidad crítica, la construcción de una base sólida de cultura general, la ampliación de la riqueza lingüística o la formación de un espíritu universalista son algunas de las «minucias» del todo desatendidas en el actual sistema de enseñanza, logros a cuya consecución coadyuvaría el estudio serio de la literatura en diferentes épocas, lenguas y países. Y eso, como mínimo, tanto en la Secundaria obligatoria como en el Bachillerato.

Para los más escépticos, por cierto, podemos también añadir que hay estudios neurolingüísticos que indican que leer literatura «difícil» -para entendernos y como ejemplo: descifrar un poema de Góngora- va muy bien para mejorar… ¡nuestra motricidad! Ni que decir tiene que la ausencia de la literatura en los currículos se inscribe en el desmantelamiento general de las humanidades: las lenguas clásicas o modernas, las literaturas nacionales, la historia general, la historia del arte o la filosofía; disciplinas todas ellas propiciadoras de una ciudadanía consciente y de calidad, que han sido, desde hace lustros, objeto de un indisimulado saqueo por parte de los poderes pedagocráticos.

Si todo eso comportara, al menos como contrapartida, que nuestros alumnos fueran unos cracks en ciencias y tecnología… Pero no. En realidad la dicotomía entre humanidades y ciencias o tecnología es un falso debate. La dicotomía de verdad es calidad o miseria educativa. No hemos arrinconado las letras para construir una sociedad de brillantes tecnólogos. Lo que estamos haciendo es crear una sociedad mayoritariamente iletrada y apta para el consumo pasivo de la tecnología comercial. Exactamente -¡vaya casualidad!- lo que necesita la versión actual neomedievalizante del capitalismo. Después de tantos años de fracaso educativo patrocinado por la pedagogía espuria todavía hegemónica, no cabe sino levantar la vista y mirar hacia más arriba, hacia los gobiernos y los parlamentos que permiten o amparan semejante despropósito ¿Y si resultara que determinados autores clásicos de la literatura universal fuesen un peligro porque ayudan a pensar y a cuestionar los poderes y la arbitrariedad? Volvamos a la MOLU ¿Kleist, Zola, Heine, Büchner, Voltaire? ¡Al contenedor, inmediatamente!

Tirar a la papelera una colección de clásicos con el argumento de que la juventud de hoy no tiene interés por estos textos es una palmaria muestra del ridículo alumnocentrismo que se ha instalado en el mundo de la educación. Con semejante razonamiento podríamos igualmente desacreditar todas las materias de estudio y desarticular todas las asignaturas, que es lo que en realidad está haciendo la pedagocracia. A ver. Es obvio que en los años ochenta, cuando apareció la MOLU, el millar de páginas que totalizaban los dos volúmenes de ‘Orlando furioso’ –con una esforzada traducción de Bonaventura Vallespinosa- no fue, ni pretendía serlo, un best-seller juvenil. Tampoco nadie ha dicho, ni ahora ni nunca, que Ariosto sea la puerta de entrada más placentera al fascinante y enriquecedor mundo de la lectura literaria; ahora bien, esto no significa que deba cancelarse su nombre de los planes de estudio, ni que las bibliotecas escolares tengan que deshacerse de los libros que lo lleven. Los alumnos catalanes de hoy en día, como los de hace cuarenta años, tienen derecho a saber quién era Ariosto y a que se les hable de la intrépida Bradamante, la guerrera enamorada; como lo tienen también a que se les hable de Gulliver, del jorobado de Nôtre-Dame, de Tartufo, de Oliver Twist, de Rob Roy, de Emma Bovary, de Guillermo Tell, de Ana Karenina o del capitán Ahab, entre otros muchos personajes del tesoro inmaterial de la gran literatura.

El sistema educativo ha de ofrecer un imaginario lector. Esto es indispensable. De no ser así, es como si aceptásemos que lo único que deberán leer nuestros adolescentes son banalidades, infestadas de faltas de ortografía, en las pantallas de sus móviles ¿Para qué estamos educando? ¿Para abrir horizontes lectores, para romper barreras culturales de origen, para estimular la curiosidad intelectual? ¿O sólo estamos acompañando emocionalmente a los alumnos mientras consumen basura en sus dispositivos? El hecho es que, viendo cómo actúa la institución educadora, la basura parece más bien que sea la literatura, y esto no puede calificarse sino de vergonzosa catástrofe educativa y cultural ¿Qué nombres encontramos en los lomos de los volúmenes de la LOMU? Jonathan Swift, Víctor Hugo, Molière, Dickens, Walter Scott, Flaubert, Schiller, Tolstoi, Melville… ¿Quiénes son todos éstos? ¿Tienen algo que explicar a nuestros jóvenes? ¡Nada, al contenedor!

