Fundació Episteme

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Para salir de este callejón sin salida es necesario ser prudentes con la inclusividad, recuperar una enseñanza sistemática, con currículums estructurados, profesorado especialista en su materia y libertad de cátedra para escoger las metodologías más adecuadas. De lo contrario, esto irá a peor.
Al renunciar a enseñar para evitarles a las nuevas generaciones el esfuerzo de aprender a actuar sobre su propio destino, las estamos condenando a la indigencia moral e intelectual. Y esto, ya sea desde la ingenuidad o desde la pusilanimidad, nos hace igualmente culpables como sociedad si no lo denunciamos y combatimos; lo de menos es si son imbéciles, malvados o lo uno y lo otro: los efectos serán los mismos.
El Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de la OCDE examina lo que los estudiantes saben en matemáticas, lectura y ciencias, y qué pueden hacer con lo que saben. En esta edición (2022) España ha obtenido el resultado histórico más bajo en Matemáticas, empeorando en Lectura y mejorando dos puntos en Ciencia respecto a la última edición (2018), pero perdiendo el equivalente a medio curso respecto a lo que sabían en 2012.
Hay que transmitir conocimientos y enseñar destrezas a fin de preparar a los más jóvenes para construir su propio futuro. En consecuencia, no se les puede privar del legado cultural con la excusa de lo sucedido en tiempos pretéritos. De lo contrario, corremos el riesgo de cronificar la inmadurez, de crear nuevos Peters Pan.
Una educación moral liberal y humanista, que es el anhelo de estos autores, fortalece el juicio individual, promueve una mentalidad científica y una actitud filosófica, preserva la extraña alegría instintiva de la vida, favorece el gusto por el cultivo personal y la libertad, el escepticismo hacia doctrinas oscurantistas e irracionales, el aprecio por la memoria y la tradición, la inquietud por conocerse a uno mismo, el vigor de la resistencia íntima y el entusiasmo por la autonomía.
La entrevistadora aclaró que no se refería a los recortes que sufrió el profesorado, ni al aumento de ratios que perjudicó al alumnado –por lo visto una nimiedad-, sino al cierre de los comedores escolares para ahorrarse el coste que suponían, porque si no iban por la tarde devenían prescindibles. Comedores escolares por cierto que regentados habitualmente por empresas de catering, digamos prudentemente que, por lo general, «afines» a la Administración y a sus periferias paraeducativas.

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