La lista de los cincuenta títulos de la MOLU, con todas las contingencias que puedan haber condicionado su elaboración, no deja de ser un canon, una propuesta canónica de lecturas. Los cánones están para aceptarlos, para discutirlos, para actualizarlos, para manipularlos ideológicamente, para subvertirlos, para defenderlos, para deconstruirlos, para ampliarlos, para recortarlos, para atacarlos religiosamente o para negarlos descreídamente. Para lo que no están es para echarlos a la basura con una ignara frivolidad impropia de un centro educativo. Un canon de literatura mundial, bien enseñado, dota al educando de una formidable herramienta para su orientación cultural a lo largo de su vida; algo que hoy en día es tanto o más necesario que hace cuarenta años.

Una de las características de la involución educativa de los últimos decenios en Cataluña es precisamente la desuniversalización de los contenidos, la excesiva tendencia al nacionalismo y al localismo cultural. Pongamos que tal autor pertenezca a la escuela del realismo literario y que sea un perfecto desconocido fuera de nuestras fronteras; está muy bien, por supuesto, que los estudiantes conozcan y aprecien al literato que les es más próximo, pero no que nadie les hable de Balzac, que era precisamente el modelo al que imitaba y quería parecerse el tal autor local. El particularismo cultural, sin un contexto universalista que lo explique, es un fraude, una manipulación o un absurdo. Hay que empezar por explicar a Balzac, y la novelística rusa de la época, y la inglesa, y a Galdós… Y sólo entonces llevar al alumno a visitar la casa del meritorio autor local. Sólo así adquiere sentido y rigor pedagógico. Pero hace años que no vamos en esta dirección ¿Qué hemos decidido hacer con Balzac? Está claro, ¡al contenedor!

El claro retroceso en el uso social y educativo de la lengua catalana es uno de los retos ineludibles que escuelas e institutos deberán afrontar y sobre lo cual el Departament d’Educació anuncia nuevas medidas. Y no parece ciertamente muy adecuado al caso extirpar de las bibliotecas escolares las traducciones catalanas de la literatura universal. Está claro que los responsables de la MOLU –además de Joaquim Molas, con asesores de la talla de Josep M. Castellert i Pere Gimferrer- eran conscientes de la importancia de las traducciones literarias foráneas en beneficio de la lengua de recepción. En realidad, da incluso la impresión de que la nómina de traductores de la MOLU hubiera sido escogida tan concienzudamente como la de los títulos, o incluso que los textos se hubiesen escogido en función de las traducciones y de los traductores disponibles.  Se recuperaron de esta manera los trabajos realizados por personalidades de generaciones anteriores, desde Maragall a Sagarra, pasando por Carner, Rovira i Virgili, Andreu Nin o Carles Soldevila. Se añadieron también traducciones realizadas por autores vivos, desde Martí Pol a Quim Monzó, pasando por Narcís Comadira, Francesc Parcerisas o el mismo Pere Gimferrer. En fin, en el catálogo figuraron muchos de los más prestigiosos traductores catalanes contemporáneos, desde C. A. Jordana a Marta Pera, pasando por Carme Serrallonga, Feliu Formosa, Joaquim Mallafré, Josep Murgades o Miquel Desclot. Quizás incluso más que un canon literario, la MOLU fuera más bien un canon traductográfico. Nadie con un mínimo de respeto por la lengua y la cultura puede enviar estos libros al contenderor. Y si quién lo hace es una institución educativa, apaga y vámonos.

O ponemos fin a la pedagocracia, o educativamente estamos acabados. Los pedagócratas luchan contra el saber, pero su influencia se limita al ámbito educativo. Que hayan acabado con la literatura en los institutos no significa que hayan acabado con el interés social por la literatura. No, no podrán con la literatura.  Es imposible que la mediocridad intelectual que estos personajes encarnan tenga la menor posibilidad contra el hecho literario. La literatura se reinventa constantemente; reaparecen nuevos clásicos, siempre en fértil diálogo con los precedentes. Nuevos géneros, nuevos apoyos, nuevos autores por doquier, vanguardistas o epigonales (o epígonos del vanguardismo, claro). Las librerías están más repletas que nunca de traducciones literarias y de escritura de alta calidad. La cifra de lectores habituales, que creció durante la pandemia, se mantiene en un nivel que invita al optimismo. Los clubes de lectura de todo tipo florecen aquí y allá con miles de personas interesadas. Los ateneos, las librerías y las bibliotecas organizan exitosos cursos y jornadas de contenido literario.

Más que nunca, en definitiva, la cultura va por un lado y la educación por otro. Un claro indicio de la burbuja mental en que viven los pedagócratas y de la irrealidad absurda que han construido con su seudopedagogía caduca y reaccionaria, sorda a las necesidades educativas y enfermizamente obsesionada en eternizar su control sobre el entramado educativo. Hay que defender la lectura literaria, de los clásicos o de los contemporáneos, de las traducciones o de las ediciones en lengua original. Nuestros estudiantes no merecen quedar al margen de la incomparable felicidad lectora: cada buen libro que pongamos en manos de un alumno, es una victoria contra las tinieblas del pedagogismo supuestamente facilitador y acompañador; una enfermedad educativa que nos está matando.

Una educación práctica

Imagen de Colleen en Pixabay

La educación moral o práctica responde a la necesidad de construir la imagen de un ciudadano autónomo y un individuo racional que debe ser formado para alcanzar todos sus fines y convivir entre libres e iguales, no entre esclavos.

 

Yeray Rogel Seoane  | @YerayRogel

Estamos en 1784, a pocos años de la Revolución francesa (1789), extraña mezcla de violencia y entusiasmo por la libertad. Así empieza el célebre texto kantiano ¿Qué es la ilustración?: “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo propio sin la guía de algún otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la ilustración.” Kant adjudica a la pereza y la cobardía las causas de la autoculpable abdicación de pensar, esa especial forma de cómoda sumisión a la ignorancia. Sin embargo la debilidad moral y la fragilidad de la voluntad no bastan para explicar el fracaso de las luces en nuestro tiempo. Kant mismo habló de “independencia civil”, ya que ser dueño de uno mismo moral e intelectualmente es insuficiente en la vida civil si materialmente dependes de otros para vivir.

Mi generación, en Occidente, desconoce las experiencias totalitarias que condujeron al exterminio político planificado, al horror de la deportación y los campos de trabajo forzado, los fusilamientos masivos y el sacrificio de la propia vida por la patria. Pero sí hemos conocido las enfermedades del vacío: precarización y frustración laboral, la ansiedad social vinculada con nuevas y quizá más sutiles formas de alienación profesional, y el malestar ligado a cierto nihilismo del capitalismo tardío. Algo que incluso puede llevar a situaciones imposibles de devaluación personal, desesperación y postración psicológica. Relacionar directamente la educación con la prosperidad ha llevado a múltiples confusiones y a cargar lo educativo de excesivas responsabilidades, demandas y exigencias que no puede atender. Como ya he escrito en esta serie de artículos, la educación es un punto de partida y no de llegada: es el inicio, ¡entra en el mundo!, y no la conclusión. Resulta ingenuo pensar no solo que ella sola puede solucionar los conflictos políticos, sino que puede soportarlos sin resentirse y degradarse, como si la institución escolar y las familias pudieran estar al margen de la estructura económica, impenetrables. El contexto geopolítico, las relaciones de dominación económica y las imposiciones de las democracias oligárquicas, boicotean la posibilidad de implementar y realizar una educación ilustrada.

En la Pedagogía -libro confeccionado en 1803 a partir de las lecciones que Kant impartió en la Universidad de Köingsberg recogidas en apuntes por Friedrich Theodor Rink- se afirma que “el hombre es la única criatura que ha de ser educada”, añadiendo que “únicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre”. Parece una condición irrenunciable de toda comunidad política que sin embargo no nos hemos tomado muy en serio. Kant distingue entre la educación física que incluye el cuidado, el sustento, la manutención, la disciplina, y la educación práctica que incluye la instrucción y la moralización. Se puede adiestrar, amaestrar, domar, domesticar a los perros y los caballos para que obedezcan a sus dueños, igual que el caudillo hace con los hombres, pero solo estos pueden realmente instruirse e ilustrarse. La educación moral o práctica responde a la necesidad de construir la imagen de un ciudadano autónomo y un individuo racional que debe ser formado para alcanzar todos sus fines y convivir entre libres e iguales, no entre esclavos. El santo y el héroe, el pacifista y el revolucionario, al mártir y al anarquista, no son las figuras que promueve el sistema educativo occidental, sino que busca encontrar una síntesis entre la figura del ciudadano y el trabajador. Pero ambos ideales regulativos en determinadas circunstancias parecen antagónicos. Resulta difícil hablar de ciudadanía si solo se posee la igualdad y la libertad jurídica pero se carece de los recursos y los medios materiales para ejercerlas, es decir, la capacidad de subsistir sin depender de la voluntad arbitraria de otro: un amo, un señor, un patrón. Resulta ridículo llamar ciudadanía a una población proletarizada y precarizada, una población en la que cada uno depende a vida o muerte de la suerte que corra en el mercado laboral o con las arbitrariedades de un Estado altamente corrompido. El trabajador asalariado que solo puede vender su fuerza de trabajo y no posee ningún tipo de propiedad privada, sometido casi totalmente a la necesidad y la ausencia de tiempo, ¿cómo puede considerarse un ciudadano libre?

Este equívoco de la derecha también afectó a la izquierda contracultural; puede verse más claramente con el torpe error que el “antihumanismo” foucaultiano cometió con la clase obrera. Parecía que llega a producirse un obrero, a transformarse un cuerpo, un deseo, unos gestos, unos placeres, una voluntad y sus claudicaciones, a través de dispositivos de subjetividad, es decir, micro-controles, micro-disciplinas, mil resortes de vigilancia, que hacen proletario al proletario, o ahora, precario al precario. Obviando las lecciones del marxismo: un obrero es obrero por el lugar que ocupa en el sistema económico y en el mercado de trabajo, por el hecho de carecer de medios propios de producción y redistribución. Es decir, que lo define más su condición de haber sido expropiado de sus condiciones de existencia que por prácticas y discursos sobre el deseo, el cuerpo y los placeres. Del mismo modo la ciudadanía no solo se define por decretos, normativas, retóricas ideológicas y prácticas culturales y lingüísticas, sino por el tiempo libre, la propiedad, las posesiones, los medios materiales, y la posición en el Estado y el orden económico, es decir, todo aquello que garantice a los individuos su autonomía civil, el ejercicio de los derechos políticos y su participación en los asuntos públicos.

Como hemos visto la educación no puede politizarse pero tampoco despolitizarse. Los desajustes y desequilibrios sociales no se pueden afrontar totalmente a través de una mejor formación y preparación individual de los alumnos, ya sea en secundaria, escuelas profesionales, la universidad, o la atención parental. No seamos cándidos e hipócritas con esto. La tarea de hacer de la ciudadanía algo verdadero y efectivo y no una ficción jurídica o una mera “ciudadanía burguesa” que reduzca la libertad a las libertades económicas, pertenece a las personas adultas ya educadas, a los que actúan y hablan en este mundo, aquí y ahora. Es posible que una educación práctica eficiente, escolar y familiar, pueda enseñarnos a ser autónomos, a guiarnos por nosotros mismos, el autocontrol y a liberarnos del miedo, a lidiar con el capricho, la contingencia, el desorden de las pasiones, a soportar el paso el tiempo, la molestia de pensar y el dolor de vivir, pero no nos libera de la opresión, la necesidad, la carencia y la privación.

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Yeray Rogel Seoane (Barcelona, 1993), es licenciado en Filosofía por la UB. Editor de los blogs La víbora celta y Crónicas del desengañodedicados al análisis y crítica cultural del mundo político y la sociedad mediática. Actualmente prepara un ensayo biográfico (recogiendo la vida y obra de Gregorio Morán y Santiago López Petit) sobre la memoria política y cultural de la Transición.

Informe 2023 sobre el estado del sistema educativo. Curso 2021-2022

Con el fin de facilitar posibles investigaciones diacrónicas, el Informe 2023 mantiene la estructura de ediciones anteriores. Además, incorpora diversas novedades. En la parte descriptiva se ha introducción nueva información, entre la que destaca la elaboración de un apartado sobre el seguimiento del Objetivo 4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas; los resultados de España en el Estudio Internacional de Progreso en Comprensión Lectora PIRLS 2021; la Ley Orgánica 3/2022, de 31 de marzo, de ordenación e integración de la Formación Profesional; o los datos sobre la escolarización de las niñas y niños ucranianos desplazados a nuestro país por motivo del conflicto bélico.

Unidad editora: Secretaría General Técnica. Centro de Publicaciones. Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes.

Propuesto por el Consejo Escolar del Estado.

Redacción: Encarna Cuenca Carrión, Jesús Jiménez Sánchez, Carmen Martínez Urtasun, Antonio S. Frías del Val, Juan Francisco Gutiérrez Jugo, M. Almudena Collado Martín, Miguel Ángel Barrio de Miguel, Raquel González-Albo Arévalo, M.ª José Sendra Llorens, M.ª Mercè Claramunt Diego, María Penela García y Andrés Ajo Lázaro.

Maquetación digital y tratamiento gráfico: M. Almudena Collado Martín y Raquel González-Albo Arévalo.

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Informe PISA: Lo que las familias deben saber

¿Qué nos dice PISA 2022? ¿Qué consecuencias tiene? ¿Están las familias lo suficientemente informadas? Con el fin de analizar estos datos y comprender su alcance, en este seminario hablamos con Xavier Massó, presidente de la Fundación Episteme y Secretario General del Sindicato Profesores de Secundaria y Dori Huertas, impulsora de una plataforma de madres y padres que pusieron en marcha al comprobar la baja calidad de la enseñanza en los centros educativos.

 

Para acceder al webinar clica sobre la imagen:

 

• Xavier Massó. Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, y licenciado en Antropología Social y Cultural. Secretario General del Sindicato Profesores de Secundaria. Presidente de la Fundación Episteme.

• Dori Huertas. Licenciada en Farmacia. Doctorada en Biología Molecular Estructural. Impulsora de una plataforma de madres y padres desconformes con el nivel de enseñanza que reciben sus hijos.

Modera: Eva Serra, directora ejecutiva de la Fundación Episteme.

Fórum en formato seminario virtual “webinar” celebrado el miércoles, 20 de diciembre de 2023.

Idioma: castellano.

Informe PISA: Lo que las familias deben saber

Los resultados del último informe PISA 2022 sobre el rendimiento en matemáticas, ciencias y lectura de los alumnos de 15 años han sacudido los cimientos de los sistemas educativos occidentales. La arriesgada apuesta de reducir los contenidos para ser reemplazados por tecnologías y modas pedagogistas ha dado sus frutos: los menores cada año aprenden menos en los centros educativos. En Cataluña, el equivalente a casi dos cursos en lectura y 18 meses en matemáticas y ciencias. En conclusión, tanto en España como en Cataluña, los peores datos desde que existe este informe.

Pero ¿Qué nos dice PISA? ¿Qué consecuencias tiene? ¿Están las familias lo suficientemente informadas? Con el fin de analizar estos datos y comprender el alcance de los mismos, el próximo miércoles, 20 de diciembre a las 18:30 horas Fòrum Episteme presentará un acto telemático abierto a todos con la participación de Xavier Massó, presidente de la Fundación Episteme y Secretario General del Sindicato Professors de Secundària y Dori Huertas, impulsora de una plataforma de madres y padres que no se conforman a que sus hijos no aprendan los contenidos que debieran.

Este acto está especialmente dirigido a docentes, alumnos y familias.

Puedes reservar tu asistencia gratuita clicando aquí o sobre la imagen:

PISA 2022: Crónica de un desastre anunciado

Foto: pxhere.com/es/photo/1609072

Para salir de este callejón sin salida es necesario ser prudentes con la inclusividad, recuperar una enseñanza sistemática, con currículums estructurados, profesorado especialista en su materia y libertad de cátedra para escoger las metodologías más adecuadas. De lo contrario, esto irá a peor.

 

Josep Otón

La Fundación Episteme, junto con el sindicato Profesores de Secundaria y la Asociación de Catedráticos, lleva años advirtiendo que la aplicación de determinadas políticas educativas, más preocupadas en implementar supuestas innovaciones pedagógicas que no en transmitir conocimientos, llevaba al sistema educativo a la quiebra.

Lamentablemente, los resultados de las pruebas PISA 2022 (Programme for International Student Assessment) nos han dado la razón. La evaluación de las competencias matemática, científica y de comprensión lectora pone en evidencia el perjuicio para el alumnado -y para la sociedad en general- de la irresponsabilidad de los gestores educativos. Se han obstinado en aplicar metodologías que, lejos de mejorar el rendimiento académico, han condenado a una generación entera a no poder acceder a los conocimientos que necesitan.

No vale la excusa de dar la culpa a la pandemia, al alumnado inmigrante o a la formación del profesorado. Recordemos que, cuando los resultados de las pruebas de ‘Competencias Básicas’ de un centro no son los que tendrían que ser, el Departamento no acepta como queja del profesorado los recortes en personal de apoyo para el alumnado inmigrante o de educación especial. Es más, el centro se ve sometido a una auditoría pedagógica que incrementa la presión sobre el profesorado. Llegan unos expertos que no entran en el aula para enseñar como se tiene que enseñar. Más bien al contrario, dan lecciones de aprendiz de brujo y todavía sobrecargan más a los docentes con tareas inútiles y reuniones estériles. Plantean como solución utilizar herramientas de la burocracia pedagógica como el PIM o el DUA, como si se tratara de fórmulas mágicas. Estas panaceas no resuelven en modo alguno los problemas reales y complican aún más la profesión docente.

Quizás se tiene demasiada prisa en incorporar al alumnado con necesidades educativas especiales en el aula ordinaria. Estos alumnos se lo pasan fatal en un contexto donde apenas entienden nada y se ven en inferioridad de condiciones respecto al resto de los compañeros. Los docentes están desbordados. Y la mayoría del grupo ve comprometido su ritmo de aprendizaje.

En cuanto a la formación, sorprende que el Departamento de Educación, máximo responsable en la organización de los cursos para docentes, ahora se queje de que el profesorado no esté suficientemente preparado. Quizás se tendrían que plantear si los cursos que ofrecen son los adecuados. Tal vez habría que abordar la didáctica específica de las diferentes materias, o contenidos de matemáticas, geología, geografía, química o filología catalana para el profesorado que no ha estudiado estas carreras universitarias pero que, en cambio, tiene que impartir estas asignaturas.

Y en el momento de organizar las pruebas para seleccionar el personal docente, las famosas oposiciones, habría que ver si el objetivo es demostrar la capacidad de los candidatos para dar clases o bien solo se espera que diseñen programaciones que, de hecho, no dejan de ser un “tetris” donde encajar malabarismos lingüísticos. Lo lógico sería que acreditaran hasta qué punto dominan tanto los contenidos de la materia como las herramientas para gestionar su impartición.

Por supuesto, nadie se opone a las competencias. La crítica se dirige a determinadas prácticas que en nombre de las competencias disuelven los contenidos. Quizás los mejores resultados de las pruebas PISA de años anteriores se explican, a pesar de ser una prueba competencial, porque el énfasis se ponía en la enseñanza de conocimientos, sin los cuales es imposible ser competente.

Además, a comienzos de este siglo, cuando se introdujeron las competencias básicas, en realidad hacían referencia a la comprensión lectora, a la expresión oral y escrita, a los cálculos matemáticos… aprendizajes “básicos” para lograr el nivel educativo pertinente. Después, todo se ha complicado con una retórica inverosímil.

Para salir de este callejón sin salida es necesario ser prudentes con la inclusividad, recuperar una enseñanza sistemática, con currículums estructurados, profesorado especialista en su materia y libertad de cátedra para escoger las metodologías más adecuadas. De lo contrario, esto irá a peor.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

«PISA» o la fuerza del sino

Alexas_Fotos / Pixabay

Al renunciar a enseñar para evitarles a las nuevas generaciones el esfuerzo de aprender a actuar sobre su propio destino, las estamos condenando a la indigencia moral e intelectual. Y esto, ya sea desde la ingenuidad o desde la pusilanimidad, nos hace igualmente culpables como sociedad si no lo denunciamos y combatimos; lo de menos es si son imbéciles, malvados o lo uno y lo otro: los efectos serán los mismos.

 

Xavier Massó

No hace falta ser ningún arúspice para saber leer en los textos de la LOMLOE y predecir los resultados que aguardaban a nuestro sistema educativo con la publicación del reciente informe PISA 2022. Tampoco se trata de ninguna revelación o descubrimiento. Sólo, en todo caso, de una confirmación objetivamente constatada: había sobradas evidencias. Seguimos empeorando «adecuadamente»… a lo que hay: un sistema educativo que ha renunciado a enseñar y en estado de implosión.

No se puede decir lo mismo, en cambio, de las justificaciones y pretextos que se han aducido por parte de las autoridades educativas, adscritas a un modelo pedagogista que nos ha llevado hasta tan deplorable situación. ¿O qué esperábamos de unos currículos de matemáticas centrados en lo socioemocional y en la perspectiva de género de los números naturales? ¿O de la fascinación papanatas por un modelo «teocnológico» cuyo más evidente y nocivo efecto ha sido la adicción a unos dispositivos que sólo debían ser medios dispuestos para facilitarnos las cosas, hasta tal punto que los mismos informes PISA se han visto obligados a explicitar la ansiedad que muchos adolescentes padecen cuando están alejados de sus dispositivos u obligados a mantenerlos apagados? Veinticinco años de despropósitos educativos, eso es lo que hay; cinco lustros y cinco cohortes generacionales en gran parte malogradas.

Algo tan previsible como que si lanzamos una piedra acabará cayendo al suelo. Nuestro problema ahora no es que esto ocurra, sino por qué. La física aristotélica creía que la piedra caía a medida que el efecto de la fuerza que la había impulsado se iba agotando hasta extinguirse. Pero desde Galileo sabemos que no era por esta razón, sino por la resistencia del aire y la fuerza de la gravedad…

En educación se sigue pensando en términos de física aristotélica, en el convencimiento de que es el impulso que se imprime con leyes y decretos, con sus principios y con la altura moral de sus intenciones, lo que la empuja. Y si los resultados no son los esperados, entonces es «culpa»  de la realidad. Como la paloma de Kant, que pensaba que por culpa del aire volaba con más dificultad. Y contra el estorbo del fluido atmosférico, se apela a la fuerza imaginaria que nos cree la ilusión de que hemos acabado con él. Contra la insalvable imposibilidad del fácil advenimiento de la república de las letras y las ciencias soñada por la Ilustración, la rebajamos a la beatífica infelicidad del pobre de espíritu, del hombre feliz sin camisa de la vieja leyenda oriental, que sólo lo era en la ignorancia que le impedía conocer sus propios problemas. La ley puede prohibir la repetición de curso, pero la historia es inflexible: hay pueblos que siguen repitiendo sus errores una y otra vez, año tras año, siglo tras siglo, con una abnegación digna de mejor causa, porque no saben aprender de ellos.

Lo que está claro es que por más que con la aplicación de sus modelos hayan ciertamente conseguido sacudir la educación, no ha sido precisamente en el sentido que sus apologetas dicen pretender, sino en el contrario. Inasequibles al desaliento o al sillón de mando, siguen contumazmente perseverando en la imposición, con creciente intensidad, de sus erróneos principios sobre la realidad, sin entender por qué la piedra, o la educación, sigue cayendo hasta niveles cada vez más bajos y por qué la realidad sigue sin ajustarse a sus previsiones. Y en la convicción de que la piedra se cae porque la fuerza que la impulsó ha cesado, entonces deberemos seguir recogiéndola del suelo una y otra vez para que no se detenga. Esto, ni más ni menos, ha sido la LOMLOE: imprimirle a la educación la fuerza legal que evite la menor desviación aparente de la trayectoria prevista: la absoluta pedagogización de todo el sistema educativo. La estafa social e intelectual que sirve a la idea-fuerza errónea cuyo fingimiento está supeditado a las exigencias del guion que ella misma elaboró.

Ésta sería la lectura benigna, benévola; la que salva moralmente a los culpables del desaguisado por sus supuestas buenas intenciones. Pero a la vista de los devastadores resultados y de la absoluta impermeabilidad a toda crítica que siguen exhibiendo, cabe también considerar la posible la lectura cínica: que les dé igual o, también, que no estemos sino ante una ingeniería social predadora a la cual tales y tan grandes principios sirvan de pitanza para la consecución de muy distintos e inconfesables fines. La verdad, se hace cada vez más difícil pensar que no haya intereses ocultos en todo este despropósito.

A la humanidad le es inherente desde sus primeros tiempos el estado permanentemente agónico para forjar su destino y eludir la fatalidad; es nuestra naturaleza. Y la educación, tan antigua como la especie, la transmisión del acervo de unas generaciones a las siguientes, la divisa del Sapere Aude, es sin duda un factor que ha contribuido no poco a eludir dicha fatalidad y dirigir, en la medida de lo posible, su propio destino y mejorar substantivamente sus expectativas. Pero cuando desistimos, cuando, como en el drama romántico que evoca el título de este artículo, Don Álvaro arroja la pistola al suelo porque renuncia a batirse, entonces no es el destino, sino la fatalidad quien toma el control de la situación: la pistola se dispara sola al caer al suelo y mata a aquél cuya muerte precisamente quería evitar.

Al renunciar a enseñar para evitarles a las nuevas generaciones el esfuerzo de aprender a actuar sobre su propio destino, las estamos condenando a la indigencia moral e intelectual. Y esto, ya sea desde la ingenuidad o desde la pusilanimidad, nos hace igualmente culpables como sociedad si no lo denunciamos y combatimos; lo de menos es si son imbéciles, malvados o lo uno y lo otro: los efectos serán los mismos. La piedra caerá al suelo y quedará inmóvil, sin que sepamos por qué ni, por tanto, estemos en condiciones de evitarlo.

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Xavier Massó. Secretario General del Sindicato Professors de Secundària (aspepc·sps). Presidente de la Fundación Episteme.

PISA 2022

El Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de la OCDE examina lo que los estudiantes saben en matemáticas, lectura y ciencias, y qué pueden hacer con lo que saben. En esta edición (2022) España ha obtenido el resultado histórico más bajo en Matemáticas, empeorando en Lectura y mejorando dos puntos en Ciencia respecto a la última edición (2018), pero perdiendo el equivalente a medio curso respecto a lo que sabían en 2012.

 

Los resultados en España han sido: Matemáticas (473), Lectura (474) y Ciencia (485).

Unos 690.000 estudiantes realizaron la evaluación en 2022, lo que representa alrededor de 29 millones de jóvenes de 15 años en las escuelas de los 81 países y economías participantes.

En España, 30.800 estudiantes, en 966 centros educativos, completaron la evaluación de matemáticas, lectura o ciencias, lo que representa unos 459.000 estudiantes de 15 años (se estima que el 90% de la población total de 15 años).

El Volumen I, El estado del aprendizaje y la equidad en la educación, describe el desempeño de los estudiantes en matemáticas, lectura y ciencias; examina las diferencias de género en el desempeño; e investiga cómo el desempeño se relaciona con el estatus socioeconómico de los estudiantes y su origen inmigrante. También describe cómo han evolucionado la calidad y la equidad de los resultados del aprendizaje desde evaluaciones anteriores de PISA.

El Volumen II, Aprendizaje en crisis y resilencia, se centra en la resiliencia en la educación y analiza su relevancia para los sistemas educativos, las escuelas y los estudiantes. El volumen abarca: el aprendizaje durante y desde el cierre de las escuelas; la vida en la escuela y el apoyo desde el hogar; los itinerarios de los estudiantes a través de la escuela; las inversiones en educación; y la gobernanza escolar.
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Peter Pan pedagogo

Imagen de nini kvaratskhelia en Pixabay

Hay que transmitir conocimientos y enseñar destrezas a fin de preparar a los más jóvenes para construir su propio futuro. En consecuencia, no se les puede privar del legado cultural con la excusa de lo sucedido en tiempos pretéritos. De lo contrario, corremos el riesgo de cronificar la inmadurez, de crear nuevos Peters Pan.

 

Josep Otón

La etimología de la palabra “pedagogo” nos remite a la persona que conduce (agein) a los niños (paidos). En la antigüedad, era el esclavo que llevaba a los estudiantes más jóvenes a la escuela. A su vez, Peter Pan, el personaje creado por el novelista escocés James Matthew Barrie, lleva a los niños, como Wendy y sus hermanos, al “País de Nunca Jamás”, un mundo de fantasía donde “aprenden” a ser niños y a liberarse de las convenciones preadultas.

Probablemente, la historia de Peter Pan refleja rasgos autobiográficos del autor. Su niñez estuvo marcada por acontecimientos dramáticos que sin duda influyeron en el desarrollo de su personalidad. Su hermano mayor, David, murió en un accidente mientras patinaba sobre un lago helado la víspera de su cumpleaños, cuando iba a cumplir 14 años. James solo tenía 6 años cuando se produjo la tragedia y tanto él como su madre recordaron siempre al hermano fallecido como un joven adolescente. Posteriormente, también murieron dos hermanos más pequeños.

El concepto de la infancia se convirtió casi en una obsesión para Barrie. Le afectó profundamente pensar que él tenía la posibilidad de crecer mientras que sus hermanos difuntos nunca llegarían a la edad adulta. Además, sus padres lo ignoraban e, imbuidos por el espíritu victoriano, le escatimaban el afecto que tanto necesitaba. Físicamente tuvo graves problemas en su desarrollo y, a pesar de contraer matrimonio, no llegó a tener hijos biológicos. En cambio, trabó amistad con la familia Llewelyn Davies. Representaba breves obras de teatro con sus hijos -George, John, Peter, Michael y Nicholas- y los llevaba a jugar a los jardines de Kensington. Al morir los padres, se hizo cargo de los niños.

Estos hechos incidieron en la creación del personaje Peter Pan. La primera versión de la historia se publicó en 1902 en el libro El pequeño pájaro blanco que incluía unos capítulos titulados «Peter Pan en los jardines de Kensington». El nombre del personaje proviene de dos fuentes: Peter era uno de los cinco muchachos de la familia Llewelyn Davies, y Pan, una deidad menor de la mitología griega que representa el estado natural en contraste con la civilización. Peter Pan es un espíritu libre, demasiado joven para asumir las constricciones de la educación o las responsabilidades de los adultos.

Parece lógico pensar que, con su obra, James Barrie intentaba superar las secuelas de los trágicos acontecimientos que empañaron su niñez recuperando la ingenuidad previa al accidente de su hermano mayor. La relación con los niños de la familia Llewelyn Davies iba encaminada también en esta misma dirección. Todo esto queda patente en el título de su obra de teatro estrenada el año 1904, y después convertida en novela, Peter Pan o el chico que no quería crecer.

James Matthew Barrie fue un escritor valorado por sus obras, pero seguramente no fue tan buen educador. Quiso preservar a los muchachos de la familia Llewelyn Davies de la dureza de la vida cobijándolos en una niñez fantasiosa. Aun así, sus respectivas vidas no discurrieron en el “País de Nunca Jamás”. Incluso, dos de ellos acabaron suicidándose.

La escuela es una institución cuya función es facilitar el paso de la niñez a la edad adulta. Por eso, debe proporcionar a los más jóvenes el bagaje cultural acumulado por las generaciones anteriores para que así puedan tomar el relevo. Ahora bien, la institución escolar está gestionada por adultos que, en su momento, fueron niños. Quizás, en ocasiones, se intenta resolver por la vía de la transferencia problemas mal resueltos de la propia infancia. O, incluso, se pretenda revertir injusticias otras épocas y conjurar los fantasmas de la represión padecida.

La educación no puede convertirse en una excusa para saldar cuentas con el pasado. Hay que transmitir conocimientos y enseñar destrezas a fin de preparar a los más jóvenes para construir su propio futuro. En consecuencia, no se les puede privar del legado cultural con la excusa de lo sucedido en tiempos pretéritos. De lo contrario, corremos el riesgo de cronificar la inmadurez, de crear nuevos Peters Pan poco dispuestos a asumir el reto de ser personas maduras capaces de afrontar las dificultades de la vida. Con buena intención podemos convertirnos en cómplices de intereses espurios que abocan al alumnado a un infantilismo permeable a todo tipo de manipulaciones. Sin las herramientas intelectuales correspondientes difícilmente se desarrollará su pensamiento crítico. Hacer de la niñez una quimera puede condenarnos a una ciudadanía en perpetua minoría de edad.

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Josep Oton es catedrático de Historia y secretario de la Fundación Episteme.

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